Del lado derecho de mi cama había un gancho del que colgaba un frasco de suero, que la enfermera cambiaba todos los días, más a la derecha alcanzaba a ver un tubo que contenía un fuelle negro que bajaba y subía al ritmo de lo que ahora identificaba ya como “mi respiración”.
Del lado izquierdo distinguía un complicado aparato con varios interruptores, focos y gráficas. Después me enteré de que estaba encargado de controlar mi respiración, los latidos de mi corazón y los nutrientes que me eran suministrados a través de un tubo que iba directo a mi estómago. Detrás del aparato se veía una parte de la ventana que era para mí un tormento. La luz que entraba todas las mañanas lastimaba mis pupilas, me despertaba y me traía siempre de regreso al infierno en que me encontraba. El dolor físico no era nada comparado con el dolor que me causaban mis propios pensamientos. La impotencia, la culpa, el rencor, el miedo y la imposibilidad de expresar mis emociones, todo se juntaba en mi mente y me enloquecía. Cada día rogaba por no volver a despertar, porque esa máquina que me mantenía vivo dejara de funcionar y acabara ya con mi sufrimiento.
¿Quién les da derecho a estos doctores a mantenerme aquí? ¿De que puede servir ya mantenerme vivo? ¡Soy una maldita planta incapaz de moverme o expresarme! La impotencia se apoderaba de mí y se convertía en odio. Odio por los que me mantenían vivo, odio por la vida misma. La enfermera tenía razón, más valdría haberme muerto. Y, sin embargo, todos los días entraba con su cara de miedo a cambiar el suero que me alimentaba. A pesar de que me creía inconsciente nunca me miraba a los ojos. Checaba apresuradamente todos los tubos que iban de mi cuerpo a la máquina y salía lo más rápido que podía. Cada día que la veía llegar le rogaba en mi mente que se olvidara ya de cuidar de mí, ¿Qué no se da cuenta que no me hace ningún favor manteniéndome vivo?
¡Hey!, ya deja eso le suplicaba mi mente, si te da tanto miedo verme ya no vengas más, simplemente déjame morir. Pero una y otra vez la veía hacer su rutina y dejarme aquí, ¡vivo!, una y otra vez… una y otra vez… ¡Maldita sea, ya que se acabe esto por favor! ¡Por favor alguien haga algo, alguien que me ayude! ¡Ya no quiero seguir viviendo!
-Más vale que te vayas acostumbrando, porque parece que vas a estar ahí un buen rato-. oí de repente que alguien me hablaba. Pero… no había nadie en mi habitación.
-En qué situación tan jodida te metiste. La extraña voz insistía
- ¿Quién eres? ¿Eres un ángel?
Contesté asustado. De alguna forma me di cuenta de que la voz no provenía del exterior.
-¡Ja! Eres el peor de los ateos, y ahora, ¿crees en Dios y en toda su corte celestial? No juegues.
-¿Pero cómo puedes saber lo que estoy pensando? ¿me volví loco? Eso es más probable. ¿Entonces no es real?
-Mira, no puedo decirte nada que tú no sepas ya. Tal vez después sabrás quién soy.
-Pero… ¿Laura está bien? ¿Por qué no vienen mis padres a verme? ¿Cuándo voy a morir? ¿Es esto un castigo?
-¡Qué necio eres hombre!, nada se yo que tu no sepas.
-Pues de poco me sirves entonces.
-Si quieres me voy…
-¡No por favor! No te vayas-. En ese momento recordé que Laura siempre hablaba de guías espirituales, con los cuales uno puede comunicarse si medita lo suficiente. Eso a mí me parecían patrañas.
-A mí también me lo parecen contestó la voz pero lo de guía me gusta.
-¿Podía acaso un guía espiritual ser tan sarcástico y grosero?
-Mira, si no te caigo bien me voy y se acabó.
-¡No, no te molestes solo quiero comprender lo que pasa!
-Mejor hubieras tratado de comprender lo que pasaba antes de la estupidez que cometiste.
-Solo quería escapar y librarme de mis problemas.
-¡Ja!, querías escapar de tus problemas y te convertiste en un esclavo.
-¿Un esclavo?
-Así es no puedes moverte ni expresarte, es más no puedes quitarte la vida si quisieras.
-Y, ¿tú has venido a hacerme sentir peor?, le contesté.
-¿Que he venido? Yo siempre he estado contigo, el problema es que nunca me quisiste escuchar, además nadie puede hacerte sentir nada.
-¡Qué estupidez! ¿Cómo que nadie puede hacerme sentir nada? Mis padres siempre me hacían enojar, mis hermanos me hacían sentir menos, mis parejas constantemente me desilusionaban y me herían.
-Mira, te lo voy a explicar mejor. Antes de estar aquí, eras completamente libre, nadie ni nada tenía poder sobre ti. Tenías la oportunidad de hacer cualquier cosa que te propusieras, eras el dueño de tu vida.
-Y ¿qué tiene eso que ver con mis sentimientos? .
-Calma, ¿qué prisa tienes? Después de todo tenemos mucho tiempo para pensar y platicar.
-Te digo que eres un sarcástico.
-Continuemos. Eras libre también de pensar lo que tú quisieras y por lo tanto, de elegir tus sentimientos.
-¿Cómo que elegir mis sentimientos?
-Sí, tus sentimientos vienen y sólo pueden venir de tus pensamientos, así es como funciona: Piensas en algo triste y te pones triste, piensas en algo que te molesta y te enojas, crees que los demás pueden herirte o desilusionarte o hacerte sentir mal pero, nadie puede meterse en tu mente y hacerte pensar ni sentir nada. Aun en este momento, los demás podrán mover tu cuerpo y hacer lo que quieran con él, incluso, podrían apagar esa máquina que te mantiene vivo pero, en tu mente, aún tienes el control.
-Dijiste que no podías decir nada que yo no supiera ya.