LOS JUEGOS DEL DESTINO
Victoria Brown
Hay sensaciones que no podemos explicar con simples palabras y palabras que se convierten en clichés en un intento de aligerar las cargas de la vida. Como decir que «todo pasa por una razón» cuando queremos justificar nuestras fallas o calmar algún dolor. Cuando le atribuimos a la suerte la responsabilidad de estar o no, en el lugar que queremos. O cuando culpamos al destino por aquello que teníamos y una mañana, al despertar, ya no estaba.
Siempre fui fiel creyente de que nosotros marcamos nuestro camino, con decisiones acertadas o errores que nos elevan a nuestro siguiente nivel, pero ese día descubrí que hay accidentes que cambian, sin aviso, el rumbo de las cosas, y que por más que quieras, nada vuelve a ser igual. Llegué a la escuela y no había alumnos afuera. Era mi primer día y estaba llegando tarde. Detestaba llegar tarde. Me dirigí a toda prisa al que sería mi salón de clases. Encontrarlo no fue fácil. El lugar era gigante. Tenía muchos accesos que conectaban con los tres edificios que conformaban El Cumbres. Mi aula estaba en la zona C. La opulencia de las instalaciones dejaba claro que era un entorno al que pocos tenían acceso. Era territorio de privilegiados, pero eso a mí no me hacía sentir especial. Según el cronograma, me tocaba Literatura. ―Buenos días, ¿puedo pasar? ―dije, una vez que pude conseguir mi salón. ―Tarde ―fue lo que dijo la profesora, al tiempo que me miraba por encima de los lentes. Se veía que era de ese tipo de profesores que odian la impuntualidad. Minutos antes de llegar al aula, tuve la astucia de detenerme en la dirección del instituto. Mi intuición me dijo que llegar tarde me traería problemas. Quería pensar que pude conseguir un pase especial porque la directora había considerado el incidente por el que había pasado, y no por ser la hija de Eleanor Hamilton, pero en ese momento no me importó que me relacionaran con esa mujer. Me dirigí al escritorio de la profesora que me estaba negando la entrada y le entregué la hoja que me había dado su superior. Me miró con recelo y no tuvo otra opción que dejarme pasar. Ya saben... «Donde manda capitán, no manda marinero», y la profesora era solo una simple tripulante de ese gran barco llamado El Cumbres.
«Uno de los principales requisitos para aprobar mi clase, es la puntualidad. Las faltas o demoras deberán ser justificadas y comprobadas. Sus padres no ven clases conmigo y yo, no formo mediocres», puntualizó la profesora, sin dejar de mirarme. Como era de esperarse, todos tenían su mirada puesta en mí. Las chicas me observaban de arriba abajo con cierto rechazo. Los chicos parecían disfrutar mi llegada, se asemejaban a lobos hambrientos y yo... yo era su presa. ―Buenos días, profesora. Escuché una voz mientras me dirigía a tomar asiento, y por una extraña razón, creí reconocerla.
Me dispuse a voltear y vi a la profesora sonreír complaciente a la alumna que acababa de ingresar y que se mantenía de espalda a nosotros. Al parecer, su discurso sobre la impuntualidad tenía sus excepciones. ¿El costo? Un café tamaño grande y una dona de chocolate que le entregó la chica, quien procedió a tomar asiento con una sonrisa presuntuosa y mi odio aumentó cuando la reconocí. En ese momento supe que el destino se había propuesto jugarme una puta broma, cuando decidió que debía compartir la misma escuela y el mismo aire con la persona que deseé no volver a ver nunca más en mi vida. Observé a todos a mi alrededor y solo dos personas llamaron mucho mi atención. Uno de ellos fue un chico que no era el más listo, pero sí el más guapo. Tenía ojos cafés con largas pestañas que se escondían debajo de unas cejas gruesas y pobladas, unos dientes blancos y perfectos que dibujaban una sonrisa encantadora en su rostro. Era simplemente el sueño de toda niña. Por lo que pude escuchar, su nombre era Santiago. Y luego ella, la chica del accidente, a quien la situación no me permitió percibir que era muy bonita. Su belleza era del tamaño de su arrogancia. Tenía un largo y abundante cabello negro que caía con ondas naturales y que hacía que su piel se viera muy blanca y que resaltara el lunar que tenía sobre su labio superior. Ojos grandes, de un azul intenso y brillante. Y no sé si era el efecto de sus lentes de leer, pero en ellos no se percibía lo prepotente y presuntuosa que aparentaba ser. Vestía recatada y se veía, por su apariencia y sus gestos, que era de las chicas que lo tenían todo: una buena posición social, padres y amigos perfectos, un príncipe azul, excelentes notas y un futuro prometedor. Coincidimos en la cafetería y lo que le susurré al oído pareció enfurecerla. Me quería matar con la mirada y pudo haberlo hecho, de no haber sido por el chico guapo del salón que llegó a salvarme. ―¡A ti te estaba buscando, princesa! ―dijo, mientras plantaba un beso en los labios de la chica engreída―. ¿Puedes ver a mamá hoy en la tarde? Necesita que la ayudes con unos detalles que faltan para mañana. Ya sabes cómo es de controladora y si voy con ella, seguro terminaremos peleando. ―¿Pasar el día con tu madre? ¿Acaso me estás pidiendo una prueba de amor? ―le reprendió ella. ―¿Puedes hacerlo por mí, por favor, princesa?
El chico esbozó una sonrisa tierna en su cara mientras juntaba sus manos en señal de súplica. ―Bueno, prometí ser linda en tu cumpleaños, pero al parecer te lo tomaste muy en serio. Cuenta conmigo. Yo me pongo en contacto con ella, ¿está bien? A Emily ser una odiosa le salía natural, pero no puedo negar que había cierta ternura en su forma de tratarlo. ―¡Sabía que podía contar contigo y por eso me encantas! ―El chico besó desenfrenadamente todo su rostro. ¡Qué gran novedad! La típica historia de la chica creída con el más guapo de la escuela. Se veían tan perfectos juntos que si me quedaba un segundo más, vomitaría sobre ellos. ―¡Estamos presentes! ―exclamó Joaquín, con un carraspeo en su voz que terminó con la escena romántica que estaban protagonizando, al mismo tiempo que detuvo mi plan de huida―. Hablábamos de algo muy importante... la chica nueva… perdón…Victoria ―se retractó―, necesita un guía que le muestre las instalaciones, y le estaba diciendo que yo soy la persona más calificada para serlo, ¿puedes confirmárselo, por favor, Santiago? ―insistió. ―¡Hola! Tú eres Victoria Hamilton, la hija de Eleanor Hamilton, ¿cierto? Yo soy Santiago ―dijo, mientras cruzaba su brazo por el hombro de Emily, quien procedió a quitarlo con cierta incomodidad, pero él no pareció notarlo y se apresuró a tomar su mano. Al parecer no podía despegarse de ella. ―Victoria Brown ―refuté. ―No sé quién sea el mejor guía para ti. Lo que sí puedo confirmar es que no puedes faltar a mi fiesta. Mañana celebraré mi cumpleaños dieciocho y todo El Cumbres asistirá. Habrá mucho alcohol y la banda Sweet-N-Dark tocará en vivo. El primer paso para conocer tu nuevo instituto, es descubrir cómo se divierten las personas con las que compartirás tus días de ahora en adelante, y ahí nos conocerás en nuestra faceta más real: ¡Ebrios! No sé qué me molestaba más, si su voz de niño guay presumido o que haya hecho de conocimiento público mi parentesco con Eleanor. ―¡Lo pensaré! Pero gracias por la invitación. ―¡No, no, no! No tienes nada que pensar. Nadie faltará a mi fiesta. Observa... ¿Quién va a la fiesta de Santiago De Luca? ―gritó en plena cafetería y todos reaccionaron con euforia―: ¿Ya ves? No puedes perderte la mejor fiesta del año. Créeme... ¡Será inolvidable! ―expresó, y sus ojos brillaban de emoción.
―¿Podemos dejar de perder el tiempo? Si la nueva no quiere asistir, no se va a terminar el mundo. Emily puso los ojos en blanco, y yo empezaba a creer que de verdad quería picarme en pedacitos, prenderme fuego o cualquier acto que me impidiera respirar su mismo aire. ―¡Ella irá a la fiesta conmigo! ―Una chica rubia con un corte asimétrico y demasiados accesorios brillantes para mi gusto, me tomó del brazo. La acompañaban dos chicas más, pero se notaba que ella era la cabecilla del grupo «la abeja reina», y las otras solo imitaban lo que ella hacía. ¿Quién era y por qué se suponía que iría con ella? ―Algo me dice que la inteligencia no es una de tus cualidades, chica nueva. Pero caer en manos de Amanda Jones, es lo más decepcionante que existe. ¡Hmm, qué pena! ―manifestó Emily, que sin esperar respuesta se levantó de su asiento y todos la siguieron―. Vamos, este lugar ya perdió su encanto y no puedo estar un segundo más aquí. Estaba odiando a esa chica con todas mis fuerzas. La sangre me estaba hirviendo. Mi cuerpo era una bomba de tiempo y ella era el detonante. Quería matarla con su propio veneno: Una gran cantidad de arrogancia, un poco de prepotencia, una pizca de superioridad y el egocentrismo como ingrediente final. No le daría el gusto y la tal Amanda Jones parecía molestarla, así que lo usaría a mi favor. Ella me daría el arma que acabaría con sus ínfulas de dueña del mundo. Última clase: Filosofía. El día parecía no tener fin y ya estaba empezando a desesperarme. El profesor Erick, de apariencia hípster y bastante joven para ser profesor de filosofía, rompió con el típico cliché de aquel catedrático viejo, calvo y de anteojos que solo se para frente a sus alumnos a hablar de los grandes filósofos que marcaron la historia. Por el contario, era jovial, dinámico y muy elocuente. Su clase se tornó entretenida. Empezó a hablar del sentido de la existencia humana: ―A lo largo de mis estudios... y digo de «mis estudios», porque mis años como profesor son menores a los libros que he leído, y los cursos de preparación que he tenido, he podido observar cómo poco a poco la sociedad ha perdido el valor de lo que significa la verdadera esencia de la vida. El sentido que tiene el paso de cada ser humano por este espacio terrenal. Enfocamos nuestra energía en el alcance de una meta y nos olvidamos de que el camino también es la meta. Que es una evolución permanente, porque es ir descubriéndote en tus derrotas. En tus alegrías. En lo que das. En las personas que se cruzan fugazmente y te enseñan que lo efímero puede convertirse en infinitud, porque su huella jamás se borra, forma parte de lo que eres ahora, bien o mal, dejaron una enseñanza que contribuyó en tu evolución como ser humano. Hablaba con tanta pasión, que consiguió sumergirnos en cada palabra que decía. ―No es fácil hablar de disfrutar de la vida, cuando estamos viviendo en una sociedad que se alimenta de maldad, en una sociedad con sueños de cristal, donde la ira y la intolerancia se han convertido en una forma de vida. Guerras, feminicidios, apatía, odio, violaciones, son el pan nuestro de cada día ―intervine por impulso. ―Para combatir la maldad se necesita gente buena. Edmundo Burke dijo: «Lo único que necesita el mal para triunfar en el mundo, es que los buenos no hagan nada». En mi opinión, el mundo está lleno de magia, pero no todos somos capaces de verla. Esa magia la encontramos en paisajes, momentos y, a veces, en personas ―intervino Emily, después de haber permanecido callada durante todas las clases anteriores. Y antes de continuar, volteó a mirarme―: Y esta última es la más difícil de encontrar, ya que estamos rodeados de personas que tienen el ego más grande que el corazón. Personas que salen a la calle y olvidan traer consigo la amabilidad, la tolerancia y la gratitud que harían del mundo, sin lugar a dudas, un lugar mejor ―finalizó y sabía que se refería a mí. La chica era una caja de sorpresas. Aparentaba ser algo, pero luego se transformaba en otra cosa. Primero, era una defensora de injusticias. Luego, una creída a más no poder; y después, hablaba de la magia en las personas y de cómo se podía curar lo jodido que estaba el mundo. Sus múltiples formas de ser no me permitían descifrar quién era de verdad, y en la misma medida que sentía que la odiaba, también aumentaba mi curiosidad. ―Personalmente, creo que nos tomamos tan en serio el papel de jueces, que vamos por la vida juzgando y condenando las acciones de los demás, sin antes detenernos a pensar. ¿Qué estamos haciendo nosotros para mejorar el mundo? ¿Acaso lo que hacemos está contribuyendo a mejorar algo? Desear el dolor a quienes nos dañaron, no nos hace buenas personas. Creernos mejores que los demás, no ayuda para nada a la evolución de la sociedad, solo alimenta nuestro ego y nos coloca en una encrucijada de la cual se hace muy difícil salir. Sin darme cuenta, había iniciado un debate entre ella y yo. ―Bastante interesantes sus cuestionamientos. ¿Cuál es tu nombre? No recuerdo haberte visto en mi clase antes. El profesor, sin saberlo, cortó la tensión que empezaba a aumentar entre nosotras. Me presenté y percibí una buena energía en él. Empezaba a agradarme hasta que se le ocurrió la genial idea de arruinarlo todo. ―Las quiero juntas en la actividad de hoy. Estoy seguro de que de la unión de sus mentes podremos aprender mucho. Además, puede que los siguientes cuestionamientos filosóficos salgan a la luz ―dijo jocoso, y con emoción. ―Pero, profe, Emily es la compañera de grupo de Daniela. Yo puedo ser el compañero de Victoria si quiere ―se ofreció Joaquín, que insistía en estar conmigo. ―Estoy seguro de que Daniela puede sobrevivir y seguir destacándose en mi clase sin Emily, pero agradezco su desinteresada oferta, señor Evans. Todos rieron, mientras arrojaban trozos de papel a Joaquín en señal de burla. ―Disculpe, profe, pero Joaquín tiene razón. Siempre he hecho grupo con Daniela y me gustaría que siguiera siendo así ―señaló Emily. ―Yo no tengo problema en hacer lo que usted dice, profe. Quizá tenga mucho que aprender de mi compañera y de su forma de tratar a los demás. También me gustaría conocer la magia de la que hablaba hace unos minutos ―añadí con sarcasmo, solo para fastidiarla. ―Reconozco los talentos. Así como también cuándo deben unirse para sacar lo mejor de ellos. Confíen en mí. Muy pocas veces me equivoco, y sé que ustedes no serán la excepción. Así que escojan a su pareja y empecemos. ¡Y no, no están permitidos los grupos de tres! ―Empezó a escribir en el pizarrón y todos empezaron a formar sus grupos. Emily no podía disimular su incomodidad al no tener influencias sobre la decisión del profesor. Por lo que vi, le gustaba tener la última palabra, pero ese día, fue la excepción. ―¿Qué pasó, Wilson? ¿El profesor Erick no está en tu nómina de cafés y donas? ―inquirí, mientras movía mi escritorio frente a ella para empezar con la actividad que mandó el profesor. ―¿Puedes dejarme en paz? ―Chica justiciera... si esto apenas empieza.
Editado: 08.07.2024