Clarisse se había entretenido bastante doblando los vestidos y acomodando la demás ropa que usaría durante su estadía en Cumbria. Al principio estaba temerosa, creyendo que el internado se ubicaba en dicha región de Inglaterra a más de 80 millas de Londres. También el hecho de que la mayoría de los poblados fueran tan pequeños a comparación de la gran ciudad de la niebla le había hecho preocuparse porque no estaba acostumbrada a vivir en un entorno rural. Para su buena suerte Valerian aclaró que se trataba de un viaje familiar que planeó con antelación antes de que ella ingresara a Leoba ubicada cerca de Epping Forest, pues dentro de poco ya no podrían verse con tanta frecuencia como antes; más que en los días feriados, fines de semana y la temporada navideña. Aunque la noticia la entristecía no quiso amargar el resto del día con malos pensamientos como la idea de que su padre no quería estar cerca de ella durante su futura “fase rebelde” en la adolescencia, se dio unos golpecitos en las mejillas para despertar y centrarse en el viaje.
«Será mejor que no le haga saber a papá lo que pienso o de lo contrario se preocupara más» meditó sobre aquel asunto.
Procedió a colocar su cárdigan blanco en la maleta y después intentó cerrarla, pero el broche se negaba a ceder; su padre comenzó a llamarla en ese momento.
—¿Está lista tu maleta, mon cœur?
—¡Ya casi, es solo que no me deja cerrarla!
—¿Quieres que te ayude?
—Si... ¡no! Yo puedo sola.
—Si no quiere cerrar, sube encima de la maleta y después aplasta la tapa con cuidado. Clary, pero si no funciona por favor dime para ayudarte. —dijo con un ápice de intranquilidad en el tono de su voz.
—Eso haré, espero que funcione Peré.
Siguiendo al pie de la letra las indicaciones de su padre, pudo al fin cerrar la maleta y bajó hasta la sala para dejarla en la alfombra junto con el resto de los enseres que llevarían en su larga travesía.
—¡Clarisse, cuantas veces te he dicho que no cargues cosas tan pesadas! Podrías salir lastimada y tendría que operarte para que volvieras a caminar.
Le había dicho Clarisse.
No tenía nada en contra de su primer nombre a diferencia del segundo que a su parecer era demasiado extravagante (tanto que solo escribía la inicial) o “un poco exótico” como decía su padre, “Clarisse” encajaba mejor con ella por más aburrido que fuera. Pero si algo sabía muy bien es que cuando él decía su nombre estaba en graves problemas, así que prefería mil veces más que la llamarán “princesa” por más empalagoso que fuera ese apodo a escuchar una larguísima regañina que seguramente le esperaba.
Decidió evitar un sermón con todas sus fuerzas incluso si eso significaba tener que intentar ganar una discusión con su padre, una misión casi imposible.
—¡Pero no pesaba nada! Solo tenía ropa y unos cuantos libros, además hace tiempo me dijeron que si aprieto mi estómago para levantar las cosas no me saldrán hernias.
Miró atentamente la reacción de su padre: sus cejas rubias se juntaron hasta que finalmente dejó escapar un suspiro cansado, de aparente derrota contra la voluntad de su hija.
—No tienes por qué hacerlo, la próxima vez que hagas algo así estarás castigada.
No pudo evitar sonreír de manera triunfal al escuchar sus palabras, un error del cual se arrepintió tan pronto se dio cuenta de que no había disimulado nada bien su júbilo.
Su padre comenzó a poner una cara seria.
Ella tragó saliva, ¿cómo había podido subestimar a su padre? Era demasiado cauteloso, nunca se debía bajar la guardia cerca de él.
—P-pero si ya no nos veremos en mucho tiempo, ¿para qué me querrías castigar?
Su padre en lugar de conmoverse por su declaración, entrecerró sus ojos mientras la reprendió con el rostro impasible dando su respuesta:
—Por ser una niña desobediente, y por más lejos que estemos seguiré siendo tu padre. Podría castigarte en Navidad, y no te prepararía el chocolate especiado que tantas amas. Olvídate del panqué de frutas, de los regalos, de las fiestas con tus amigas…
—¿Es una broma, cierto?
— Para nada. Nos la pasaremos en casa tejiendo manteles y servilletas, ya sabes al estilo croché…
Él no podría estar hablando en serio. No había manera de que él se atreviera a cometer una crueldad tan grande como esa, no podría arruinar su fiesta favorita. Incluso lo había convencido de plantar un abeto en el jardín con el único fin de adornarlo con listones en lugar de cortar uno para decorar con velitas blancas como el típico árbol navideño.
Él de todas las personas… Además ¡tejer con un ganchillo era una tortura!
—¡Peré eso no es justo! Es malo mentir a los niños, el croché es demasiado complicado y ¡esto es chantaje!
—C'est juste. Siempre te digo la verdad. El crochet es divertido, con suficiente práctica puedes hacer la ropa que tú quieras. Dime, ¿quién hizo tu primera chambrita de bebé? ¡Yo en el pasado era un joven inexperto del arte del tejido y ahora soy capaz de hacer muchas cosas!