«Se suponía que el día de hoy sería tranquilo. La mayor de mis preocupaciones sería estar pendiente de cuándo llegará Clary a la casa» pensaba Timotheé Baudelaire, devanándose los sesos. Caminaba de un lado a otro de la sala de la casa de la señora Prince, quién por la mañana había llegado de emergencia a su clínica junto con su sobrino y su cuñada. La señora Prince había intentado explicarle la situación, pero rompió en llanto antes de que pudiera hacerlo. Afortunadamente la señora Birch ya sabía lo que había ocurrido y le brindó los antecedentes de su paciente. El joven Robert Allen Birch, primo del paciente, fue quien lo acostó en la camilla para hacer una valoración.
Dorian Kingsleigh era un niño independiente que amaba la lectura, un hijo modelo y estudiante sagaz. Pero esa no fue la primera impresión que tuvo sobre él, a pesar de haber escuchado todo aquello de la boca de sus familiares.
En su lugar solo podía ver frente a él a un frágil ser cuya vida amenazaba con esfumarse en cualquier minuto, al igual que una vela podía apagarse con apenas un suspiro. Su cuerpo estaba inerte y el rostro tenía una palidez mortecina. Parecía más bien un cadáver, no un niño enfermo, pero el principal indicio de que luchaba por sobrevivir era que aún respiraba. A simple vista era algo imperceptible, pero ahí estaba su respiración: quieta y silenciosa.
La señora Prince se acercó con más calma después del breve examen médico, apartó el cabello negro que se pegaba a la frente sudorosa de su hijo y Baudelaire al ver aquella escena no pudo evitar sentir un regusto amargo.
El dolor que ella debía estar pasando era inimaginable y él desde lo más profundo de su corazón deseó jamás experimentarlo. No dijo ninguna palabra, porque no quería que supieran cuán afectado estaba él, al pensar en la probabilidad de que a su hija le sucediera lo mismo.
Vio a la mujer susurrar algo al oído de Dorian y después de apretar la delgada mano del niño entre las suyas, se apartó finalmente de su hijo y caminó dirigiéndose hacía Valerian.
Ambos acordaron regresar a la modesta sala de la residencia.
—Siempre me quejó de mi vida, ¿sabe?, de la mala suerte que tengo. Cuando creo que todo al fin irá bien, todo comienza a arruinarse otra vez.
—Señora Prince, recuerde que su hijo está bien en este momento.
Ella sacudió su cabeza negando los hechos, como si él hubiera dicho una mentira.
Absorta en sus propios pensamientos, Lilian Janice Prince-Kingsleigh, desviaba la mirada de su interlocutor por intervalos cada vez más prolongados. Y en cuestión de minutos comenzó a balbucear una especie de monólogo interno.
—Una sombra se apoderó de mis brazos y piernas. Todo se volvió negro, la oscuridad se tragó a la habitación... ¡No podía pensar!
—Señora Prince necesita calmarse, está al borde de una crisis nerviosa.
—¡Todo fue para nada! Mi hijo merece algo mejor de lo que puedo darle, nunca me di cuenta de que se sentía solo, nunca le dije que lo amaría siempre sin importar que....
—Por favor tomé asiento, recargue bien su espalda y coloque sus pies firmes en el suelo.
Ella pareció reaccionar al fin, pero solo de manera superficial, sin siquiera mirar dónde sentarse únicamente se guio por el tacto y se dejó caer en una silla.
—Pensé solamente en mí de nuevo, cuando lo vi ahí tirado sin moverse mi respiración se detuvo y sentí como se me helaba la sangre, ¡Nunca me había sentido algo tan aterrada en mi vida!
El doctor se sentó cerca de ella y siguió escuchándola. Su respiración era tan forzada que comenzó a hiperventilar mientras se cubría la boca con una mano y la otra el resto de su cara.
—Lo demás dejó de existir en ese momento, solo estaba mi niño muriéndose. ¡Lo siento no puedo pensar de forma clara!
—Señora Prince necesito que respire por mí, ¿de acuerdo? Inhale y exhale, tome diez respiraciones lentas. Concéntrese en su respiración.
—S-sí, lo haré
—Llamaré a la señora Birch para que le traiga un vaso de agua.
—Gracias doctor Baudelaire, no sé qué habría pasado si usted no hubiera estado disponible.
—Solo hago mi trabajo señora Prince, usted trajo a su hijo a tiempo y yo haré lo necesario para atenderlo.
Mientras subía a las escaleras de la residencia de la señora Prince le fue inevitable pensar en la situación actual. Era posiblemente el caso más difícil de su carrera médica hasta entonces, había estudiado para ser alienista pero también (debido a las carencias) atendía como si fuera un médico general enfermedades simples y accidentes.
«Necesitas ser neutral Valerian».
Se sentía algo superado por la situación, era consciente de lo poco profesional que se estaba volviendo la relación con esa familia; se había involucrado sentimentalmente con todos ellos, e incluso, les había revelado algunos fragmentos de su vida.
La cuestión era si había hecho lo correcto, distorsionó el juramento hipocrático para seguir sus propios valores e impulsos y ahora pagaba las consecuencias.
«Concéntrate en el caso».
Dorian era un niño que tenía problemas relacionados con sus patrones de sueño, tenía narcolepsia, pero también era insomne.
Su madre había descubierto que a veces fingía dormir por las noches y solamente descansaba la vista, pero nunca lo reprendió porque sabía que si lo hacía entraba en un periodo de sueño excesivo el más largo había sido hace un par de años: 3 días enteros. Sin embargo, logró despertar, aunque muy desorientado, irritable y con un apetito excesivo.
Ya había estudiado brevemente sobre casos así, en 1815 hubo un informe sobre un joven que tras una fiebre experimentó los mismos síntomas y en 1862 se registró otro caso. No había cura científica; para un médico convencional el niño estaba desahuciado, pero podría traerlo de regreso con otros métodos.
Parecía que su pasado como novicio no iba a soltarlo tan fácil, y él también se resignó. El problema era explicar todo y que le creyeran...