Louvel no era ajeno a las miradas embelesadas que las personas le lanzaban. Era consciente de que su belleza tenía un gran efecto entre las personas sin importar si eran hombres o mujeres. Al verlo por primera vez, quedaban prendados de su encanto, algo que le parecía bastante extraño porque desconocía aquello que lo hacía tan atractivo para las personas. En el pasado, cansado de tanta atención decidió lesionarse a sí mismo provocándose múltiples heridas en el rostro que le dejaron cicatrices notables.
Su hermano Timotheé intervino para eliminar hasta el menor rastro de ellas con sus habilidades de sanación y con la asistencia de una niña italiana quien venía al amanecer a aplicar bálsamos. Después se enteró de que se llamaba Gemma Nicoletta Ricci y que era una apasionada de la herbolaria. La hacendosa muchacha era mayor que él por unos meses, pero tenía una madurez más allá de su edad real: 13 años. Adivinar lo que pensaba era un misterio, posiblemente junto con su familia y amigos cercanos, la única persona inmune a su aspecto.
El primer día que la conoció usaba un vestido color mantequilla, desteñido y raído en el dobladillo. Un bonete de mimbre con cintas y flores moradas le enmarcaba el rostro en forma de corazón. Su piel canela parecía absorber la luz de la mañana, y destellaba como el bronce recién pulido. Descubrió en ese entonces que le gustaban las cosas brillantes, además de la luna de cosecha. A juzgar por el largo de la falda, aún era joven y debía tener más o menos su misma edad. Unas botas de gamuza café le llegaban hasta la mitad de las pantorrillas y cumplían con el deber de conservar su recato.
Ella siempre peinaba su largo cabello negro en dos trenzas y sus ojos castaños oscuros tenían una mirada fría como si su mera atención fuera un acto de misericordia. Más tarde entendería que era débil visualmente, a tal punto de considerarse a sí misma ciega. En las contadas ocasiones en que sonreía, ella lo hacía con una sonrisa que no llegaba a los ojos. Jamás se reflejaba alegría en su mirada, lo que lo llevó a preguntarse muchas veces qué era lo que le había podido haber ocurrido en el pasado. Aunque ella insistía en poner una distancia entre ella y el resto, eso no fue impedimento para que él buscará acercarse para conocerla mejor.
Poco antes de finalizar el tratamiento, aprovechando su cercanía (y que Timotheé se había ido a atender a Clary quien lloraba muy fuerte), cedió al impulso de atraerla para sí y la abrazó con fuerza, sin dejarla escapar. Aspiro el olor de su cabello lentamente, la fragancia de rocío, bergamota y lavanda silvestre se quedó impregnada en el aire de su habitación.
—¡Qué crees que estás haciendo, aléjate hombre impúdico! —gritó ella indignada mientras lo golpeaba con una almohada.
—Te estoy oliendo, quiero memorizar tu aroma. Así será más fácil encontrarte y sabré cuando estés en peligro —explicó abriendo sus brazos para dejarla ir.
—¡No me toques, suéltame!
Captó una minúscula lágrima en las pestañas de sus ojos humedecidos. Él nunca había visto esa expresión en su rostro y esperaba no verla de nuevo. De inmediato, se sintió culpable y avergonzado de sus acciones.
—Lo siento, no sabía que te enojarías, —continuó enfatizando lo que había dicho entre tanto levantaba las manos en señal de paz —pero hice lo mismo cuando me reencontré con mi hermano mayor, ¿sabes? Él huele a antiséptico, sándalo y romero.
—¡Eso es obvio y no necesité olfatearlo a diferencia de cierto maníaco!
—Tú también hueles a miedo, no lo tengas porque nunca voy a lastimarte. Déjame entrar a tu mundo, Nicoletta.
—¡No te dejaré! No volveré a verte después de esto, ¡así que no te hagas ilusiones!
—La hermana mayor, Áine huele a serbal, rosas y a sol. Nadie en la casa siente temor hacia mí, pero tú sí.
—¿Por qué crees que debería confiar en ti? El mundo es cruel, la vida no es más que sufrimiento. La gente te da esperanza y te llena de expectativas para defraudarte después.
—Tienes toda la razón. No es justo, pero es más difícil pasar por todo eso sola, yo prometo que algún día encontrarás un lugar al que puedas considerar hogar.
—¡Mientes como todos! Incluso las únicas personas que me entendían y amé con todo mi corazón, terminaron dejándome eventualmente. —farfulló mientras apretaba los puños y se clavaba las uñas en las palmas.
—¡Oye detente, estás lastimando tus manos!
—¡No tienes derecho a decirme nada cuando tú mismo te hiciste esas cicatrices en la cara!
—Yo tenía mis razones, no es que sea hipócrita... ¡bueno si lo soy!
—A veces estoy tan desesperada por sentir algo que comienzo a lastimarme, sin importar el dolor. Apegarse con las personas siempre sale mal porque cuando se van nada puede llenar el vacío de su ausencia y esa sensación de soledad... nunca se irá del todo.
—Entonces, ¿hubieras preferido no vivir todas las experiencias con tus seres queridos para evitar ese dolor? Si nunca los hubieras conocido entonces no te sentirás así ahora.
—¡No!, no cambiaría nada. Volvería a vivir todo, una y otra vez. El tiempo que pasamos juntas, sigue en mi memoria y es cálido en mi pecho
—Ahora lo entiendes. Yo también echo de menos a mis hermanos y hermanas, pese a que ya no estén conmigo. Duele porque amaste demasiado.