Clarisse por fin estaba en casa.
Pero su padre no había ido a recogerla. En su lugar fueron sus tíos Louvel y Nicoletta. "Ocurrió una emergencia de último minuto", eso les había contado a los adultos. Ella elegía creer en su padre.
Tampoco la recibió en la puerta, como ella hubiera querido. «Vendrá pronto; esto es algo temporal.» Él siempre regresaba por ella al final. «Siempre». Ignoró el disgusto que sentía por ver la casa tan vacía y siguió sonriendo hasta que le dolieron las mejillas. Tenía que acostumbrarse a que su padre cada vez tendría menos tiempo para ella y, en cambio, cada vez más para sus pacientes.
Pese a la naturalidad de aquella situación, era difícil de aceptar para ella.
Él prometió recogerla algún día, antes de que todo eso sucediera. Aunque no imaginó que fuese pronto, tampoco pensó que la dejaría plantada porque él siempre cumplía con su palabra.
La mayoría de las personas pensaban que era extraño para una joven de su edad estar tan apegada a su padre y continuar teniendo actitudes consideradas infantiles. Pero para Clarisse todos habían cambiado demasiado pronto en tan solo dos años; cuando ella tenía doce, la mayoría de las personas la consideraban una niña adorable, pero ahora con catorce años era solo una muchacha mimada y rebelde que se negaba a madurar.
Todo esto sobre convertirse en una mujer hecha y derecha era una molestia. Ah, la división entre hombres y mujeres se volvía aún más grande. De repente, no era apropiado estar en el mismo espacio que ellos, a diferencia de antes.
Ahora odiaba montar en bicicleta en el parque bajo la mirada indiscreta de las personas, cuando antes todo era más tranquilo. No lo entendía, ¡incluso ahora había escuelas de ciclismo para hombres y mujeres! ¿Cuál era el problema?
Tal vez su estilo de conducción y la vestimenta que usaba eran lo que realmente alarmaba a la gente. Nunca se preocupó por la elegancia ni las buenas maneras; si usaba pantalones como los varones entonces ¡podría sentarse en la bicicleta a horcajadas igual que ellos!
Cuando un día recibió un manual de etiqueta para la mujer ciclista de las manos de su propio padre, entendió que todo estaba perdido. Lo tomó con las manos temblorosas y le agradeció. La frustración no dejaba de echar raíces en su vida, también las ganas de llorar y de romperlo todo.
Su padre podía leerla con facilidad; al notar su comportamiento dijo que quería aclarar las cosas. Él solo había sido el intermediario. Fue en realidad el regalo de una vecina que decía estar preocupada por Clarisse y que le advirtió que era mejor para ella terminar con esta etapa de rebeldía. Al final Valerian le dijo que podrían deshacerse del libro si Clarisse lo prefería.
«¿No estás molesta conmigo, verdad, mon soleil?» le cuestionó a su hija.
Ella negó con la cabeza, pero en el fondo seguía sintiéndose herida.
Le encantaba practicar ciclismo porque podía sentir la brisa fresca golpeando su rostro y moviendo su melena rizada. No le tenía miedo a caerse porque sabía que se levantaría y seguiría avanzando.
Con cada pedaleo se volvía más fuerte, y al acelerar, las ruedas de la bicicleta la llevaban cada vez más lejos... como si pudiera ir a cualquier lugar que quisiera.
¿Era así cómo se sentían los pájaros al volar por el cielo?
¿Era así cómo se sentía ser verdaderamente libre?
Le gustaba ir cada vez más rápido. Tan rápido que sus cabellos dorados comenzaban a silbar.
Frente a ella, los paisajes empezaban a desvanecerse en colores vivos. Los contornos se desdibujan y se convertían en pinturas impresionistas similares a las reproducciones de Monet que su tía Nicoletta colgaba en sus paredes.
Antes ni siquiera le importaba lo que pensaban los demás sobre ella, entonces ¿porque ahora sí?
De pronto, su mirada tropezó con la pequeña estantería de su habitación. ¡Eso es! Leer la haría sentir mucho mejor. Repaso los títulos de los libros: Frankenstein, Jane Eyre, Alicia en el país de las maravillas, Mujercitas, Robinson Crusoe, Orgullo y prejuicio, Veinte mil leguas de viaje submarino, El cascanueces y el rey de los ratones... Su vista se detuvo en la copia del libro "Heidi" que su tío Louvel le había regalado hace tiempo, lo tomó entre sus manos soplando sobre la capa empolvada que se había adherido a la pasta dura.
Cuando era más joven había leído una y una vez las aventuras de Heidi con mucho entusiasmo, pero ahora que había crecido se daba cuenta de que aquella niña había sufrido más de lo que parecía.
No quería pensar en nada que la hiciera sentir llena de angustia.
Inquieta por la lectura, decidió interrumpirla abruptamente para leer algo más ligero por lo que tomó una revista de moda para ver las últimas tendencias en ropa y peinados.
Los vestidos se veían igual de incómodos que siempre; aunque algunos eran bonitos en cuanto a cortes y tonalidades, a ella particularmente le había gustado mucho un vestido de color salmón. ¡También le había gustado un peinado trenzado! Quizás si le pedía a la tía Nicoletta que le enseñara a cómo hacerlo podría usarlo al día siguiente.
Por primera vez en el día sonrió de verdad.
Ahogó un bostezo y comenzó a mecer la cabeza. Descansaría solo por un ratito. Creyó escuchar a lo lejos una voz que la llamaba por su nombre desde otra habitación... pero le fue imposible abrir los ojos.