El espectro de Samhain y la dama de los túmulos

Capítulo XXVI

Lynn respiró hondo antes de tocar la puerta de madera labrada con flores que pertenecía a Clarisse, la hija mestiza de Áine. Su querida amiga, a quien hacía varias temporadas que no veía, ahora estaba atrapada en sus nuevas responsabilidades como reina, las cuales le consumían más tiempo del debido. Siempre la imaginaba en su escritorio, escribiendo edictos.

La extrañaba mucho, pero comprendía que debía alejarse del mundo humano hasta que cesaran los rumores que habían comenzado más de una década atrás. El secretismo en torno a la segunda princesa del sur de Munster, de quien se decía que había tomado como consorte a un humano, persistía incluso después de que se conociera la tragedia que llevó a la muerte a su tía abuela, Clíodhna.

Clíodhna, la antigua reina de las banshees de Desmond, había dejado el Tír na nÓg para vivir con un simple mortal llamado Ciabhán. Ante esta supuesta traición, fue condenada a muerte. Las hadas podían tener amantes humanos, pero nunca debían casarse con ellos, y mucho menos ascender a la "Tierra de Arriba" en su compañía. Los humanos eran considerados juguetes de los que se podía disfrutar momentáneamente, pero que debían ser desechados sin falta antes de que su ambición traicionara a quienes decían amar.

Existían miles de testimonios sobre las desafortunadas selkies, atrapadas por humanos solitarios y hambrientos de compañía, quienes las capturaban con el fin de acabar con su soledad, sin importarles separar a estas mujeres del mar y de los suyos.

El romance entre un ser feérico y un ser humano rara vez salía bien; bastaba con leer las historias que se contaban entre los humanos para descubrir una gran verdad. Así, se narraba la historia de Melusina, el hada cuyo esposo rompió el pacto fundamental de su matrimonio, o la desdichada Ondina, traicionada por su amado Huldbrand, quien la engañó y desairó sin importar haberle jurado amor eterno. También se mencionaba a la ingenua sirenita, cuyo enamoramiento fue desafortunado y no correspondido.

Cuando el humano era quien se quedaba en el Otro Mundo, ocurría lo mismo. Oisín, después de vivir felizmente algunos años con Niamh, hija de Manannán mac Lir, decidió regresar a su hogar en Irlanda, solo para darse cuenta de que habían transcurrido trescientos años. Desconsolado, en su lecho de muerte, fue cuidado por San Patricio.

Lynn, sumido en esas reflexiones, recordó su propia experiencia al convertirse en un ser feérico tras haberse ahogado en el lago Bassenthwaite. Con tristeza, rememoró el momento en que vio a sus padres llorar, lamentando no haber podido recuperar su cuerpo. Ninguno de ellos podía verlo; él se había vuelto invisible para ellos y, por más que deseaba consolarlos, nunca podrían escucharlo. Los observó envejecer, y cuando ellos murieron, pidió a la guardiana del lago, Murgatroyd, quien tenía autoridad sobre las Gwragedd Annwn, que les otorgara sepultura.

Ese era el cruel destino que aguardaba a las hadas y a quienes se relacionaban con ellas; el mismo que había rodeado a Áine, su esposo y su hija.

Lynn aspiró aire nuevamente y, finalmente, golpeó la puerta tres veces.

—¡Ya les dije que quiero que me dejen sola! ¿Es que nadie comprende que quiero estar sola?

—Soy Lynn Waterhouse.

—¿Señor Waterhouse, qué hace aquí?

—Tus tíos me chantajearon para que viniera a platicar contigo, pero si estás indispuesta, será mejor que me vaya…

—¡Espere! —exclamó mientras abría la puerta abruptamente.

La niña tenía los ojos hinchados y el rostro desencajado.

Lo invitó a pasar a su habitación; a simple vista, no había nada inusual. Estaba decorada con papel tapiz rosa y molduras sencillas. Contaba con un armario, una mesita de noche, una cómoda, un pequeño escritorio, un tocador y un biombo. Así se suponía que eran los dormitorios modernos.

En sus tiempos, él dormía en un jergón, mientras que otras personas lo hacían en camas cerradas. Solo la gente más privilegiada contaba con tocadores y otros muebles, lo cual se estaba convirtiendo en un denominador cada vez más común entre familias como la de los Baudelaire.

La habitación estaba llena de elementos infantiles en los estantes: muñecos de felpa —entre los cuales se distinguía un conejo blanco con un lazo azul, un caballo overo y un gato negro—, muñecas de porcelana, una casa de muñecas, una caja musical y libros de cuentos de hadas y novelas de fantasía como "Alicia en el país de las maravillas", "El cascanueces y el rey de los ratones" y "Ondina". Lynn sonrió sutilmente al ver este último libro, ya que ese ejemplar le pertenecía a Áine.

En contraste, había objetos más "apropiados para su edad": revistas de moda y jardinería, así como una variada colección de novelas, tanto de romance como de ciencia ficción. Entre las obras destacaban "Frankenstein", "Veinte mil leguas de viaje submarino" y "Jane Eyre". También había libros de no ficción, en su mayoría sobre botánica y viajes—escritos en su mayoría por mujeres—, como "Viaje de una mujer alrededor del mundo" de Ida Pfeiffer, "Japón inexplorado" de Isabella Bird y "Mil millas Nilo arriba" de Amelia Edwards. Las paredes estaban adornadas con pinturas de Marianne North, un mapamundi, un cartel de Annie Oakley y recortes de periódicos acerca de Nellie Bly.

Entonces, como si una niebla se disipara de su mente, lo notó: las cosas en el dormitorio parecían desordenadas y las muñecas presentaban grietas. El papel tapiz estaba rasgado y los cristales de la ventana, rotos. Preocupados por la integridad de su sobrina, sus cuidadores habían podido pasar por alto que, en realidad, todo estaba disfrazado con un “glamour feérico”.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.