Aunque advertido sobre los riesgos, Alejandro Rios decidió enfrentarse a la prueba. Con cada paso que daba hacia la cámara donde se encontraba la máscara, las paredes del monasterio parecían vibrar con energía maligna. Sabía que debía mantenerse fuerte y resistir las tentaciones que la reliquia pudiera ejercer sobre él.
Cuando finalmente sostuvo la máscara en sus manos, sintió una oleada de poder y oscuridad que amenazaba con abrumarlo. Su voluntad fue puesta a prueba mientras la máscara susurraba promesas de dominio y conocimiento ilimitado. Pero Alejandro Rios recordó su propósito y resistió, sellando la máscara en un compartimento de seguridad.
Con la máscara asegurada, Alejandro Rios se dio cuenta de que su misión aún no había terminado. La colección de reliquias oscuras estaba dispersa por todo el mundo y caer en manos equivocadas solo traería desgracia. Decidió que debía encontrar un lugar seguro para custodiarlas y evitar que su influencia cayera en el mundo.