Cuando José Leonardo volvió en sí, estaba tendido boca abajo en el suelo. Se sentía adolorido, como si acabara de tropezar y golpearse la cabeza y el abdomen. Extendió los brazos, para liberar la tensión en los hombros, y descubrió con sorpresa que podía sentir el suelo áspero a través de las yemas de los dedos. También percibía un extraño aroma cálido: una mezcla particular de vainilla con especias que jamás había olido antes.
Al alzar la cabeza, se topó con Nuscaa arrodillada a su lado. La cercanía y el hecho de que su mirada estuviera fija en la suya, lo desconcertó. Retrocedió sobresaltado y examinó sus alrededores para reconocer dónde se encontraba: era el salón superior de la torre, en Neltiliztitlan, el salón de reunión del Consejo.
—Ten calma, has sufrido una caída fuerte.
Al escuchar a Nuscaa, su primera reacción fue buscar a una persona detrás de él, acostumbrado a ser invisible ante las personas del mundo de Yoltic. Cuando se percató que se dirigía a él, volvió la cabeza, avergonzado.
—Órale, sí fue en serio.
—¿Qué fue? ¿Juzgas que fue tan grave tu caída?
—No, no, no es eso. Espere ¿entiende lo que digo? ¿Lo que yo digo?
Aunque le pareciera que tanto él como ellos hablaban en español, era claro que en realidad se trataba de una lengua prehispánica, o de lo contrario sería imposible comunicarse. Parecía tratarse de un efecto de traducción instantánea.
—Con certeza.
José Leonardo dio una palmada en el aire, sonriendo entusiasmado.
—¡Funcionó, funcionó!
Bajó la mirada a sí mismo: vestía el mismo atuendo de algodón que había visto a Yoltic usar. Corrió las manos por su cabello, lacio y más largo que el suyo, y luego palpó su cara con cuidado, encantado de descubrir que tenía una piel lisa y joven, sin las finas arrugas que portaba desde que había cumplido treinta. Sonrió encantado. No quedaba duda: estaba en el pasado, en el cuerpo del joven mexica.
—¿De qué hablas? ¿Fue intencional tu caída? —preguntó Nuscaa.
José Leonardo se percató del extraño comportamiento e hizo una mueca. No podía despertar sospechas entre ellos. Debía actuar como su pasado si deseaba cumplir su misión. Se incorporó lentamente y aclaró la garganta, intentando imitar a Yoltic.
—Disculpe, señora, el trancazo me dejó mal —tartamudeó—, no perdón, el golpe, el golpe en la cabeza me afectó más de lo que pensé.
Al parecer, el efecto de traducción instantánea no aplicaba para palabras sin equivalente en el lenguaje prehispánico. Los miembros del Consejo lo observaron con incertidumbre y malhumor ante el súbito cambio de actitud y porte, incapaces de seguir el hilo de su plática. Arameni aprovechó el silencio y dio un paso al frente.
—Ésa es la prueba de su demencia: escúchenlo balbucear incoherencias. No podemos confiar en él. Lanza acusaciones infundadas…
—Suficiente, Arameni —intervino Laxidó—. El Consejo ha encontrado sustentadas las acusaciones de Yoltic y, aunque ello haya traído una gran turbación a nuestro corazón, debemos aceptarlas.
Estando tan cerca de Arameni, la encontró todavía más parecida a Citlalli. No solo eso, había algo en ella, en su presencia, en sus modos y voz, que lo hacía sentir como si finalmente estuviera en casa. Sin tener la menor sospecha del cambio, Arameni se incomodó ante la mirada fija de Yoltic y siguió con su exposición.
—Sólo han escuchado una versión que carece de verdad. Yo he venido a dar testimonio de que jamás hizo algo para traicionarnos.
—Sus actos sospechosos…
—Eran para encontrar la verdad sobre la muerte de su familia, yo lo ayudé y por eso estoy al tanto. Cuando se enteró de que Tleyótl estuvo involucrado en el asesinato, enfureció al creer que ustedes habían aceptado a un homicida sin examinar el contenido verdadero de su corazón. La ira le cegó y, en su rabia, lanzó la amenaza de abandonar Neltiliztitlan…
—Oye, perdón que interrumpa, pero, ¿estás hablando de Miztli?
José Leonardo finalmente reaccionó ante la plática que tenía lugar entre Arameni y Laxidó.
—¿De quién más? —respondió ella exasperada—. ¿Para qué crees solicité esta audiencia? Debo defender su honor y dignidad ante el Consejo después de tus falsas acusaciones y aprehensión esta mañana.
—No, no, no —José Leonardo dijo a Laxidó—. Ella tiene razón, Miztli es inocente. Necesitan liberarlo.
Los miembros del Consejo se quedaron atónitos. No podían entender cómo, quien unas horas antes lo condenó enérgicamente, ahora lo defendía. El terror de la amenaza de Tenochtitlan y el traidor se habían apaciguado esta mañana, cuando Yoltic llegó con Miztli apresado y les aseguró que no corrían más peligro. Ahora, ante el evidente cambio del joven, sus miedos regresaban.
—Por favor, señor, no le haga caso a lo que les dije antes. Todo fue un error y en realidad Miztli es inocente —continuó el juez.
—¿Entonces por qué te has presentado para argumentar lo contrario?, ¿qué hay de la reunión clandestina con Tlacaélel en la que lo has sorprendido?
José Leonardo titubeó unos momentos, incierto de qué responder. Todavía se sentía aturdido por el trance directo y, además, no sabía cuál era la mejor manera de darles noticias tan duras como lo era la traición atroz del hijo pródigo de Neltiliztitlan.
Editado: 18.08.2024