Después de un par de minutos incómodos y una mirada de Ethan que parecía querer atravesarle el alma, finalmente, se fue. No sin antes echarle un vistazo algo interrogante a Ava, pero al menos Brooke había logrado no decir nada que pudiera comprometerla aún más.
Cuando salieron del consultorio, Ava caminaba distraída y lentamente, como si no tuviera prisa alguna. Iba dando saltitos sobre las baldosas, tarareando una canción sin ton ni son, como si nada en el mundo pudiera perturbar su tranquilidad. Brooke, en cambio, solo quería salir lo más rápido posible, como si poner suficiente distancia entre ella y Ethan pudiera hacer desaparecer la realidad que acababa de explotar en su cara.
Tenía tanto que pensar al respecto.
Demasiado.
Sabía que estaba mal no haberle enviado siquiera un mensaje para contarle que tenía una hija. Pero, ¿cómo podía haberlo hecho? Durante mucho tiempo, la idea de hablar con Ethan le había parecido absurda. Innecesaria. Había estado enojada con él, y no de una forma ligera o pasajera. No, su enojo había sido profundo, arraigado. Lo había sentido como una punzada cada vez que recordaba el pasado.
Y si Ava no hubiese estado husmeando en sus cosas unos meses atrás, Brooke ni siquiera habría pensado en Ethan. Pero entonces, su hija había encontrado esa foto. Una que Brooke ni siquiera recordaba haber guardado.
Ava, curiosa como siempre, la había sacado del cajón y la había examinado con detenimiento antes de soltar la temida pregunta:
—¿Quién es este, mamá?
Brooke, tomada por sorpresa, había dicho lo primero que se le ocurrió.
—Un muchacho que fue mi novio.
Un ex, nada más.
Pero la conciencia no la había dejado en paz después de eso. Había pasado noches enteras mirándose al espejo, preguntándose si realmente estaba haciendo lo correcto. Si tenía derecho a guardar ese secreto. Ethan tenía una hija. Tenía derecho a saberlo, así como Ava tenía derecho a saber de dónde venía. Y, aunque lo había pospuesto una y otra vez, aunque había puesto mil excusas, ahora la vida se encargaba de empujarla contra la verdad.
Claramente ya no tenía escapatoria.
Las señales indicaban que debía sincerarse.
Era el momento.
—Dame la mano, Ava —dijo al cruzar la puerta que daba a la calle.
Ava obedeció sin cuestionar, y en el instante en que su pequeña mano se aferró a la suya, Brooke sintió un nudo en la garganta. Su hija le sonrió, y por un segundo, su mundo se tambaleó.
Porque esa sonrisa... era idéntica a la de Ethan.
Tragó en seco y miró al frente. No iba a pensar en eso ahora. Primero, necesitaba ir a la farmacia.
Estaba a punto de avanzar cuando una voz la hizo detenerse.
—Brooke, ¿puedo hablar contigo un momento?
La voz de Ethan fue suave, pero igual la sobresaltó.
Su estómago se encogió.
¡Estaba esperándola fuera!
Brooke sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No podía lidiar con eso ahora. No allí.
—¡Ethan! —exclamó, girándose con una mezcla de sorpresa y alarma.
Ava, por supuesto, no perdió ni un segundo en analizar la situación. Miró a Ethan con la misma seriedad con la que analizaba los dibujos animados que no entendía del todo. Y entonces, sin el más mínimo filtro, soltó una de esas frases que solo los niños pueden decir sin vergüenza alguna.
—¡Hola, señor! —saludó, levantando su mano con entusiasmo. Luego, su rostro se iluminó con un pensamiento repentino—. ¡Tengo mucho moco! Es verde y pegajoso.
Y como si Ethan necesitara una prueba, Ava extendió su manita para mostrárselo.
Brooke sintió cómo la sangre le subía al rostro en una oleada de pura vergüenza.
—¡Ava! —dijo apresurada, buscando en su bolso alguna toallita, antes de que la niña decidiera hacer algo peor, como limpiarse en la bata de Ethan.
Ethan, sin embargo, no pareció perturbado. Al contrario. Su sonrisa se suavizó, y por un instante, Brooke vio algo en su expresión que la dejó sin aire: ternura.
—Hola, pequeña —respondió, inclinándose ligeramente hacia Ava.
Ava lo miró con curiosidad, como si estuviera tratando de decidir si le caía bien o no.
—¿Tú también tienes mocos? —preguntó con una seriedad absoluta.
Brooke casi se atragantó.
Ethan soltó una carcajada baja.
—No por ahora, pero nunca se sabe —respondió con complicidad.
—Ava… —dijo Brooke, limpiándole la nariz y después la manito con una paciencia forzada.
Ava hizo una mueca, pero se dejó hacer.
—No te preocupes —dijo Ethan con naturalidad—, veo peores cosas que mocos todos los días.
Brooke lo miró de reojo, aun sintiendo un torbellino en el estómago. No podía permitirse distraerse. No ahora. Tenía que sacar a Ava de ahí antes de que la conversación se volviera más peligrosa.