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Ethan apoyó ambas manos sobre la mesa de la cocina y exhaló con cansancio. Frente a él, se esparcían decenas de ingredientes. Era martes por la noche, había salido de una jornada de dieciséis horas en el hospital, con una cirugía larga y complicada que había requerido toda su atención. Ahora, en lugar de estar durmiendo, se encontraba preparándose para el picnic del día siguiente.

Sabía que podría haber comprado todo hecho, pero quería que fuera especial. Quería que Ava tuviera algo preparado por él.

—Bien, repasemos la lista —murmuró, desbloqueando su teléfono y deslizando el dedo hasta la conversación con Brooke.

Jonathan, sentado al otro lado de la mesa, lo observó con orgullo.

—Dime qué necesitas y yo revisaré si lo tienes.

Ethan asintió y comenzó a leer.

—Fresas.

Jonathan buscó entre las bolsas y sacó una caja de fresas grandes y rojas.

—Aquí están.

—Uvas sin semillas.

—También.

—Plátanos, naranjas...

Jonathan sacó un racimo y lo dejó sobre la mesa, luego hizo lo mismo con las naranjas.

—Check.

—Chocolate para derretir.

—También.

Ethan continuó:

—Harina, azúcar, levadura, huevos, mantequilla…

—Todo eso está aquí —respondió, señalando una bolsa—. ¿Vas a hornear algo?

—Sí, Brooke mencionó que a Ava le encantan los panecillos dulces. Prefiero hacerlos yo.

Jonathan silbó, impresionado.

—Bien por ti.

Ethan no respondió y siguió con la lista.

—Queso crema y queso cheddar suave.

Jonathan revisó y asintió.

—Aquí están.

—Pepino.

—Listo.

—Pollo.

Jonathan sacó un envase con pechugas de pollo frescas.

—Sí.

Ethan repasó el resto de la lista: una manta para el picnic, platos, vasos, cubiertos y servilletas.

—Parece que tienes todo.

—Solo queda prepararlo.

—Bueno, entonces pongámonos a trabajar.

—¿Me vas a ayudar?

—Claro que sí.

Jonathan se arremangó la camisa con una sonrisa confiada mientras observaba los ingredientes sobre la mesa.

—Bueno, entonces, ¿por dónde empezamos?

Ethan señaló la harina.

—Voy a hacer los panecillos. Tú puedes poner a hervir las pechugas de pollo.

Jonathan asintió y se dirigió a la estufa mientras Ethan vertía la harina en un bol grande. Agregó azúcar, sal y levadura seca, y luego comenzó a batir los huevos en otro recipiente.

—¿Cuánto tiempo deben hervir? —preguntó Jonathan mientras llenaba una olla con agua.

—Unos quince o veinte minutos. Añade sal, un poco de ajo en polvo y laurel.

Jonathan siguió las instrucciones. Mientras tanto, Ethan entibió la leche y cortó la mantequilla en cubos pequeños.

—Mira nada más… el médico experto en cerebros también sabe hacer pan.

Ethan rodó los ojos mientras comenzaba a amasar.

—Lo dices como si nunca me hubieses visto cocinar.

—Disculpa, pero hace años que te alimentas de café.

—Sí, pero es por problema de tiempo, no porque no me guste cocinar o no sepa.

Ethan siguió amasando, sintiendo la masa pegajosa en sus manos al principio, hasta que poco a poco fue tomando una textura más elástica. Cuando estuvo en su punto, la cubrió con un paño y la dejó reposar.

—Listo. Mientras sube la masa, prepararé los sándwiches de pepino.

—¿Tienes pan para eso?

—¿No lo mencioné en la lista?

—No creo.

Jonathan frunció el ceño y comenzó a revisar las bolsas de compras con rapidez, apartando paquetes y envases hasta que finalmente encontró el pan de molde.

—Aquí está —anunció con una leve sonrisa de triunfo mientras lo colocaba sobre la encimera—. ¿Los harás con mantequilla?

—Con queso crema, así le gustan a Ava.

—Entonces déjame cortar el pepino.

Ethan asintió, sacando un cuchillo y una tabla mientras acomodaba el resto de los ingredientes alrededor. Abrió el paquete de pan y retiró las rebanadas, asegurándose de quitarles la corteza con precisión antes de untarlas con una capa generosa de queso crema.

Jonathan, por su parte, cortaba el pepino en rodajas finísimas, casi translúcidas, con movimientos ágiles y seguros. Las rebanadas se apilaban ordenadamente a su lado, listas para ser colocadas en los sándwiches.

—Perfecto —murmuró Ethan, tomando las rodajas y distribuyéndolas con cuidado sobre el pan untado.