El Explorador

CAPÍTULO I: "LAS VOCES".

La fría noche abrazaba las calles y llegaba hasta la pieza de Noah Peralta, un joven de doce años, que se agitaba entre sus sabanas, embadurnado en una capa de sudor, balbuceando quejidos mientras dormitaba. Parecía que se hallaba atrapado entre las telarañas de una pesadilla interminable.

"Noah, la hora se acerca... vendremos a reclamarlos como sombras por las calles". 

Se despertó exaltado de repente, barrió su mirada hacia a su alrededor con lentitud; como esperando que de entre la oscura habitación, saltara algo a atacarlo con ferocidad. Cosa que no sucedió, aún así en ningún momento bajó su guardia. Sin despejar su atención, manoseó su mesita de luz en busca de un frasco con pastillas, al palparlo, lo agarró y abrió la tapa de la misma con mano temblorosa; colocó dos de los comprimidos sobre su palma abierta, y se los llevó a su boca de golpe junto con agua en la pequeña botella que descansaba al lado suyo.

Cerró sus ojos al tiempo que inhalaba y exhalaba. No dejaba de temblar. Despejó sus sabanas a torpes patadas, no necesitaba fijarse en la hora para saber con exactitud cual era, las 03:33 de la madrugada. Siempre se despertaba a la misma hora, sin excepción, luego le era difícil volver a conciliar el sueño.

Se levantó de la cama en paños menores –andaba en un boxer amarillo–, y se dirigió frotándose las lagañas de las pupilas hacia el baño. Una vez ahí, encendió el flujo de agua de la canilla, llenó sus manos con ellas y se lavó así el rostro, para esconder así su llanto. Al terminar de hacerlo, se observó en el espejo y... colmado de rabia le otorgó un manotazo e hizo que el crital se partiera contra el suelo.

–¡Noah! –apareció su madre en pijama y con el cabello castaño enmarañado– ¿Qué hacés? ¿Qué te pasa hijo? Tranquilizate, ¿seguís escuchando las voces? –Ella lo abrazó y él lloraba con mayor intensidad. –¿Tomaste las pastillas, hijo? Recordá que solamente son ilusiones auditivas.

–Las tomo vieja, pero no sirven... yo no estoy loco vieja. Estoy saludable.–Respondía él limpiándose un hilo de mocos.

–Nadie dice que estás loco, nadie. Vos no estás loco, ¿me entendés? No estás loco. Vamos a ir de nuevo al psiquiatra mañana, ¿si?

–Tengo miedo, vieja.

 Al día siguiente, ambos, madre e hijo; fueron hacia al psiquiatra. Sandra entró primero al consultorio, mientras él esperaba en el pasillo observando sus manos. Cuando de repente, una voz volvió a invadir en su cabeza... "Noah, no vas a escapar de nosotros... somos tu verdadero dios".

Se agarró la cabeza entre lagrimones, intentaba contener gritar. No creía estar loco, pero si esto continuaba, terminaría volviéndose demente. Pensaba que a lo mejor, quitarse la vida era la única solución de acallar las espantosas voces acosadoras; las que aparecen de vez en cuando por el día y a la madrugada en sus sueños.

Al sentir que alguien tocaba su hombro, se desconectó de sus pensamientos. Levantó la mirada y encontró la cara de Sandra, su madre, ella lanzaba chispas por sus ojos; Noah no guardaba ni la más remota idea de lo que había hecho, ya que era perfectamente visible que estallaba de rabia. No obstante, era su turno para entrar al consultorio junto al psiquiatra. Obedeció.

El lugar era un tanto asfixiante, se apreciaba un aburrido escritorio marrón –se distinguía que se pulía con frecuencia–, una enorme biblioteca atestada de libros de todos los tamaños y grosores. Y el psiquiatra, un hombre relativamente joven, que le pidió que tomara asiento.

Al sentarse, el doctor apoyó frente a él, el frasco contenedor de las pastillas que ingería sin excepciones. También dejó unos archivos que adjuntaban placas del cerebro a modos de radiografía.

–Vos tenés una gran imaginación Noah, al menos es lo que quiero creer. Estás limpio, no existen patologías de esquizofrenia o demencia, cosa que es raro, pero podría suceder; sin embargo, vos estás sano. La medicación está empezando a ser desfavorable, repercutiendo en tu salud. –Mencionaba el profesional con tono sereno, desplazándose de un extremo a otro de la sala. Se detuvo y mirándolo a los ojos remató diciendo: –Si es una joda, se terminó, estás preocupando a tu vieja, lo cual no es bueno.

Noah sin mencionar palabra alguna, se incorporó con un rostro de temor al igual que convicción y abandonó la sala. Su madre lo interceptó y juntos salieron del lugar. Sandra indignada como furiosa.

–¡Es de no creer! ¡Una vergüenza, es un pelotudo de mierda, no sé como recibió el título! ¡Debió de hacerlo de pedo! ¡¿Cómo se atreve a hablar así de vos?! ¡Sos mi hijo! Pedazo de pelotudo. –Dijo ella comentando la última oración más para sus adentros, y a modo de disculpa ante su hijo por la calentura del momento, agregó... –Perdoná que estoy que no me controlo, hijo. Vos quedate tranquilo que yo misma me voy a ocupar de interceptar a otro especialista más apto.

Él no emitía ni palabra, un pavor envolvía su cuello como una soga, lo sabía; tenía la certeza de que aquello no era una invención y era real. Faltaba solo la confirmación del especialista... se aproximaba el fin. Las Voces vendrían a buscarlo, solo Dios sabría para qué; si este último en verdad existía.

 

 




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