El Explorador

CAPÍTULO I: "LAS VOCES (III)".

El terror invadía a Noah Peralta como jamás lo había hecho. Las supuestas “ilusiones” empeoraron, no tan solo eran auditivas, ahora dieron un paso más arriba todavía; convirtiéndose en ilusorias. Lo que dejaba en él un sabor amargo en su boca, sabía que la cosa no acabaría ahí, su intensidad aumentaría más y más.

Ya que, “Las Voces”, en un principio eran simples susurros en la lejanía, como si transmitieran un mensaje en un canal defectuoso, nefasto y oxidado. Sin embargo, a medida que los días transcurrían, tomaban mayor coherencia, intensidad; al igual que representaban una amenaza mayor. Pero, ¿quién entendería esa alocada idea? Resultaba tan sorprendente como desquiciada, sería un dulce espécimen para la tesis de grado de un psicólogo en un sistema poco ético; en donde se estudia al paciente con herramientas psicoanalíticas sosas debido a la poca experiencia en la práctica del estudiante, el cual retiene conocimientos de manual.

Nadie, en absoluto sería capaz de ayudarlo por más doctorados que tuviese, lo sabía, estaba solo… y lo demostró en sus expresiones faciales, cuando su madre recibió al nuevo doctor que mandaron por causa de la llamada.

Quien observó era a un hombre perteneciente a la tercera edad, el cual denotaba un rostro invadido de profundos surcos y cansino. Su cabeza exhibía una agravada calvicie, con excepción de algunas hilachas color nieve; con un espíritu de lucha demoledor, que no declinaba ante la amenaza de la edad. Vestía además el guardapolvo correspondiente de médico y un estetoscopio colgaba de su arrugado cuello.

―Bienvenido doctor, le ruego que pase y revise a mi hijo. Se lo suplico, me preocupa muchísimo. Hoy tuvo un ataque… no sé muy bien. ―Mientras Sandra exponía lo que sucedía, se conseguía leer aflicción en sus ojos.

Antes de que el doctor consiga responder, Noah interrumpió, fue conciso:

―¡Estoy harto de ver doctor tras doctor, nadie me va a ayudar con lo que tengo! ―Al terminar de decirlo, fue hasta su cuarto, se encerró ahí y no consiguió evitar lanzar algún que otro lagrimón. Para no escuchar a nadie agarró sus auriculares de casco y se puso a escuchar heavy metal.

Pese a escuchar aquella estridente música, una voz chillona y autoritaria lo llamó, dicha voz cubría por completo la música que escuchaba… como si su cabeza fuera una emisora de radio sintonizando una señal en la lejanía. Una constante que acabaría por volverlo loco, si ya no lo estaba ―a esa altura ya ni lo sabía―.

Lanzando un grito de impotencia y rabia, se sacó los auriculares de sus oídos con un manotazo bastante torpe, para lanzarlos con vehemencia contra la pared. Su celular que estaba conectado al dispositivo salió arrastrado por la fuerza de impulso, cayendo un metro aproximadamente de él.

Genial, ahora su madre se preocuparía mucho más aún por él, e insistiría en que aflojara su actitud y se dejara tratar; o como decía ella, al menos intentarlo. Que no perdía nada en absoluto por acceder, sin embargo, claro que perdía; por supuesto que perdía… y mucho. La situación lo desbordaba de por sí, y eso sumado a los exhaustivos estudios a los cuales lo querían someter inútilmente era una pérdida de tiempo, debía de existir alguna otra manera de explicar todo esto.

―Noah… quiero charlar con vos por favor. ―No era la voz de su madre, aquella serena que se oía del otro lado de la puerta, era del doctor―.

―Dejame en paz, no quiero hablar con nadie. Quiero que me dejen de joder, quiero estar solo, nadie me puede ayudar con lo que tengo. ¡Y menos dándome esas pastillas de mierda que no sirven para nada! ¡No estoy loco para que me estén drogando!

―Despreocupate, no voy a medicarte nada, solamente deseo charlar con vos.

―¿Me estás jodiendo? No voy a caer en un truco tan pelotudo, vos te hacés el amigo para que yo entre en confianza, te abra la puerta y me inyectas tu mierda ésa. ―Dijo Noah con lágrimas en los ojos, pero intentando disimular lo mal que se sentía emitiendo falsas risas de burla y perspicacia.

―Sin trucos… sin medicamente. De hecho ni es necesario que me abras la puerta. ―Se silenció por unos momentos y acercándose más a la puerta le dijo: ―te creo, creo en vos, en todo lo que decís y tenés que confiar en mí. Vengo para salvarte del Empire Space, son ellos los que te hablan… alienígenas.

―¿Qué? ―Se estremeció.

―No quiero que enloquezcas y termines sucumbiendo ante ellos, no quiero que vos ni que nadie más recorra el mismo camino que mi nieta. ―Su voz empezaba a quebrarse―, mi amada nieta… Dios, ¿por qué?

Rompió en sollozos sonoros… Noah se aferró al picaporte y bajó su mirada, parecía tan real, ¿debía confiar en él? Empezó a dudar, no sabía cómo proceder, inhaló una gran cantidad de oxigeno; dio dos vueltas a la llave de su cuarto y abrió la puerta. Se volvieron a mirar cara a cara… el hombre intentaba dejar de llorar.

Sentada en el sillón, conteniendo el llanto por la situación en la que se encontraba su amado hijo… Sandra pensaba si aquel doctor estaría capacitado y podría ayudar a convencer a su hijo a recibir ayuda profesional. Esperaba que aceptara, la situación la desbordaba, desde que habían llegado “las voces”, su vida se volvió en un infierno; miedo nocturno, ataques de pánico violentos y un innumerable historial de reuniones de psicopedagogas del gabinete del colegio presionándola de que Noah debe con urgencia recibir asistencia terapéutica y neurológica.

Llevó su mano izquierda al cuello, sentía una contractura terrible y dolorosa, en definitiva el estrés y la ansiedad causada por la presente situación: la estaban abrumando, el fin de semana próximo retomaría sus clases de yoga. Le urgía tener un poco de paz interior… y respirar.

Agarró el control remoto para encender la televisión, al prenderse enseñando la imagen paulatinamente, pudo observar que estaban dando las noticias en canal trece. En ella mostraban la fotografía de una joven de la edad de Noah, quien habría desaparecido… un enunciado rezaba: “CONTINÚA SIN APARECER MELISA GARCÍA”.




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