Erekai
Luego de días de bajar la montaña con mis camaradas, mi ánimo se volvía cada vez más oscuro, nuestro fin era seguro. Por siglos no se había visto ninguna hembra, nosotros éramos los últimos, ninguno había conseguido engendrar, y los pocos que lo habían hecho no lograron transmitir sus características a sus vástagos.
A donde quiera que fuéramos hallábamos detractores, las pocas alianzas que manteníamos eran débiles y mi título real me valía muy poco. Nuestro territorio era cada vez menor, y las malditas ratas de la "luz" se reproducían como eso mismo, como ratas. Por lo que teníamos pocas opciones para elegir concubinas.
Estábamos cerca de llegar a las montañas medias, aunque era frío y en algunos lugares había nieve, no era tan frío como la cima, donde habitábamos.
Había guerras en todo nuestro derredor. Los deleznables orcos solían proveernos de mercancías de calidad, pues hacían de intermediarios entre los lugares cálidos y nosotros, que no tolerábamos las altas temperaturas.
Cuando llegamos a su "estación", Asha, su líder, no se encontraba, esto me molestó, pues la asquerosa criatura sabía que yo venía en camino, ya era demasiado para mí tener que lidiar con ella, que tenía pocas luces, pero sus súbditos eran peores. Sin embargo, había dejado órdenes específicas a sus secuaces, sobre las mercancías disponibles y esto allanó el terreno de negociación.
Al entrar en el depósito donde estas bestias guardaban a las cautivas, encontré gran cantidad de mujeres, colgadas de jaulas en el techo, entre ellas había varias elfas que podrían haber resultado interesantes si no hubiesen estado tan maltratadas.
— Aquí están — dijo uno de los orcos mientras otros bajaban las jaulas para que pudiera examinarlas.
No tuve deseos de acercarme a ninguna de ellas.
— Ninguna sale de lo común. No valen lo que piden — expresé haciendo referencia al monto que habían estipulado al llamarnos.
— Señor, esta mujer... — uno de aquellos señaló a una criatura pequeña, en la cual no había reparado hasta ese momento, sorprendentemente era una humana, las cuales eran muy escasas en el mundo, pues la mayoría habían quedado al otro lado del velo, y los pocos que quedaban en nuestro mundo se habían cruzado con razas del día.
— Las humanas duran muy poco — expresé con disgusto.
— Pero esta, es una bruja.
— Una bruja — musité, eso era más asombroso todavía, pues a estas criaturas les costaba bastante manejar la magia, debían estudiar mucho. — ¿En verdad eres una bruja?
— No, no tengo nada de especial, soy... soy una mujer común — su voz temblaba y al acercarme pude oler su miedo, el cual me había pasado desapercibido, mezclado con el de todas las demás.
— Miente, nosotros mismos la vimos salir de un portal — gruñó uno de los guardias.
— No..., no sé como sucedió eso, ¡lo juro! — Se excusaba ella casi llorando.
— ¡Es mentira! — Sonó una voz detrás de mí.
— Cuéntanos cómo llegaste hasta aquí, humana — demandé.
— No lo sé... fue mi madre quien lo hizo — lágrimas gruesas mojaban su rostro, al analizarla noté que era bonita.
— ¿Y ella dónde está? — Una bruja sería de mucha utilidad en mis filas.
— Se quedó del otro lado.
— ¿Quieres decir que eres hija de una bruja, pero tú misma no lo eres?
Usé mi don de persuasión para hacerla hablar.
— Solamente soy una aprendiz — gimió.
— ¿Y cuál es tu nombre?
— Médora, Señor.
— ¿Sabes quién soy, Médora? — Pregunté, señalando a uno de los orcos para que abriera la jaula. Ella asintió con la cabeza observándome con miedo en sus ojos, y yo continué hablando. — Bien — sonreí tomándola por el brazo. — ¿Deseas vivir, Médora?
— S... Sí, sí, mi Señor.
— Perfeccionarás tus artes y usarás tu magia para mí, a cambio de tu vida.
— Lo... lo... lo haré, mi Señor.
Salí del lugar arrastrando a la humana detrás de mí y ordené a mis hombres que escogieran algunas mujeres más.