Erekai
Debía admitir que la humana era bella, aunque era pequeña, tenía proporciones perfectas, una piel extremadamente suave y un rostro hermoso, sus ojos de color azul eran cautivadores, añadiendo a todo esto, que su deliciosa sangre me había saciado como ninguna otra. Me sentí tentado a tomarla como amante, pero no era ese el motivo por el cual había invertido mi oro en ella, sino que necesitaba que trabajara con su magia para mí. Así que deseché estas ideas.
Cuando la traje de regreso al campamento, luego de haberla aseado y protegido del frío, Bran, mi segundo al mando, ya había puesto un ciervo de las cumbres al fuego. Armé una pequeña tienda mientras ella esperaba sentada a un lado.
Al terminar de montar la tienda la hice entrar en ella.
— Espera aquí, traeré comida.
Me alejé, avanzando con paso pausado, mientras la mayoría ya concluía el montaje de sus tiendas. Las esclavas se congregaban alrededor de la hoguera, ya que eran pocos los seres adaptados a las bajas temperaturas de las cumbres como nosotros. Eire, el más despreocupado de mis seguidores, inició el resonar de un tambor, mientras algunos disfrutaban de bebidas, risas y trataban de hacer bailar a una elfa de cuerpo esbelto.
Me acerqué a ellos y me serví una jarra de Aymirith.
— Mi rey, una de las elfas ha hablado sobre vampiras en el oeste. Tal vez deberíamos investigarlo — comentó Jon uno de mis comandantes.
Las posibilidades de que eso fuera cierto eran muy bajas. Yo me sentía desahuciado al respecto.
— El invierno está muy cerca, no creo que sea factible viajar ahora.
— Entiendo tus dudas, ¿pero si fuera cierto? — Insistió
— Si tú quieres hacer ese viaje, hazlo, pero no esperes que envié a nadie contigo.
—Por favor, no podemos perder esta oportunidad. Entiendo que hayas perdido la esperanza, pero nosotros no.
—Si deseas hacer este viaje y que te acompañemos, tendrás que esperar a que pase el invierno — aseguré manteniendo mi postura.
— A veces eres tan terco. ¿No entiendes que esta podría ser tal vez nuestra última oportunidad?
— Sabes que, hagamos una votación. Los que quieran acompañarte van contigo, los que quieren quedarse, se quedan conmigo. Si encuentras a esas supuestas vampiras puedes quedarte con ellas.
Hablé con toda seguridad sabiendo que probablemente no encontrarían nada.
— Acepto, que así sea, en la noche partiremos.
Ya no vi sentido en continuar la conversación, tomé unos trozos de carne y me dirigí a la tienda para alimentar a la humana.
***
Médora
En ese momento, cuando lo más crítico parecía haber quedado atrás, una inquietud persistía en mi mente: cómo obtendría los conocimientos necesarios para cumplir con el pacto establecido con el rey vampiro. Me di cuenta de que debía comenzar a recordar hechizos que había dejado olvidados, sabiendo que en el otro lado no tenían efecto, pero aquí, en este lugar, tal vez sí funcionarían. Seguramente sí, al menos eso siempre afirmaba mi madre.
El vampiro se adentró en la tienda, y sentí que todo el espacio se reducía ante su presencia imponente. A mi lado, se erguía enormemente, con su cuerpo semidesnudo que proyectaba una imagen salvaje, muy distinta a la concepción que yo tenía de un rey. No llevaba vestiduras lujosas ni ostentaba epítetos grandilocuentes. Era una figura que desafiaba las expectativas, marcada por una presencia más primitiva y feroz.
Él sostenía un cazo en las manos y me lo ofreció; en su interior había trozos de carne envueltos en lo que parecía espinaca o tal vez algún tipo de alga. Erekai tomó uno y empezó a comerlo, tomándome por sorpresa.
— ¿Puedes comer carne?
— Puedo comer muchas cosas, humana, ¿por qué lo preguntas?
— En nuestro folclore, los vampiros beben sangre nada más, y solo salen por las noches — aunque quizá en mi mundo estos seres ni existieran, pues todo lo que sabía de ellos eran mitos.
— Pues será otra especie de vampiros — respondió simplemente y continuó comiendo, evitando mi mirada.
Por mi parte, no podía apartar la mirada de él. Se sentó frente a mí, lo bastante cerca como para alcanzar el cuenco con la carne, pero no lo suficiente como para resultar intimidante. Sus brazos eran musculosos y largos, con unas enormes manos rematadas por largas uñas negras. Su piel era notablemente clara, creando un fuerte contraste con su extenso cabello oscuro que llevaba siempre trenzado. Sus facciones angulosas formaban una armonía única, pero lo más impactante eran sus ojos, de un rojo intenso con pupilas amplias. La esclerótica apenas se apreciaba, y los bordes de sus párpados mostraban un tono enrojecido, casi púrpura.
— Deja de mirarme así, si no quieres que esta sea tu última cena, mujer — gruñó sobresaltándome.
— Lo siento, es que yo nunca había visto a nadie como tú — me excusé. — Bueno, de hecho, no había visto nunca a nadie como ninguno de los que he conocido al llegar aquí. Siento mucha curiosidad, perdón.
— Los curiosos suelen terminar mal.
Decidí guardar silencio, considerando su mal humor. Terminamos de comer en unos quince minutos.
— Será mejor descansar, retomaremos el camino, apenas baje un poco el sol.
Asentí en silencio y me recosté junto a él sobre unas pieles. Al principio, la aprehensión me invadió, pero el vampiro me dio la espalda, demostrando desinterés, lo cual me tranquilizó un poco. Comencé a maquinar formas de escapar de él, pero luego me asaltó la incertidumbre. ¿Qué haría después? No sabía cómo conjurar un portal, y aun si lo supiera, no estaba segura de que funcionara. Aunque tenía algunos recuerdos sobre la creación del círculo y sus símbolos, las invocaciones se me escapaban de la memoria.