1 de Agosto de 2029
— Lauren, hija... — La voz de mamá resonaba por el pasillo, adoraba despertarme de aquella forma, aunque ésta vez, mí madre parecía apurada. Me incorporé con un poco de pereza en el borde de la cama y bostecé. La puerta se abrió luego de dos toques y la sonrisa de mamá pareció brillar más que cualquier otra luz en el mundo. — Llegarás tarde a tus clases, debemos irnos... — Las clases... Habíamos vuelto a clases hacía tan sólo una semana, y ya quería dejar la Universidad.
— Buenos días mamá... Bajaré en unos minutos. — Murmuré tirándome de espaldas a la cama mientras ella me miraba en forma de reprimenda.
— Cinco minutos Lauren... — Avisó con un tono burlón saliéndose de la habitación. Asentí levantándome nuevamente de la cama y me encaminé al cuarto de baño. Una oleada fría llegó a mi rostro cuándo lavé mí rostro, luego esa oleada se detuvo, dejando que el agua se entibiara por la temperatura de mi cuerpo. Sequé el resto de agua que quedaba sobre mis mejillas y cepillé mis dientes. No acostumbraba a peinar mi cabello y mucho menos maquillarme, siempre diría que la Universidad era para ir a estudiar y no para mostrarse.
Con un suspiro, abandoné el cuarto de baño. Dirigiéndome directo a tomar mi ropa. El clima era algo frío, por lo que encima de mí blusa, coloqué un viejo suéter con capucha para que cubriera el frío que golpeaba mí nuca.
Quité la capucha de mi cabeza al bajar las escaleras con todo listo y eché mi cabello hacia atrás con mi diestra. Al llegar a la cocina, mamá y papá hablaban de su trabajo, y de lo bien que estaban repuntando ambos.
— Buenos días papá — Saludé dejando un beso en su mejilla. Tomé una rebanada de pan tostado y un vaso de jugo, el cual mamá había exprimido solo para mí.
— Buenos días Lauren... — Respondió de la misma forma, con una sonrisa, suave. — Te llevaré en cuánto estés lista. — Aclaró levando una mano a mí mejilla para estrujarla. Asentí al instante y tomé mi jugo para luego comer la tostada con rapidez, dándole un buen mordisco.
— Estoy lista papá... — Avisé segundos después. Abracé a mamá y dejé un beso en su mejilla. Ella sonrió abrazándome una vez más. No siempre éramos muy demostrativas. — Nos vemos luego mamá...
— Cuídate amor... — Besó mí frente y yo sólo asentí repetidas veces. Seguí a papá hacia el coche. Unos segundos después ya estábamos en camino a la Universidad. El día estaba nublado, parecía querer llover, pero a la vez, el ambiente estaba por demás húmedo.
— Me avisas cuándo deba venir por ti... ¿Está bien? — Papá interrumpió mis pensamientos con su pregunta. Detuvo el coche en la puerta de la Universidad y asentí con una sonrisa, estirándome para abrazarlo. — Cuídate cariño... — Sonrió acariciándo mí cabello.
— Te quiero papá... — Murmuré. Rompimos el abrazo unos segundos después. Al entrar a la universidad, todo parecía normal, todo era tranquilo.
Dos horas, dos horas bastaron para que esa tranquilidad, estuviera en el fondo del océano. El terror comenzaba a invadir a las personas, en cuánto las sirenas de advertencia resonaron por todo Nueva York, y allí... Todo pareció desmoronarse.
La desesperación de no saber que sucedía se notaba, la preocupación en sus rostros. La línea de móviles no funcionaba, todos intentaban hacer llamadas, las cuáles nunca llegaron, cómo tampoco esas personas a rescatar a sus familias, a sus padres, maridos, hijos o esposas.
Los profesores sólo habían desconectado todas y cada una de las pantallas que había en la Universidad, tal vez para no causar caos, pero eso era aún peor.
La preocupación comenzaba a asustarme y gracias a eso, me decidí por volver a casa, las personas se habían vuelto locas, las llamadas no salían, las sirenas ensordecían el ambiente, los murmullos atacaban mí cerebro cómo si fueran miles de agujas clavándose en el mismo. De pronto, todo se había vuelto un perfecto desastre. Creí que se trataba sólo de una alerta, que tendríamos tiempo de resguardarnos de un tsunami, o una enorme tormenta eléctrica. Pero estaba demasiado equivocada.
Corrí por las calles de Nueva York, con prisa, con miedo. Algunas personas salían de sus hogares con maletas, otras... Sólo corrían desesperadas. Tal vez más que yo.
Al ver el coche de papá fuera, solo pude correr más rápido. Abrí la puerta con rapidez, el silencio era demasiado.
— ¡Mamá, papá! ¡Estoy en casa! — Avisé en un tono más alto que el normal y agitada. Pero nadie me respondió. — ¿Mamá? — Di unos pasos al escuchar movimiento en la sala y luego un vaso hacerse trizas contra algún lado. Di un salto al ver a mamá acercarse apurada a mí.
— Toma tus cosas Lauren, nos vamos... ¡Ahora! — Gritó viendo que yo no reaccionaba.
— Espera mamá... ¿Nos vamos? ¿Qué sucede? ¿A dónde vamos? — Interrogué sin entender. Estaba nerviosa al igual que mí madre. Ella tomó mí brazo con fuerza y comenzó a jalarme a la habitación. — ¡Mamá responde! — Grité soltando su agarre de manera brusca.
— Ya vienen Lauren... No saldremos de aquí... — Luego de sus palabras. Todo comenzó a cobrar sentido.
De pronto, las luces se apagaron. El ambiente oscureció, el sol pareció desaparecer, sigilosamente, me acerqué a la ventana y noté como el Sol era tapado por la luna. Todo se oscureció segundos después. — ¡Vámonos Lauren! — Volvió a gritar mí madre. Esta vez hice caso. Corrí escaleras arriba, mí cuerpo temblaba, por el miedo, por nervios. Tomé ropa, toallas húmedas, objetos de aseo y una foto, una foto en familia. Papá apareció en la puerta de mí habitación, haciéndome gritar al momento. Si, estaba asustada, y en ese momento, lo comprobaba.
— Vámonos... Debemos apurarnos... — Murmuró mí padre tomando mí bolsa. Con prisa, volvimos al piso de abajo. Mí madre tomó mí bolsa de igual forma y guardó agua, también comida enlatada, me la entregó y caminó delante mío, obligándome a salir de allí también.