El final de este amor

2

Me situó en el centro de mi habitación, observando el desorden que he hecho, resoplo al ver cuanto trabajo me espera. Por ello, he tomado la decisión de poner orden a mi desastre, no deseo una retada de mi furiosa madre. Llevo puesto un short jean desgastado junto a una camisa azul de mangas cortas, necesito estar cómoda. Me coloco mis audífonos para reproducir el álbum de canciones de Billie Eilish, la música titulada como bored invade mis oídos, con aquello me relajo comenzando a dar inicio a la limpieza.

—¡¿Por qué soy tan desordenada?! —me quejo, agarrando con fastidio mi cabello. Recojo las tres fundas de basura que he llenado de puros papeles, ropa degastada y zapatos que ya no me quedan, aun así, observo mi habitación hecha un desastre.

—Me rindo —vuelvo a quejarme con ganas de llorar, estoy frustrada, cansada e inquieta con la alergia que se aproxima con el polvo que abunda en mi habitación. No sé cuántas horas llevo, pero debo retomar lo que he empezado.

Alzo unas cajas dónde guardo mis zapatos favoritos para que no se ensucien tan fácil, me tambaleo un poco por el peso. Mi limpieza es interrumpida cuando tocan la puerta tres veces, los golpes son fuertes y apresurados. Resoplo fuerte, esto es mucho, ya me estoy arrepintiendo.

—¿QUIÉN ES? —grito, dejando una de las cajas en la cerámica de madera.

—Soy yo, cachetes de quico.

Una sonrisa alegre se figura en mi rostro, ya sabía quién estaba a punto de entrar. Me dirijo a abrir la puerta, camino descalzo sintiendo el frio de la cerámica. Aparto los audífonos de mis orejas, dado que en el camino los dejo en la mesita de noche junto al teléfono.

—¿Qué haces aquí, es muy temprano? —pregunto curiosa, al chocar con esos ojos marrones oscuros que enamoran.

Ella pasa como si fuese su habitación haciendo una mueca ante el desorden que encuentra, no me responde hasta que se sienta en el filo de la cama y tapa con el dorso de su mano derecha su perfecta nariz.

—¿Perdón? Son las cuatro de la tarde, gomita. Es la hora que siempre me aparezco —sus ojos se achinan y sus labios se entreabren para dar un estornudo nada escandaloso. A veces me pregunto: ¿Acaso ella no hace nada mal?

Mierda. ¿Tanto me demore haciendo una simple limpieza? Lo peor es que todavía no termino. Rasco mi cabeza con mis uñas, recordando a qué hora me dormí anoche y a qué hora me levante para que sea tan tarde, no creo haber demorado tanto en ordenar mis cosas, no recuerdo si vi la hora antes de empezar.

—Tus gestos me dan una respuesta terriblemente clara —afirma, tomando un pañuelo húmedo del paquete que esta sobre la mesita de noche —. ¿Qué hiciste ayer con tu novio? —preguntó, sin ninguna muestra de emoción.

Decide tumbarse en la cama y yo prosigo a continuar con lo que me queda, mientras respondo.

—Ehh, me llevó a comer a uno de los restaurantes del centro comercial que queda cerca del colegio, me compró un helado mixto de vainilla y chocolate —no sé si me está prestando atención, pero continuo— Luego, me dejó en mi casa, porque dijo que tenía cosas que hacer y después me llamaba.

Vuelve a retomar la posición que tenía hace unos minutos atrás, la miro al ver de reojo su movimiento, sus ojos están fijos en mí, su mirada es tan frívola que si pudiera congelarme ya lo estuviera y de por sí ya sin vida.

—¿Te llamó? —cuestiona, sin dejar de verme, mierda eso me pone nerviosa.

Doy unos cuantos pasos para llegar a la mesita de noche, tomo mi teléfono y reviso, en este momento no había ninguna notificación sobre él.

La miré recelosa, creo que al responderle vendrá su charla sobre no escoger chicos malos, ya saben los típicos chicos que ponen tu vida de patas arriba, pero de problemas.

—No, no me ha llamado.

—Aubrey, esos chicos que son populares en sus colegios no son nada buenos para una chica como tú —declara, señalándome con su dedo meñique. Creo nunca poder entender la razón que tiene para señalar con su dedo meñique, pero me imagino que le gusta.

—He leído muchas historias y así son en los libros —ni idea si mi argumento sirva—, se hacen llamar los chicos malos, pero después conocen a una chica como yo y se enamoran perdidamente de ella— respondí, dejando caer mi cuerpo en mi camita mientras mi mejor amiga se pone de pie, colocándose frente a mí.

—No estás en tus libros de romance y fantasía, deja de ser ingenua —me reprende de una manera tan fría, que si no la conociera me dolería lo que dice, continuó—. Estas en la realidad Aubrey, los chicos como ellos no cambian, te va hacer daño y no quiero que pases otra vez la misma historia.

Toma asiento de nuevo a un lado de la cama, aquí es donde me encuentro con mi mejor amiga, aquí es donde sé que cuando su mirada se comienza a perder, su enojo desaparece y ya no derrocha hielo con su mirada que me hace dar escalofríos, es cuando en realidad muestra preocupación por mí. A veces, me cuida tanto que si algún día peleamos de una manera muy fuerte mi corazón se haría trizas, ahí si mi vida la doy por culminada, no es que me vaya a morir, tengo una madre que no la hare sufrir de esa forma, pero odiaría la vida y no saldría de casa.

—No te preocupes, todo estará bien —me incorporo para darle un fuerte abrazo de oso, la jalo para acostarnos en la suave cama que tengo, le doy besos de cariño en su mejilla. Se queja, gruñendo que la suelte, pero quiero quedarme un poco más para absorber el maravilloso olor de su perfume costoso.

—Solo te lo advierto —se separa, acomodándose en la cama, a mi lado.

—¿Vemos película? —le pregunto, sonriendo como una niña contenta por tener una muñeca nueva.

—Recién me acabo de acostar —chilla, tapando sus ojos con el brazo.

Rio, al notar que nuestra amistad es hermosa, sincera y divertida.

—Yo preparo todo, tú mujer salvaje —rueda sus ojos—, quédate aquí acostada en cama ajena —respondí, retirándome de la habitación, sonriente.




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