Ya no sé si el primer amor se puede llegar a olvidar, esto es tan complicado, todos los escombros barridos vuelven aparecer como si una maliciosa escoba los haya traído de vuelta. Creí en mi segundo amor, creí en falsedades que por estúpida no logre descifrarlas antes de caer de nuevo al sitio más recóndito de mi mente, donde lo guardo con cadenas y varios candados viviendo con el miedo de que aquellos elementos se rompan. Ha llegado el día que más temí, el que pensé que no llegaría, es mi momento. ¿Tu que piensas, mi querido diario? Al fin al acabo, eres tú quien conoces mis luces y oscuridades, sin ti no conociera la otra mitad de mi ser...
—¡Aubreey! —el llamado de mi madre desde la cocina, me hace cerrar la laptop rosa por impulso por el miedo a que lea lo que escribo, aunque ella este abajo.
—Dime —respondo elevando un poco mi voz, dejando a un lado el aparato que guarda mis secretos.
—Anda contesta el teléfono, estoy ocupada en la cocina, por favor —ordena y me dispongo a hacer caso.
—Voy —le aviso, guardo la laptop en el primer cajón de la mesita de noche.
Bajo las escaleras lo más rápido que pueda al escuchar el sonido de llamada, camino hacia la sala sacudiendo mis manos sin sentido o motivo alguno. Agarro el teléfono, presiono el botón de contestar sin ver el nombre y digo:
—¿Hola?
—¿Aubrey?
Me quedo en silencio al escuchar su voz, maldigo internamente el hecho de que justo mi madre este ocupada y tuve que contestar, me arrepiento de no haber caminado lento hasta que la llamada se cortara.
Suspiro, tratando de mantener la calma y no ser grosera.
Aubrey: ¿Para qué llamas..., padre?
Padre: quería hablar con tu mamá respecto a ti, pero es mejor si eres tú con quien estoy hablando ahora mismo —dice en un tono grave.
Aubrey: no voy a hablar contigo, padre.
Padre: Aubrey por favor, no vuelvas al pasado de nuevo hija —resopla impaciente al otro lado de la línea.
Aubrey: lo siento, pero por ahora no quiero que vuelvas a mi vida y peor a la de mi mamá —respondo agobiada.
Padre: Aubrey, por favor escucha...
Dejo de escuchar su voz al cerrar la llamada, escucharlo no me hace bien, es ahondar en recuerdos que me lastimaron, algunos dicen que no es para tanto, no obstante, fue un golpe imprevisto que me dejó por mucho tiempo con un moretón que nadie curó, ni él que fue el causante. ¿Cómo dejarlo atrás? ¿Cómo avanzar si tuve un padre ausente que no le importó el daño que iba a causar? ¿Cómo logro soltar esos recuerdos que se clavan como flechas en mi corazón? No se puede o yo no puedo.
Me dejo caer en el sofá, quedando acostada boca arriba con un brazo colgando percibiendo como mi mano toca la fría cerámica de madera, el otro brazo lo acomodo detrás de mi cabeza, soplo para quitar una hebra de cabello que se interpone en mi rostro.
Miro el techo, el sonido de la tv se va alejando de mis oídos, me distraigo tanto que ya no escucho nada, es un silencio eterno que me gusta. Me imagino como sería vivir con una familia unida, que si se presenta un problema lo solucionen entre ellos y se apoyen mutuamente, que hagan reuniones cada cierto tiempo, que festejen las navidades juntos, que el fin de año no solo reciba un abrazo sino muchos, que hagan brindis gritando los mucho que están orgullosos de su hija, nieta, prima y sobina.
Trago saliva sintiendo un sabor amargo en mi paladar, porque aquello solo es una imaginación que no pasara jamás porque simplemente el tiempo avanza y no retrocede. Mi familia se destruyó hace mucho tiempo atrás por una tipeja que embrujo a mi padre, lo separo de mí cuando más lo necesitaba en mi vida, donde anhelaba cada noche poder ver a mamá y papá sentados cada uno en los extremos de mi cama para contarme un cuento, para escuchar de sus voces que soy la niña más bonita de este mundo y que era la mejor e iba a ser la mejor en un futuro, lo anhele tanto como al imaginar una familia unida, el dolor me cala en el pecho porque jamás fue así, nunca sucedió, era pequeña y derroche tantas lagrimas que no merecía; yo merecía sonrisas que mi madre tuvo que luchar por sacarlas, cuyo motivo era porque yo quería a los dos no a uno, quería todo no algo incompleto, pero con el tiempo aprendí a guardar lo que me dañaba y me propuse hacer feliz a la única persona que se esforzaba y se esfuerza por mi todos los malditos días de su vida.
Cierro mis ojos, junto mis labios en una delgada línea, y recuerdo unos de lo tantos días que supe que no todo iba a ser igual, que la alegría de una familia se había desvanecido.
*flashback*
—Mami, ¿dónde está papi? —pregunté a mami que estaba sentada en el sofá de la sala mirando la puerta principal de nuestra casa.
—Estoy esperándolo cariño —respondió mamá, muy seria.
—¿Pasa algo malo, mami? —examiné su rostro con temor.
—Eres muy pequeña para entender los problemas de los adultos hija mía —dice mamá en un susurro muy bajito, acaricia mi cabeza con las yemas de sus dedos.
—Tengo 10 años mamá, soy una niña grande que puede ayudar en casa —respondí satisfecha de mí misma.
Mamá se río, para mirarme con sus ojos avellanos sin detener la acaricia en mi suave cabello.
—Serás una buena chica amor, pero ahora debes ir a tu cuarto —ordena, mirándome con dulzura —, anda duerme hija. Papá llegara tarde del trabajo.
Asiento, hago caso yendo a mi cuarto. Me acosté en mi cama y abracé mi oso de peluche, justo cuando escuché el abrir de la puerta, papi había llegado...
—Aubrey, ¿estas bien cariño? Respóndeme —implora mi madre jalándome de los brazos, no entendía por qué hacía eso, su rostro era la definición de preocupación.
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Editado: 03.10.2022