El final de este amor

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Niall

Percibo el toque del viento en mi rostro como si fueran sus suaves manos, cierro los ojos y la recuerdo. Su sonrisa, el movimiento de su cabello cuando saltaba por algo que le ocasionaba felicidad, sus ojos achinados causados por una sonrisa de oreja a oreja. Ella no le costaba esforzarse para agradarle a alguien, su esencia es única y pura. Tan solo al tenerla por unos segundos a mi lado era—y es— capaz de ponerme de rodillas y besarle los pies.

Sin embargo, el pitido estruendoso de un auto me lleva al desequilibrio de mis pensamientos. La imagino desolada, melancólica, sufriendo por una culpa procedente por mí. Aprieto mis manos en forma de puños, no recuerdo con exactitud lo sucedido. Odio haber denegado la compañía de mi amigo que es como mi hermano, por el simple hecho de hacerme creer superior y unirme al grupo que me causaría perder a la chica que amo.

—Poste a la vista —me informan.

De inmediato abro mis ojos, detengo mis pasos de manera abrupta ocasionando perder el equilibrio por unos segundos. Vuelvo a estabilizarme. He quedado a centímetros del poste. Dirijo mi mirada de pocos amigos sobre mi hombro hacia la persona que se encuentra detrás de mí, matándose de la risa.

Alza su mano izquierda al aire indicándome con el dedo índice que le dé un minuto. Me agacho rápido para recoger una diminuta piedra. Me volteo al instante que le lanzo lo que recogí. El maldito logra esquivarla, continúa riéndose mientras observa como la piedra cae a metros de nuestra distancia sin causar ningún daño al alrededor.

—Mierda —pausa, señalando donde cayó la piedra. Me mira como si no creyera lo que insinuaba hacerle—. Ese lanzamiento fue con demasiada fuerza —tose de pronto, inhalando el aire como si le faltara luego de las carcajadas de burla que me brindó.

—Te hubiera lanzado a la calle —declaro de mala gana. Posiciono mis manos en mi cintura. Respiro profundo y continúo mis pasos.

—Oye amigo, te he salvado de que pases vergüenza y una llevada de emergencia al hospital —reclama, colocándose a mi lado. Se calla, mirándome en espera de una respuesta, solo encojo mis hombros sin importancia, bufa mirando al otro lado—. De nada, ser creído —susurra, molesto.

Sonrió, quitándole de las manos la botella de agua que había comprado al inicio de nuestro recorrido. De reojo veo la mala mirada que me dedica al ver cómo me bebo lo que es suyo. Tomo hasta la mitad, tapo la botella, suspiro satisfecho y se la entrego diciéndole:

—Amar es compartir —rio, siendo descarado. Jamás comparto lo que tengo, llevo o llega a mí.

—Me das asco —ríe, destapando la botella para beber de un golpe el agua restante.

Mi mirada se desvía a las rejas verdosas que me permiten ver el lugar donde me había reunido hace unos días con Aubrey. Me detengo para enfocar mi visión en el escalón dónde me había sentado con ella. Puedo recordar su hermoso aroma de flores y rosas, su nerviosismo que la delataban sus manos inquietas, la incomodidad que desbordaba al rozar conmigo, además del vestido que la hacía ver una chica delicada y bonita, pero estoy seguro que no fue por decisión de ella ponérselo…

Recuerdo sus últimas palabras que me dieron la esperanza a un nuevo comienzo, fue el suspiro que necesitaba mi corazón para volver latir sin freno.

Me es imposible olvidar todo lo que la hace ella. Maldita sea, esa mujer engrupe a cualquiera con tan solo una mirada. Me vuelvo loco con el simple hecho de que sus bellos ojos grises oscuros se fijen en mí, con tal acción me hace perderme en ellos con ansias de admirarlos por toda una vida.

—Deja de pensar en ella —intervino Frank, moviendo su mano derecha sobre mis ojos, quitándome la vista de aquellos escalones que cambiaron el saber de mi existencia.

Almaceno aire en mis cachetes para luego soltarlo. Es una de las tácticas que hacía desde niño cuando sentía que el mundo me caía encima.

—Desearía que no hubiera pasado nada aquel día —cierro mis ojos —. Desearía estar con ella en este mismo instante, abrazarla…—pauso, figurando una sonrisa al pensar y preguntarme que estuviéramos haciendo en este momento. Quizás estuviéramos corriendo juntos, riéndonos de cualquier tontería…

—La recuperarás —ubica su mano sobre mi hombro derecho—. Pero debes dejar de soñar, anda a conseguirlo así la vida te coja como saco de boxeo, sigue luchando si crees en lo que sientes. Grábate en tu estúpida cabeza la palabra resiliencia.

Asiento. Abriendo mis ojos.

—¿Crees que puedo logarlo?  —pregunto, vacilante.

Frank suspira golpeándose la frente.

—Siento que todo lo que dije hace unos momentos valió mierda —se gira, decepcionado —. La hubieras recuperado hace un tiempo atrás, pero no hiciste caso a mis consejos, como el de ahora, por ejemplo —enfatiza sus últimas palabras.

Coloco el dorso de mi mano en mis labios, debo evitar reír por el bien de los dos. Frank, parece una chica ofendida con su amiga por una tontería sin importancia. No niego que sus consejos si son malditamente buenos.

—Tenía miedo, Frank ¿Cómo iba a ir con la cara de perro triste a pedirle perdón por algo que no lo tiene? ¿Cómo iba a explicarle lo que sucedió si ni yo tengo la maldita idea? No me iba a creer, peor dejarme la puerta abierta cuando fui el responsable de su sufrimiento. ¿Y si jamás me perdona? —resoplo, deslucido —. Fui un cobarde que en vez de intentar recuperar su amor deicidio esconderse como un imbécil.

—A veces la cabeza si te sirve —suelta con la mirada al frente—. A veces no, no podré superar el hecho que te hayas atrevido a ser un babboy al verla trabajando en el supermercado —ríe, haciéndome recordar mi estúpida actuación. Lo rescatable es que ya no volveré hacer algo que no soy.

—¿En qué estaba pensando, Frank? —niego con mi cabeza, riendo.




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