El fracaso de Katty Thomson.

Capítulo 6:

Desperté desorientada, ahogué un grito asustada por no reconocer nada ¿acaso él...?

 

  • Oh, ya despertaste — mis ojos se clavaron en Iván, solté el aire retenido.

 

  • Ay — me quejé cuando traté de mover la cabeza, sentí miles de pullas atravesándome.

 

  • Te golpeaste la cabeza al desmayarte — explicó dejando una taza en la mesita. Encendió la luz, me quejé de nuevo — te traje una pastilla y un té.

 

  • Gracias — murmuré adolorida.

 

Me tendió la taza junto con la pastilla — le avisé a tu hermana, pensé no decirle hasta que despertaras, pero está lloviendo muy fuerte.

 

Pasé la pastilla, suspiré al sentir el suave té de manzanilla recorriendo mi cuerpo — está bien, le explicaré bien luego.

 

Sonrió — Al parecer la lluvia tardará un poco — se levantó — ¿quieres comer algo?

 

Mi estómago gruñó en respuesta, lo miré avergonzada — creo que sí — respondí tímida.

 

  • Puedes quedarte aquí o también tengo una televisión en la sala, está conectada con la cocina. Hice amago de levantarme, buscando mis botas — Están ahí — señaló el rinconcito que dejaba el armario — quédate así, el piso está limpio.

 

Miré mis medias negras, me encogí de hombros para ir detrás de él. La casa no era muy grande, la sala era pequeña, conectada con la cocina y la entrada, el baño en único pasillo y otra puerta por donde entraba claridad, se veía el torrente de agua, solté un suspiro, tardaría un poco en aclarar.

 

  • Iré al baño — grité desde el pequeño pasillo.

 

Se asomó por el muro — vale, iré adelantando.

 

Cerré la puerta con pistillo, mi cara se veía demacrada debido a la gripe, me aferré a la encima ¿Por qué tenía que estar en la misma universidad? ¿Cuándo demonio había regresado de Suiza? ¿Por qué entre todas las personas en el mundo debía ser Derek? Me recogí las mangas del suéter para poder refrescarme, estaba en casa de un desconocido, pero, aun así, Iván me transmitía una paz sumamente tentadora. Salí del baño con lentitud, me sentía algo desgastada. Noté que escuchaba una música, era jazz, un suave sonido que salía de los parlantes llenándome de calidez — Buen gusto — comenté acercándome un poco a la barra de desayuno. Volteó a verme con una linda sonrisa, tenía un delantal de gatitos — Lindo delantal — me burlé un poco.

 

  • Búrlate, sé que me veo ridículo, pero me gusta — se encogió de hombros para seguir cocinando — te acomodé el sillón, hay almohadas y una manta.

 

Busqué con la vista el sillón, solté un chillido — ¡Tienes un gato!

 

  • Gata — corrigió — se llama Corunda.

 

Lo vi con el ceño fruncido — Pobrecita.

 

Me acerqué con lentitud, para mi sorpresa la gatita soltó un tierno maullido para treparse por mis jens — ¡Corunda, no hagas eso! ¡Maleducada! — regañó apuntándonos con un cucharon.

 

Tomé a la gatita en brazos para hacerle mimitos — eres una señora.

 

  • Lo sé — suspiró resignado.

 

Bajé a la gatita para deslizarme en el sillón y la manta, suspiré con gusto, decidí no encender la televisión y disfrutar de la música. Corunda se deslizo debajo de la manta para arrullarse en mi pecho — Tu casa es mi cálida, adoro esta paz.

 

Abrí los ojos para encontrarme con su rostro serio — Mi abuela decía lo mismo.

 

Mi estómago se encogió — Lo siento.

 

  • Tranquila, entiendo lo que quieres decir — se quitó el delantal para acercarse con dos platos para le mesita de café, regresó con dos vasos de lo que parecía ser jugo de mango. Puso dos cojines y palmeó su lado, salí debajo de la manta para unirme — mi abuela tenía un aura única, era amorosa y cálida. Ella fue quien me crio, esta es mi casa desde que tengo razón.

 

Mis ojos se cristalizaron — vaya, eso debió ser hermoso.

 

  • Sí, aunque mis padres son bastante lamentables — dijo pesadez, pinché el brócoli, recelosa. Odiaba esa cosa y la coliflor — pruébalo, está gratinado con mantequilla y queso mozzarella.

 

  • Eso suena a chef — respondí riendo.

 

Se encogió de hombros — Cocino sabroso. Los chicos y Aby, suelen pedirme que les lleve comida.

 

  • Ya veremos — reté, pinché el brócoli para meterlo de entero a la boca. Mastiqué un poco bajo su expectante mirada, solté un gemido de satisfacción — Dios, esto es delicioso.

 

Empezó reír a carcajadas — Te lo dije, cocino de maravilla.

  • ¿Puedo casarme contigo? — lo miré con ojos de cachorrito — debo vivir con esta comida toda mi vida.

 

  • Lo siento, pero soy un asco — hizo una mueca desagradable. Fruncí el ceño ¿qué?

 

  • Bromeas ¿cierto?

 

Negó — soy gordo, negro y feo, doy asco.

 

Me incliné para darle un golpe en la cabeza — Primero que seas gordo, no quiere decir que seas feo o asqueroso, segundo, no eres negro, eres moreno, tercero, no eres feo. Tienes un rostro muy lindo — terminé de decir sonrojada.

 

  • No lo creo, pero te lo agradezco mucho — su sonrisa era diferente, feliz, genuina — ¿Puedo preguntar algo? — dijo no muy convencido.

 

  • Adelante — solté un suspiro — sé que vas a preguntar.

 

  • ¿Quién es?

 

Tenía dos opciones hacerme la desubicada o decir la verdad a medias — Fue alguien que me hizo mucho daño en el pasado.

 

Me destruyo la vida y el espíritu.

 

  • ¿Por él vas a terapia?

 

Bajé la mirada, apretando el tenedor con fuerza — Sí y otras cosas más.




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