El gato azul

Despedida

Varios días andamos sin rumbo, bueno es lo que creo. El maestro me hacía practicar también mis habilidades, mi prioridad era ver el futuro. Meditaba por horas, guiado por su voz en ocasiones para algunas indicaciones.

 

Luego de mucho intentar me rendí, no tengo talento alguno. Aun meditaba, pero solo por aceptar su ayuda, tenía sueños extraños sin nada de sentido.

 

-Maestro, hoy también tuve uno de esos sueños extraños –le comentaba, el asintió como invitándome a continuar. –estaba todo rodeado de vegetación de colores llamativos, menos el verde. También había una bola negra entre los arbustos y las flores. Mientras avanzaba secaba lo que tocaba.

 

-No soy un excelente traductor de sueños, pero algo entendí. Te enfrentaras a alguien y tendrás que tomar una decisión importante.

 

Me mantuve pensativo luego de esa interpretación, en mi corto tiempo de vida, no hice nada importante. Pero también supe que podía ver el futuro a través de mis sueños, ya era un avance.

 

Así pasó un mes, los sueños eran similares y repetitivos es como si me hubiese atorado en eso.

 

-¿Sientes eso, Eyven? –pregunta.

 

Tratando de concentrarme, cierro los ojos, percibo un ligero aroma, es muy débil pero atrayente.

 

-Si maestro. Es hipnotizante. ¿Qué es?

 

-Creo que la encontramos –dijo emocionado –es la nepeta sagrada. Tenemos que seguir el olor.

 

Caminamos cuatro días seguidos, la vegetación se hacía menos y la comida empezaba a escasear. El terreno era arenoso, piedras empezaban a invadir el terreno, la neblina se hacía más espesa a cada paso.

 

Avanzamos lentamente, el olor cada vez más intenso. Llegamos a la base de una colina con rocas gigantescas, nos quedaba un bidón de agua y algunas papas. Esa noche antes de subir la colina fue nuestra última cena. No habíamos traído muchas provisiones por que era pesado cargarlos.

 

Antes del amanecer, comenzamos nuestra labor. Escalamos con agilidad, los espacios entre las rocas eran peligrosos porque la luz no se asomaba ahí estaba oscuro. Llegamos a la cima, el terreno era plano, los bordes eran verdes y ya no había rastro de neblina. Nos adentramos en el bosque espeso.

 

Daba la sensación de estar en una selva virgen, no había rastro de que hubiesen humanos ahí. Los árboles eran enormes, sus copas estaban muy lejos, las enredaderas envolvían sus troncos, las flores eran hermosas de muchas formas y colores. En los riachuelos fluían aguas cristalinas, los espinos no faltaban, camuflados entre los tallos de las flores.

 

Un par de horas después, el olor era intenso por todo el lugar, los ronroneos eran incontrolables, nos frotábamos con los árboles y nos obligaba a revolcarnos en el piso. Bastante humillante para mí, porque Naranai parecía llevarlo un poco mejor, pero no del todo.

 

-Cúbrete con esto –dijo, me alcanzó uno de los trapos con que secábamos las vajillas. Lo guardamos húmedo, así que estaba abombado.

 

Ya no se sentía el efecto de la nepeta, caminamos algo más tranquilos y más concentrados, pero parecía que caminábamos en círculos porque ya no sentíamos su olor.

 

-¿Qué hacemos, maestro? –pregunté.

 

-Creo que uno de nosotros tendrá que quitarse el barbijo. –respondió, pensativo. -¿Puedo confiar en ti?

 

-Si, maestro. –seguro mencioné, pero no entendía quien hacia exactamente qué rol.

 

Naranai se quitó el barbijo. Avanzamos unos pasos hasta verlo frotarse en los árboles, pero hizo algo incómodo, se frotaba en mí en ocasiones. Me alejaba despacio, él me apuntaba el lugar por pequeños segundos. No era capaz de controlar su cuerpo por completo.

 

Llegamos a la base de un árbol, un pedazo del suelo a su alrededor se había hundido, dejando ver sus enormes y gruesas raíces. Estábamos en la parte hundida, en el inicio del tronco, una pequeña planta se asomaba por entre las ramas de un espino.

 

Le indique con el dedo a Naranai donde podría estar, sacó otros de los trapos de su bolso e improvisó otro barbijo. Se acercó con dificultad, las piedras eran puntiagudas. Mientras tanto subía con más calma. Llegó, se agachó.

 

-¡No sé qué hacer! ¡¿Tengo que rezarle, romperle una rama o frotarme?! –gritaba indeciso y preocupado.

 

Me pareció algo cómico, no me esperaba eso.

 

-¡Intente frotarse y pida su deseo! –le respondo algo burlón, si él no sabía yo menos.

 

Intentó varias cosas, hasta creímos que no era la planta correcta. De pronto sus ramitas empezaron a desvanecerse.

 

-¡Lo logró, maestro! –le felicité.

 

Su imagen seguía intacta, nada cambió. Bajó despacio por las piedras, esperando ver cambiar su físico. Resbaló. Entre los arbustos se movían algunas copas de las plantas, el sujeto violeta se dejó ver. Con arma en mano le apuntó a Naranai, él estaba ocupado tratando de no herirse con una piedra.

 

No lo pensé mucho, si él moría todo este viaje hubiera sido en vano. Tal vez esto era lo importante que tenía que hacer.

 

Corrí lo más rápido que pude, me ubiqué entre el sujeto violeta y mi maestro. El arma dejó salir una bala que se me acercaba rápidamente hasta impactar en mi pecho.

 

Mi cuerpo cayó sobre una gran piedra, Naranai me sostuvo la cabeza. Lo observé atentamente, sus pies tomaban color y forma humana.

 

En sus ojos vi enojó, se levantó, extendió sus manos e hizo que el muchacho sea absorbido por un punto azul en el aire. Se lo tragó completamente. La humanidad se apoderaba de su cuerpo, hasta ya no quedar rastro de su apariencia felina.

 

-Gracias… Eyven -dijo con los ojos llorosos –nunca olvidaré lo que hiciste por mí, y se lo haré saber a todos.



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En el texto hay: gatos, aventura, magia

Editado: 07.05.2020

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