La cena con Gary y Mona duró más de lo que Emily hubiese querido y solo trajo malas noticias; la película se estrenaría en una semana, una semana en la que Mona estaría al pendiente de Danton para estar sincronizados para el estreno.
Emily odió esa palabra, de hecho odió cada palabra que la dulce, lista y condescendiente Mona pronunció. Como habló de sus numerosas virtudes, restándole importancia y mostrando desinterés en cada una de ellas.
Se reacomodó el cinturón de seguridad, cada vez que se hundía en sus pensamientos, se hundía así mismo en el asiento.
Danton la observó con su típica sonrisa de medio lado, encantadora por donde se la mirara, a pesar de que Emily no podía disfrutarla como siempre.
—¿Te agradaron? —cuestionó pasando su mano derecha del volante al rostro de Emily, deslizando los dedos por su mejilla para correrle tras la oreja un par de mechones que obstruían sus facciones.
—Si —mintió intentando sonreír para ocultar la apatía que la aquejaba—. Pero... ¿qué clase de apodo es Dano? —concluyó en un tono demasiado despectivo para su propio gusto.
Acababa de exponerse.
Danton entrecerró los ojos ensanchando la sonrisa;
—Sonó a celosa —canturreó jocoso.
Emily se sintió mal ante el apogeo de Danton, que ella estuviese celosa no era algo digno de festejar, o bromear siquiera. No era un sentimiento que le hiciera bien, le había estado quitando el sueño y la concentración. Aunque le costara admitirlo en voz alta.
—No lo estoy —mintió mirando como pasaba con rapidez la ciudad por su ventanilla, pero sin verla realmente.
Danny guardó silencio por un rato, ella podía sentir los ojos del hombre en su nuca, quizás esperando a que volteara para cerciorarse de lo que la chica decía era cierto o no y de verdad estaba celosa.
Tenía deseos de decirle que mirara al frente antes de que tuvieran un accidente, aun así el auto se detuvo antes de que ella pudiera formular las palabras, estaban justo frente al edificio de Emily.
No la llevaría a su casa. Otra.
—Nena —su mano la tomó del mentón, obligándola a mirar aquellos preciosos y suaves ojos verdes—, no tienes por qué estarlo.
Emily lo observó deseando hacerle mil escenas de celos y al mismo tiempo devorárselo de un bocado. Deseaba dejarle en claro que estaban juntos, solos, y que no le agradaba que anduviese cerca de esa mujer, aunque también deseaba que aquellos labios tan dulces y salvajes se apoderaran de ella.
Y él no tardó mucho en hacerlo, solo la observó un poco más, como si quisiera grabar aquel momento con su indiscutible memoria fotográfica. La tomó suave de las mejillas, describiendo caricias en ellas hasta posar sus manos en la nuca de Emily, atrayéndola a un beso profundo y desacatado que le arrebató cualquier sentimiento indeseado en cuestión de segundos.
Intentó abrazarlo, pero el cinturón de seguridad le limitaba cualquier movimiento, rio al imaginarse lo ridículos que se verían de afuera, tironeando de los cinturones como si no supieran desabrocharlos.
—¿Te quedaras? —le cuestionó separándose un poco solo para encontrar la traba y deshacerse de la seguridad que la mantenía pegada a su asiento, subiéndose a horcajadas para proceder con más comodidad la intempestiva sesión de besos.
—Pues... —murmuró él dubitativo, generándole una punzada en el pecho.
¿Pues?
La estaba rechazando otra vez, sin que le importara lo mucho que a ella le costaba proponer, dado su incorregible pudor.
Se removió, intentando ocultar su desentendido rostro tras el cabello.
—No importa, nos vemos —contestó, bajándose de la falta de Danton, arrastrando sus pies por el suelo del copiloto para apearse con rapidez de mismo.
—¡No, oye, espera! —llamó Danny saliendo de la todoterreno—. Si lo haré, ¿por qué no me dejas terminar mi oración?
—¡Porque ibas a decir que no! —convino cruzándose de brazos a causa del frío de la una de la madrugada. Giró sobre sus talones y entró en el edificio aprisa, atravesando el largo palier hacia el elevador. Oprimió el botón para que bajara y se cruzó de brazos otra vez.
—¡Digo que sí! —confirmó él, llegando hasta ella a largas zancadas mientras las puertas del ascensor se abrían—. ¿Me dejarás solo aquí afuera?
Emily lo observó desde su altura, observó con detalle sus ojillos suplicantes, su expresión de cachorrito y su lenguaje corporal, nervioso pero confiado.
Suspiró con fuerza, sabiendo que todo el viaje en ascensor se arrepentiría de su decisión. Lo tomó por la solapa de la americana azul oscura y lo metió con ella. Olvidándose del sentimiento de arrepentimiento al instante en el que las puertas se cerraron y él comenzó a besarla de nueva cuenta.
Así de simple cambiaba un ataque de histeria, así de simple él la apaciguaba y la convencía de que todo estaba más que bien.
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Emily despertó risueña cuando aún yacía la oscuridad, el otro lado de la cama estaba vacío, algo normal, ya que Danton era una persona muy inquieta al dormir. Se levantaba con frecuencia a hacer varias cosas sin sentido.
Retozó un poco mientras miraba el reloj digital de su mesa de luz, ese que Jamie decía que era como de Matrix. Eran las cuatro treinta de la mañana y esa hora puntual para el mayor de los Lane, era la hora del chocolate.
Desde que era muy pequeño la tenía. Despertaba cuatro treinta y corría a la habitación de sus padres a pedir por chocolate. Jeremy se negaba a tal caprichosa petición, sin embargo Grace, convencida de que, en efecto, esa era una petición del cuerpo de Danny más que de Danny en sí, ideó dejar una pequeña barra sobre la heladera para que, cada día que Danton se levantara en aquel horario, pudiera satisfacer esa necesidad somática.
Apenas Emily supo de esa historia, decidió hacer lo mismo; dejó noche tras noche una barra de chocolate sobre la heladera, recibiendo siempre en agradecimiento un camino de besos con sabor a cacao.