Escuchar «sorpresa» no fue algo que la calmara o alegrara a tope, menos cuando esa sorpresa era vitoreada por las dos reinas del escrutinio; tía Beverly Fern y Maggie.
Aun así Emily había intentado sonreír lo más franca posible y abrazarlas con rapidez, así no podían escudriñar su rostro cual predadores sobre un sabroso y regordete ratón y hacerle preguntas que no sabía ni quería responder.
—¡Que felicidad! —había exclamado y, antes siquiera de que Antoine intentara ponerse al día con la belleza que representaba la delicada figura de Maggie, su amiga de la infancia, Emily las había sacado del apartamento, dándoles una pequeña rutina/tour para que hicieran con Christopher mientras ella trabajaba en el estudio Fern's.
Prometió una cena fuera como también prometió algo que no podía dar; el cuarto de invitados que era actualmente habitado por Tony.
Llevaba cerca de dos horas trabajando en un par de fotos cuando el teléfono sonó en su bolsillo. Jamie llamaba para relatarle lo bien que le iba en su nuevo hogar y lo mucho que Artie había lamentado no poder verla el día anterior.
—Tú eres su clase de chica, ¿sabes? —le comunicó entre risas.
Emily puso los ojos en blanco ante la insinuación.
—Genial —exclamó falsa, provocando aún más risas en el interlocutor.
—Así que está tu familia —murmuró apenas se le calmó el estómago.
—Sí, y estoy en problemas, no sé dónde van a dormir, supongo que me tiraré en el sofá y le dejaré mi cama a ellas —planeó recordando lo pequeño y poco cómodo para dormir que era ese sofá.
Le iba a doler hasta el cabello al día siguiente.
—Ese sofá es muy pequeño como para dormir —murmuró, quizás pensando en la cantidad de veces que había palmado sobre el mismo y despertado al día siguiente con principios de torticolis. Carraspeó su voz de manera sospechosa y volvió a hablar—. ¿Y si vas a mi casa?
—Jamie, no puedo ir hasta WeHo...
—No, no —negó, riendo por lo bajito—, quise decir a la casa de papá, él no estará, tiene evento fuera de la ciudad...y, verás, me estarías haciendo un gran favor...
Entrecerró los ojos con desconfianza y vio como a dos cuadras venían muy lentas y conversadoras su tía y amiga, ya sin su padre y con un par de bolsas de compras acomodadas en sus brazos.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo es eso, pajarito?
El aludido lanzó un pequeño suspiro con tintes tristes que la hizo dudar de que se tratara de alguna treta.
—Se supone que cuando no está papá debo quedarme yo a cuidar de mamá y Frida...o sea, tú sabes, mamá toma calmantes, calmantes fuertes que le dio la psiquiatra y duerme de tirón —explicó, abriéndole los ojos a Emily respecto a varias cosas que habían mantenido a Danton distanciado de ella; Mimi estaba de verdad grave, necesitaba con sinceridad ayuda y presencia, y ella había estado teniendo pensamientos erróneos y egoístas en lo que al tema concernía, con la pobre de Mimi, la siempre positiva mujer sufriendo—, puede caer una bomba a su lado que no se despertará.
—Oh... —murmuró con un nudo en la garganta.
—¿Lo aceptarías? —rogó casi con desesperación—. Puedes dormir en mi habitación si sigues peleada con papá, está intacta, sólo me llevé mis posters y videojuegos.
—Claro —respondió sonriendo, sintiendo una pena terrible por Mimi, no sólo había perdido al hombre que amaba, sino había quedado incapacitada de cuidar a su propia hija como corresponde, como le gustaría.
—Me salvaste de un viaje de medianoche —silbó aliviado—. Tengo un proyecto pendiente para la uni, es en grupo, y nos consume mucho tiempo.
—No hay problema Jam —sonrió ella, observando como Bev y Maggie agitaban sus manos desde el otro lado del cristal para anunciar su presencia—. Debo cortar, tengo a tía Bev y Maggie golpeando el cristal.
—Las inquisidoras, suerte con ese par.
—Muchas gracias —rio antes de cortar, caminando a paso cansino hasta la puerta de entrada.
.. .. .. ..
Emily se había hallado a si misma con su tía y Maggie. Comiendo en un restaurante elegante —el sueño romántico de Beverly— donde no habían hecho más que reír y compartir bonitos recuerdos acompañadas de un par de copas de vino y, en su caso y con excusa de dieta, zumo de naranja.
Volver a la realidad de vez en cuando era muy bueno, su vida de Cenicienta casada con el príncipe no era tan perfecta como en las historias de su fanática número uno, Maddie.
Pero no lo cambiaría por nada del mundo, claro estaba.
Salieron del lugar diez treinta, cuando los ojitos de su tía comenzaron a cerrarse cual persianas, desacostumbrada a los horarios nocturnos, llegaron al departamento cerca de las once.
—¿Y en donde está Danton a todo esto? —cuestionó Beverly inspeccionado el cuarto de Emily, detectando un par de camisas de mismo en el sillón rosa—. Tenía deseos de verlo.
—En un evento —respondió la aludida dejándole todo lo esencial a mano a ambas mujeres—. Me dijo que fuera para su casa —mintió para librarse de las cien mil preguntas que le harían y que ella no tenía el más mínimo deseo de responder—. No ha parado el pobre, apenas llegue a su casa dormirá como un oso.
—¡Espero que ese hombre te cuide como mereces! Eres toda una madre con él —sonrió Maggie sacando su prolijo pijama con delicadeza desde el bolso que habían decidido compartir con Bev, quien cruzó una mirada aprobatoria con la joven.
—Y no me sorprende que te busque tanto, los hombres quieren mujeres a las que le quepan las polleras de sus madres —agregó para luego agregar en voz bajita y para ella misma—, por suerte para Des, no soy como la abuela Fern.
—Para que me quepan las polleras de Grace, debo nacer de nuevo —respondió Emily pensando en lo buena madre que había sido esa mujer, y como Danton la amaba con intensidad a pesar de que hacía años que había fallecido—. Bien, ya debería irme, antes de que se acuesten a dormir los habitantes de aquella casa —comunicó observando la hora en el iPhone, vacío de señales de Danton—. Cualquier cosa estaré atenta al teléfono, Maggie, ignora lo que sea que Antoine te diga, sus causas no tienen buenos fines.