El gato maullaba en la puerta de la habitación y Emily tenía el corazón destruido.
Así de simple e insulso como se oía. Pulverizado.
Como si fuese el último recurso de un barco a vapor y lo hubiesen echado a la hoguera para que el navío siguiese andando. Derretido, quemado, pulverizado; vuelto cenizas.
Nadie moría de amor, no, pero la tortura era a veces peor. Nunca creyó que su cerebro sería tan descaradamente malvado como para pasar por su mente repeticiones exactas de cada hermoso momento que había pasado con Danton. No sabía que su memoria podría almacenar tantos, tan intensos y brillantes, tan increíblemente arraigados que podía recordar a la perfección cada expresión corporal y facial del hombre, cada abrazo y cada beso. Incluso la temperatura del día o para que lado soplaba el viento que despeinaba el rubio cabello que él poseía.
Doloroso.
Se levantó de la cama a regañadientes sólo cuando el maullido de Leorio adquirió un atisbo desesperado. No quería ni comer ni beber, sólo deseaba un poco de la atención de la que hacia una semana carecía.
Abrió la puerta y lo tomó entre sus brazos. Al principio su pequeña mascota hizo las orejas para atrás, demostrándole que con un simple abrazo no remediaría toda la semana que se pasó tirada en la cama llorando e ignorándolo por completo. Mucho menos olvidaría que lo había hecho rogar, a él, un gato. Los gatos no ruegan.
—Lo siento —susurró con la voz rasposa y ronca por el llanto, entregándole pequeños besitos por todo el hocico—. Soy una mala madre humana.
El gato aflojó su cuerpito ante el amor recibido. Maulló suave, como si fuese un «lo sé, te perdono, mamá humana, pero que no se repita».
Emily caminó al comedor. Todo electrodoméstico que pudiera darle noticias estaba desenchufado. Incluido el wifi del departamento, a modo que sólo podía recibir mensajes de texto y llamadas. A la antigua.
Ni televisión. Ni radio. Ni internet. Ni pensamientos.
Un día después de haber dejado a Danton cometió el error de sintonizar una radio, donde la noticia número uno era la supuesta paternidad de Danton Lane. Noticia que según la misma emisora, estaba por todos lados.
Quizá a esa altura Chris, el manager de Danny, había salido a aclarar el asunto y decir que era todo mentira. Tal vez incluso había dado a entender la ruptura y la actual soltería del codiciado Lane.
Quizá ya se rumoraba un nuevo romance, podía ser. A pesar que día a día recibía insistentes llamadas de Danton que nunca atendía. Tal vez ya se lo vinculaba con alguien. Alguien como Mona.
No.
Ni televisión. Ni radio. Ni internet. NI PENSAMIENTOS.
Lo había dejado ir, pero no merecía eso. Mona no lo merecía.
Apretó los dientes. El dolor otra vez, las cenizas del corazón palpitando en un intento vano por desintegrarse en absoluto. Se ahogó, le costaba respirar, le costaba pensar más allá de su pavor más grande. Dio media vuelta y quiso retornar a la habitación, sin embargo una mano la detuvo.
Era Antoine, quien sin dudarlo cerró la puerta del cuarto al que Emily había transformado en una madriguera cavernosa, impidiendo que ella volviese a esconderse por otra semana.
Le sonrió con compasión. Metiendo el dedo en la herida con esa simple acción; ella rompió en llanto otra vez.
Él, con una simple seña de la cabeza, la guio al comedor, a los atisbos de normalidad y a una comida decente.
.. .. ..
—¿Estás segura que no quieres que me vaya? —preguntó Antoine dubitativo mientras Emily empacaba su bolso de viaje y una caja con ropa que Danton había ido dejando en el departamento, a través del curso de esos años.
—No, no quiero que te vayas —le respondió, lo más segura que pudo.
—No es cosa fácil tener al hermano de tu ex viviendo contigo —insistió, pero ciertamente precavido, no quería perder ese lugar, y se le notaba—. En algún momento querrás despedirme.
Emily lanzó un suspiró al techo, bastante cansada del tema.
—Sí, pero ni hoy, ni ahora —finiquitó Emily depositando una caja sobre la mesa frente a él—. Esta es la ropa de Danton. Llévasela cuando yo ya me haya ido y por favor no te olvides de llevarle a Leorio también, serán sólo tres días, dile que lo alimente como corresponde, nada de comida para humanos y nada de golosinas. Y dile que no lo traiga, que tú lo irás a buscar cuando yo regrese.
Antoine puso los ojos en blanco ante todas las indicaciones recibidas;
—¿Y si mejor le respondes una de las llamadas, o cuando viene a golpear la puerta lo atiendes y se lo dices tú misma?
—¿Y si mejor reconsidero la idea de echarte del departamento?
—Aquí nadie ha hablado —se apresuró a murmurar levantando los brazos en son de paz.
Emily negó con la cabeza mientras caminaba hacia la entrada en busca del collarín con la chapita identificadora que tenía su gato, el cual siempre estaba en el llavero junto a la puerta para su rápido encuentro.
Caminó moderadamente veloz, aun así no pudo evitar que sus ojos se desviaran con dolor a su tablero de corcho.
El tablero de la vergüenza, habría dicho Jamie en ese momento, ya que era el mismo que sostenía cerca de cincuenta fotos de Danny.
Se detuvo. Sintiendo aún más dolor del que quería estar experimentando en aquel momento.
Le dolían como nada, cada una de ellas más que la anterior. No quería tener ese sentimiento. Si no había televisión, ni radio, ni internet, ni pensamientos, ¿por qué debería haber imagen? Las imágenes hieren más que mil palabras y aquella agria felicidad que acarreaba cada una de aquellas fotos la estaba matando lentamente.
Cegada, tomó una al azar, simplemente sin ver de cual se trataba, puso sus dedos sobre un extremo de la misma y comenzó a rasgarla, planeando hacer lo mismo con todas. No iba a permitir que Danton la siguiera hiriendo.