Han transcurrido varios años desde que ella y yo llegamos al Palacio de los Sabios de las Siete Cumbres.
Ella se llama Jhú, simplemente Jhú. Testaruda y decidida son las palabras que la define.
Evidentemente iniciamos de la peor manera posible. Ambos fuimos marcados como los Enviados del Ser Superior, dos Dragones quienes cumplieron la profecía y se presentaron al mismo tiempo. Esto dejó a los Sabios de las Siete Cumbres desconcertados ante lo que apreciaban sus ojos.
Perdidos y sin saber que hacer, tomaron una decisión, nos acogieron a ambos. No podían arriesgarse a que uno no recibiera la atención y educación correspondiente a la posición de Enviado. Sencillamente esperaban descubrir quién era el verdadero y quien era, el que suplantaba la posición que estaba destinado a salvarnos.
De esa manera inició mí… nuestro entrenamiento. Ahora no existía el tiempo de holgazanear, solo estudio y practica para dominar todas las áreas posibles.
En un comienzo, tanto Jhú como yo desconfiamos del otro.
Cuando ella apareció y escuchó la verdad, de manera inmediata abrió sus alas de par en par mientras caminaba lentamente hacia mí.
—¡No sé quién eres, pero no permitiré que me arrebates mi destino, falso Enviado! —vociferó mediante un rugido asfixiante.
En sus ojos no existía duda alguna de su posición.
No podía quedarme callado ante su amenaza, especialmente cuando durante toda mi vida me había preparado para ese momento.
Replicando su acción, extendí mi alas y el blanco pulcro de mis escamas acrecentaron mi figura.
—¡Yo digo lo mismo, falsa Enviada. No permitiré que opaques mi destino! —Ambos nos acercamos hasta que nuestros hocicos se toparon el uno con el otro. En nuestras miradas expelíamos una determinación imborrable.
Los Sabios nos detuvieron debido a que estábamos acumulando fuego en nuestras gargantas, listos para atacar al otro.
Realmente iniciamos de la peor manera posible.
Pese a nuestro inicio tormentoso, henos aquí. Descansando de un día agotador como se ha hecho rutina en nosotros.
Cobijados bajo la sombra del enorme árbol que decora el jardín trasero del palacio. Extendiéndose tantos metros que opaca la luz varios metros a la redonda. El tronco de este árbol no luce señal alguna de sus milenios de antigüedad, de alguna manera emite una sensación extraña, como si nos llamara mediante un susurro silencioso y acogedor.
—No… no siento las alas, creo que se me romperán en cualquier momento —reclamo con un tono lamentable.
—Deja de quejarte. —Al ver mi estado, Jhú deja escapar un suspiro y hace un gesto para que me acerque a ella—. Ven, de daré un masaje en las alas.
—No… así sí se romperán mis alas.
Doy un par de pasos hacia atrás y Jhú se enoja abruptamente.
—Hijo de… ¡Que vengas te digo, estoy siendo amable! —Alza la voz con ímpetu.
—Eso es amenazar, hembra violenta.
—¡Te faltan huevos cobarde! ¡¿Dónde quedó ese Dragón que se atrevió a plantarme cara cuando nos conocimos?!
—Cierra la boca. —Doy otro par de pasos hacia atrás mientras ella vuelve a acercarse.
—¡No te atrevas a callarme!
Como era evidente, nuestro escandalo terminó por revelar nuestra posición actual.
Recibimos un regaño el cual se extendió hasta que la noche llegó. Debíamos aprovechar cada instante para estudiar o practicar, si debíamos descansar era labor de nuestros nuevos Cuidadores. Además, teníamos prohibido intercambiar palabras el uno con el otro, aún no se sabía quién era el auténtico Enviado y quien el impostor.
Día tras día la rutina se repetía en un ciclo interminable. En ocasiones llegábamos a nuestras habitaciones a simplemente dormir plácidamente, aunque esas ocasiones eran contadas, en especial después del decimoquinto año.
—Es momento de que sobrepasen sus propios límites, para un Dragón como nosotros esto sería imposible de hacer. Sin embargo para el verdadero Enviado esto no significará nada.
Ante las palabras del Líder de los Sabios de las Siete Cumbres, llamado Ish’hatar, nuestro verdadero entrenamiento comenzó. Aunque la definición correcta sería, nuestra tortura.
Anteriormente algunos entrenamientos eran intensos, pero eso solo concluía en uno que otro malestar como consecuencia, sin embargo ahora era distinto.
El primer día de nuestro verdadero entrenamiento consistió en arrojar nuestro fuego interno, simplemente arrojar fuego hasta que ellos nos indicaran que es suficiente.
Los segundos se transformaron en minutos, luego en horas, pese a todo nunca llegaba la palabra que anhelábamos, debíamos seguir. Nuestras gargantas ardían a tal punto que sentía como se carbonizaba, mi tráquea sangraba y era expulsada cada ciertos segundos desde mi boca, mi pecho y estomago se contraían agónicamente. Pero debíamos continuar.
—¡Suficiente, descansen que seguiremos mañana! —esbozó Ish’hatar.
Jhú y yo caímos inconscientes mientras jadeábamos y tosíamos sangre coagulada, mis fosas nasales ennegrecidas por mi propio fuego interno eran el único medio por el cual podía respirar, no sentía mi garganta.
Al despertar ya era un nuevo día, durante la noche curaron nuestras heridas, a medias. Las secuelas del día anterior seguían presentes, el dolor palpitante nos lo recordaba a cada instante.
De esa manera continuamos, repetíamos el mismo ejercicio para cambiar a otro al cabo de algunos días.
Con un mes transcurrido, en nuestros cuerpo estaban grabados el entrenamiento sin piedad que nos imponían.
Elegido. Poco a poco comencé a odiar esa posición, lo aborrecía con todo mi ser. En más de una oportunidad estuve a nada de rendirme, quería gritar que era un impostor para así terminar este tormento, pero algo ocurrió sin que me percatase…no, ya lo sabía.
Este tormento no solo lo sufría yo dado que Jhú recibía el mismo trato, pero en la mirada de ella seguía presente su determinación. Pese a todo el dolor ella no demostraba un solo ápice de arrepentimiento o pesar, la llama de sus ojos seguía viva.