Noah Bennet, ese era el nombre de aquel ser que debía encontrar.
Luego de algunos segundos de llanto constante, finalmente logré tranquilizarme.
Al verme calmado, él descendió lentamente hasta posarse son suavidad y elegancia en el suelo de madera.
—Ya he confirmado algunas cosas sobre ti. Aunque falta algo de suma importancia. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó con un cálida sonrisa en su semblante.
Aún quedaban algunos rastros de lágrimas que escurrían por mi cuerpo intangible. Inspiré profundo para responder con serenidad.
—Yo… yo soy Vuldar.
Pese a mi respuesta, él se mantuvo esperando algo más.
—Vuldar… ¿Qué más? —En aquel momento no comprendía su duda.
—Solo Vuldar. Aunque algunos me llamaron Gran Vuldar.
—Comprendo, se identifican únicamente con un nombre mas no un apellido.
—¿Apellido?
Con mi pregunta comenzamos una conversación en la cual conocimos varios aspectos de la vida del otro.
Por mi parte le revelé el cómo viví en mi anterior mundo, mi ascenso y mi caída. Incluyendo el cómo terminé por destruirlo en todo en un arrebato de cólera incontrolable. Obviamente también narré mi encuentro con Dios. Cuando terminé, fue turno de él.
En cuanto a él, su historia fue algo que no esperaba.
Me habló sobre cómo abandonó su planeta, en ese momento conocí dicho concepto. Pero hubo algo que realmente llamó mi atención, y era aquello que no espera oír. Me reveló su pasado y el cómo creció asesinando, torturando y traicionado para cumplir el objetivo de una figura a quien llamó Madre. Esa primera parte de su vida culminó cuando las creaciones que ayudó a completar terminaron por expulsarlo de su planeta, siendo ese el detonante de su viaje por el universo.
Fue en ese momento cuando algo regresó a mis memorias. Eso era lo que me reveló el viejo Hunda aquella última noche.
—Humanos… —dije sorprendido.
En ese instante Noah dejó de hablar.
—Sí… somos humanos. Pero no yo no te lo he dicho. ¿Fue Dios?
Una sensación cálida inundó mi ser.
—No… fue el viejo Hunda.
—Así que estábamos destinados a encontrarnos desde hace mucho. Aunque el destino no tiene nada que ver en esto. Fue el bastardo de Dios quien manipuló todo.
Él prosiguió el relato sobre su historia, aunque evitaba hablar sobre su vida personal o sus seres cercanos. Solo se remitía a explicar cómo en su travesía se encontró con peligros hórridos e inexplicables. Los llamó Errantes, pero ellos no eran nada con los verdaderos peligros que afrontó tiempo después.
Ángeles. Eso marcó una nueva etapa en su ya peligroso viaje por el infinito e interminable universo.
Con la llegada de esos seres comprendió que su verdadero enemigo no era nadie más que la existencia del mismísimo Dios. Estuvo a nada de desmoronarse ante tal revelación, pero no estuvo solo.
Si bien no hablaba de sus cercanos, noté como su voz tendía a suavizarse y esbozar felicidad mezclado con un amor incondicional.
Las ocasiones en que estuvo a nada de morir fueron tantas que dejó de contabilizarlas luego de muchos años.
Formó alianzas y enemigos por igual. Comprendía que solo unos pocos lograrían sobrevivir.
—Eso no es lo verdaderamente importante. Lo que realmente quiero revelarte es algo en específico.
En su mirada se reflejó algo, pero no sabía con exactitud que era exactamente. Ira, tristeza, miedo, frustración. Esas emociones se entremezclaban como un torbellino sin control, se unificaban en una extraña sensación.
—¿Qué cosa? —pregunté con nerviosismo.
Sus pies dejaron de tocar el suelo y comenzó a desplazarse a una velocidad considerable hacia el centro de la habitación. Mi cuerpo se movió involuntariamente junto a él.
—Los Ángeles no reflejaban el concepto que imaginábamos sobre esos entes. En la religión se hablaba sobre seres hermosos y benevolentes. Sin embargo, desde el primero que apareció representó todo lo contrario. Vomitivos y crueles, eso es lo que eran en verdad. —Los haces de luces verdosos, de las paredes izquierda y derecha, brillaban con mayor ímpetu a cada metro que Noah se trasladaba—. Hubo uno el cual destacó sobre sus anteriores compañeros, el Decimocuarto Ángel. Él nos reveló algunos secretos. Nos entregó respuestas que debíamos escuchar, sin embargo no queríamos enfrentarnos a tales verdades. Nuevamente todo cambió en nuestro viaje sin final aparente. Aunque con sus palabras lo comprendimos. Logramos ver la conclusión de nuestra travesía.
»Seguimos sobreviviendo hasta que llegamos a este nuevo mundo, el cual nos fue entregado por la raza más cercana a Dios.
—¿Los Ángeles? —pregunté.
—No, fue la raza que esparció la vida por todo el universo, mas no eran los ángeles. —Esbozó una sonrisa satisfactoria—. Al final fueron las cosechas quienes devoraron a sus cultivadores. —En aquel momento no comprendí esa frase, pero se refería a esa raza distinta a los ángeles. Continuó trasladándose hasta que se detuvo en la mitad del cuarto. Estiró sus manos hacia ambas paredes y un ruido inundó el lugar, era el sonido un vendaval—. Tras años de relativa paz, la llegada de un nuevo ángel nos regresó a la realidad, sin embargo él nos dejó algo. Él portaba, un mensaje sobre El Gran Reinicio…
Vapor fue liberado sin miramientos desde los bordes y la luz verdosa se difuminaba de manera descontrolada. El muro de piedra y madera comenzó a vibrar iracundamente, hasta que luego de algunos segundos este se separó en dos. Ambos extremos se contrajeron, instante en que eso apareció.
Mi cuerpo se estremeció cuando un par de ojos de proporciones abismales aparecieron ante mí. Estaban sobre una especie de contenedor que abarcaba el tamaño de ambas paredes. Transcurridos algunos segundos me percaté que eran únicamente la parte frontal de los globos oculares, tanto el iris como la pupila lucían en relativo perfecto estado. Pero no eran solo uno. Ordenados uno tras otro, once contenedores se posicionaban de manera estática tras aquella pared.