Tanto Astrid como Jhúvuldar me observan fijamente, especialmente por el aura que emano del Dios Sucio.
Al asimilar que Kala debe de ser sacrificada, siento como mi pecho se aprieta violentamente… pero debo tranquilizarme, debo pensar con claridad. Cierro mis ojos y exhalo una bocanada profunda de aire, con ello regreso a la normalidad.
—Es un hecho, tu compatibilidad con el Dios Sucio supera con creces a Veldor, no. Ningún Contenedor pudo controlarlo a tal nivel. —La voz de Jhúvuldar no demuestra sorpresa, es nerviosismo—. Por ello mismo debes de tener cuidado. No debes confiar en esa entidad, incluso si pareciese que ahora la controlas con total naturalidad… eso también quiere decir que eres demasiado compatible con él.
Al escucharlo esbozo una sonrisa. Doy un par de pasos hacia él y lo observo fijamente.
—No soy un estúpido, jamás confiaré en esta cosa. Menos cuando no lo comprendo en su totalidad, por supuesto… —Lo señaló sin ningún ápice de duda en mi semblante—. Eso también te incluye a ti, Dios Alado.
Pese a querer disimularlo, Astrid denota una muesca de enfado, pero la oculta de inmediato.
—No tengo problema con ello, Guillermo Griffin. De hecho te comprendo. Estás en un punto en donde deberás medir cada acción que hagas. Especialmente cuando ahora comprendes que tu existencia y tu futuro es algo que afectará a toda nuestra realidad como la conocemos.
¿Ira? ¿Frustración? ¿Miedo? ¿Qué es lo que siento en verdad? Ya me hacía una idea de que el Dios Sucio sería una carga, pero ahora es distinto… completamente distinto.
Doy la media vuelta y hablo con firmeza.
—¿No habías dicho que el tiempo se acababa? Es tiempo de que te marches, Dios Alado.
Mi hostilidad es evidente y palpable.
—Como lo desees, Guillermo Griffin, yo…
Antes de que Jhúvuldar se marche, necesito preguntar algo. Pese a todo un ápice de serenidad sigue presente mi mente.
—¿Cómo…? ¿Cómo sabías sobre la muerte de mi padre? —pregunto a Astrid—. Esta pregunta es para ambos. —Inspiro carrasposamente—. Aunque puedo suponer dos posibles respuestas.
—¿Cuáles serían esas opciones, Guillermo Griffin? —Jhúvuldar intenta dar un paso para acercar su hocico a mí, pero se detiene al sentir mi aún presente aura agitada.
—La primera es que tú puedes observar a través de mis ojos, tal como lo hacías con Veldor, aunque también era percibido por Astrid. —Sonrío de manera falsa al ver que ninguno de los dos reacciona ante mi primera teoría—. Pero debo suponer que ese no es el caso… así que solo queda la segunda opción… —La tensión del ambiente se acrecienta exponencialmente. Espero que esta opción también sea errónea, realmente anhelo equivocarme. De reojo observo a Jhúvuldar con cierta esperanza—. Tú… de alguna manera… lograste apreciar esta variable en el pasado…
Los dos se mantienen en silencio, pero en sus semblantes revelan la verdad.
—Sí…
Con esa simple respuesta por parte de Jhúvuldar, mi respiración se vuelve pesada.
—Así que, la muerte de mi madre… la muerte de mi padre… todo lo que he vivido hasta este punto… todo… seguía un camino preestablecido por Dios…
—Sí…
Debo tranquilizarme, no debo perder los estribos… no debo manifestar mi ira, tampoco frustración, y mucho menos el miedo que corroe mi alma…
Astrid percibe que esto me ha afectado de sobremanera. Con cierto temor estira su mano para tocar mi hombro y así consolarme, pero se detiene cuando alzo la voz.
—¡Regresemos! —ordeno con fervor.
Aplaco todo sentimiento negativo y plasmo una seguridad absoluta en mi rostro. Astrid hace una reverencia y acata mi orden.
—Como usted lo ordene.
Ella se acerca a mí y las runas aparecen en sus manos. En ese instante el colosal dragón de escamas rojizas alza la voz.
—¡Guillermo! —vocifera Jhúvuldar, cuando estaba a nada de tocar las runas.
—¿Ahora qué quieres? —pregunto firmemente.
—No sé si estaré algunos días, o semanas sin poder entrar en sincronía contigo. Pero estaré esperando. Si es necesario volveré a intervenir para controlar al Dios Sucio como lo he hecho antes. Yo…
Gesticulo una sonrisa… o al menos eso es el que espero estar haciendo. Estiro mi mano para tocar las runas, sin embargo me detengo a escasos centímetros. Debo decirlo.
—Solo cierra tu maldito hocico de una vez. Tú y el Dios Sucio… solo, déjenme en paz por un puto momento —suplico, con un nudo asfixiante en la garganta el cual me sofoca.
En el rostro de Jhúvuldar se dibuja una expresión peculiar, mas ya le he visto presente en él. Mantiene el mismo rostro de cuando habló sobre Noah y Vuldar. Un recuerdo doloroso se manifiesta con mi suplica, es como si ya hubiera vivido algo similar, es como si estás palabras ya las hubiera pronunciado alguien en el pasado. Él se queda congelado y solo me observa fijamente.
Finalmente toco las runas y la habitación comienza a desmoronarse, estoy regresando, todo mientras que aquel enorme dragón que ascendió hasta convertirse en Dios, mantiene una mirada con atisbos de arrepentimiento y dolor.
De un segundo a otro todo cambia. La oscuridad del salón principal, el bullicio de mis compañeros que resuena hasta ingresar en el hogar, Astrid sentada frente a mí mientras el brillo de las runas comienza a ser cada vez más tenue, la brisa que se cuela tímidamente por la ventana entreabierta. He regresado.
Ella refleja el mismo sentimiento que mantenía Jhúvuldar, claramente preocupada por mi estado actual.
—¿Cuánto tiempo transcurrió en este lugar?
—Solo un segundo, incluso menos que eso —asevera con seguridad.
—Bien. Entonces esperaremos tres minutos antes de regresar con los demás. Sería demasiado sospechoso que hayamos ingresado y vuelto casi al instante.
Tras unos segundos en silencio, Astrid emite unas palabras titubeantes.