El Gran Viaje

NOCHE DE LUNA Y REFLEXIÓN

Capítulo 6

Noche de luna y reflexión

La noche llegó, y con ella, la luna y las estrellas. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pude detenerme a observarlas. Aquella noche, reflexioné intensamente sobre el valor del tiempo y cómo a veces lo desperdiciamos sin darnos cuenta. Pensé en mis padres, en lo desagradecido que fui en ocasiones. Ellos siempre estuvieron ahí para cuidarme, y ahora los extrañaba profundamente. Extrañaba mi cama, mi cuarto, y ese beso de buenas noches que mi madre me daba antes de dormir.

Estaba por quedarme dormido cuando Zahorí me llamó.

—¿Estás más tranquilo? —preguntó con voz suave.

—Creo que sí —respondí, mientras ambos mirábamos el cielo estrellado.

Entonces ella comenzó a contarme algo que nunca olvidaré.

Me habló de su familia. Sus padres casi nunca estaban en casa, ya que trabajaban todo el día. Ella pasaba la mayor parte del tiempo sola. Cuando ellos llegaban por la noche, ella los recibía con un gran abrazo y muchos besos. Le daban todo lo que pedía, nunca le faltó nada... pero, aun así, habría cambiado todo eso por una sola tarde jugando con ellos.

—Un día antes de la explosión, ocurrió algo magnífico —me contó—. Mi papá decidió que ese fin de semana no trabajaría. Iríamos de paseo en familia. Fue la mejor noticia que me habían dado. Me levanté muy temprano y fui la primera en subir a la camioneta.

Hizo una pausa y su voz se quebró.

—Tal vez debí ayudarles a empacar... entonces me habría ido con ellos.

Sus palabras eran duras, más de lo que una niña de once años debería cargar. Pero no la contradije. En el fondo, pensaba lo mismo. Fue entonces cuando Karin se unió a nuestra conversación.

—No digan esas cosas —intervino con suavidad—. Sus padres estarían muy tristes si los escucharan. Estoy segura de que están agradecidos de que ustedes sigan con vida. Aún les queda mucho por vivir.

—¿Por qué dices eso? Tú no vivías con tus padres, ¿verdad? —pregunté.

Ella asintió.

—Es verdad. No vivía con ellos... porque murieron cuando yo era muy pequeña. Apenas los recuerdo. Mis tíos me acogieron y me criaron como si fuera su hija. Llevaba una vida feliz, con más libertades que otras chicas, sí, pero eso no significa que no me quisieran. Me educaron bien. Ellos no podían tener hijos, así que yo era su centro de atención.

Hizo una pausa, recordando.

—Aquel día me fui de fiesta. Era la primera vez que me daban permiso de quedarme a dormir en casa de una amiga… y gracias a eso, hoy estoy aquí. Mis tíos siempre me decían que la vida era maravillosa y que no siempre se te regala una segunda oportunidad. Y para mí, esta... es la tercera.

—¿La tercera? —preguntamos asombrados.

—Mis padres murieron en un accidente de tránsito. Un auto nos arrolló. Yo me salvé porque ellos me protegieron con su cuerpo. La vida es caprichosa, te lleva cuando menos lo esperas. Por eso, valoren esta segunda oportunidad que tienen.

Sus palabras nos dejaron en silencio. Fue tan fuerte y conmovedor que Samanta y mi hermano se acercaron para unirse a nuestro pequeño círculo. Y ellos también comenzaron a compartir sus vivencias.

Samanta fue la siguiente en hablar. Ya nos había contado que vivía con sus padres, pero esta vez añadió algo más.

—Tenía una hermana menor de nueve años —dijo con voz apagada.

—¿Y qué pasó con ella? —preguntamos.

—Se llamaba Victoria... no la recordé hasta después de la explosión. Creo que mi padre no corrió solo para avisar a los militares del ataque, sino también para intentar salvarla. Ella estaba dormida en casa. No quisimos despertarla porque no le gustaba salir a trotar por las mañanas, como a mí.

Comenzó a llorar.

—No me llevaba bien con ella. Siempre peleábamos por todo... pero la extraño. Era mi hermanita. Cuando volví a mi casa y la vi destruida, la busqué y la busqué, pero no encontré nada. Tal vez estaba muy debajo de los escombros… o tal vez mi padre logró salvarla. No lo sé…

No sabíamos qué decir. El silencio era pesado, pero mi hermano se acercó y la abrazó. Aquello la calmó.

Entonces lo recordé. ¡Ahora sabía de dónde la conocía! La había visto antes con mi hermano. Tal vez eran amigos… o algo más. Pero en ese momento, eso no importaba. Lo que importaba era que ese abrazo la tranquilizó. A todos nos ayudó. El ambiente se volvió más cálido, más familiar, ahora que nos conocíamos mejor.

Mi hermano, con pocas palabras, habló también de nuestra familia. Una familia sencilla: nuestros padres, él y yo. Ahora solo nos teníamos el uno al otro… pero al pensarlo bien, ya no estábamos solos. Éramos una pequeña familia junto a los demás.

Entonces recordé que, aunque no teníamos muchos parientes cercanos, aún nos quedaban nuestros abuelos. Vivían cerca de la playa, en un pueblo alejado de la ciudad. Lo sugerimos como destino. Zahorí se alegró: también tenía familiares cerca del mar.

No se dijo más. En cuanto saliera el sol, ese sería nuestro rumbo: hacia el mar. Quizás allí, algunos de nuestros seres queridos seguían con vida.

La calma volvió. Estábamos más tranquilos, al fin. Pudimos dormir… pero esta vez hicimos turnos para descansar. Sabíamos bien que los hombres con los que nos cruzamos esa mañana podrían estar cerca.



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En el texto hay: juvenil, postapocaliptico, supervivencia.

Editado: 21.05.2025

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