~ "Cuando algo me gusta quiero tenerlo lo más pronto posible. Por eso te sigo a todos lados."~
Esa frase aún después de tres días daba vueltas en mi cabeza y me hacía sentir una sensación rara en el estómago.
~Rara, pero linda~
Era la hora del almuerzo. Decidí comer en el patio ya que no estaba tan frio. Al abrir mi almuerzo contuve las ganas de arrojárselo a alguien; mamá me había puesto el pollo frito que había congelado la semana pasada, e, incluso, aún estaba frio.
-¿¡Que acaso no puede ser un poco más responsable!? Entiendo que quizá no tuvo tiempo de preparar algo más. ¡Sin embargo podría haberlo descongelado bien!- Comencé a quejarme en voz alta, llamando la atención de algunos estudiantes que estaban por ahí. Avergonzada, guardé mi comida y me quedé mirando una piedra. De repente me encontré pensando en lo que Ciro me había dicho.
Aún estaba intentando procesarlo, nunca le había gustado a alguien, así que no sabría distinguir entre las actitudes que Ciro tiene hacia mí y las de un sociópata. Sin embargo, ¿y si de verdad le gusto a Ciro? Yo no sé absolutamente nada sobre atracciones, mucho menos sobre amor. Además, ¿Cuáles son mis sentimientos hacia Ciro? Apenas nos conocimos este mes. Ó tal vez solo me estoy inventando todo esto. Es decir, él no me ha dicho explícitamente que le gusto, solo lo sugirió. Suspiré pesadamente, este tipo de cosas no se aprenden en los libros o en internet.
-¿Cassy?
Levanté la mirada para ver a Zoe y a Brianna paradas frente a mí.
-¿Te importa si nos sentamos contigo?- Preguntó Brianna.
-No, está bien.
-Oye, estabas muy distraída en clase.- Dijo Zoe preocupada.
-¿En serio? No lo estaba.
~Mentira.~
-Si lo estabas, hasta te reías sola.- Contestó Zoe aún más preocupada.
-¡Ya sé lo que pasa!- Exclamó Brianna. –Es simple. A Cassy le gusta alguien.- Dijo canturreando.- ¡Y yo sé quien!
-¿¡Qué!? ¿¡Quien!?- Dijimos Zoe y yo dos al unísono.
-¿Qué? ¿Y darle el poder a Cassiel de negarlo? No, no, no y no. Ese será mi secreto. –Dijo poniéndose de pie. –Tenemos que entrar a clase. Vamos.
Me quedé helada un momento y luego me puse de pie.
~¿No solo es una víbora sádica sino que también lee mentes?~ Pensaba mientras intentaba concentrarme en la clase, cosa que, obviamente, no conseguí.
Las clases acabaron y yo seguía en mi mundo. Mientras caminaba hacia la salida, sentí una mano en mi hombro. Al voltear me encontré con Dan.
-Oye, ¿quieres ir a una fiesta este sábado?
-¿No piensas en otra cosa que no sean fiestas? –Le dije irónicamente.
Dan se quedó con una expresión de molestia en su cara.
-Perdón.- Dije sintiéndome mal por lo que le dije, no tenía por qué ser una insensible con él.
-Está bien. Puedes compensarme yendo a la fiesta.- Sonrió divertido Dan.
-No lo sé. Creo que es más que obvio que las fiestas no son lo mío.
-Oh vamos, solo es cuestión de ir. No debes responder una encuesta o sacar más de 60 puntos en un examen para entrar.
~Técnicamente tiene razón.~
-Está bien, iré. Pero sólo un rato.- Respondí poniendo los brazos en mi cintura.
-¡Genial! ¡Te aseguro que te divertirás!- Gritó emocionado Dan.
~No estoy segura de eso~ Pensé mientras me iba.
Mientras caminaba hacia mi casa, no hacía más que preguntarme una y otra vez que significaba lo que Ciro dijo y, más importante, que es lo que yo esperaba que significara.
Alcé la mirada al cielo, el día estaba gris.
~Gris como yo~ Pensé desanimada. ~¿Por qué yo habría de gustarle a alguien?~ Por primera vez en mucho tiempo comencé a llorar, aunque no sabía si lloraba porque estaba triste, porque estaba confundida o porque por fin me hice la pregunta que esclareció todas mis dudas sobre mí misma: ~¿Por qué yo habría de gustarle a él?~ Finalmente las lagrimas empezaron a fluir descontroladamente mientras los sollozos se escuchaban cada vez más. Tuve que detenerme, no podía seguir así. Me di cuenta de que la gente me miraba y eso solo lo empeoró todo.
Cerré los ojos, mientras bajaba la mirada, odiaba que me vieran llorar. No porque quisiera hacerme la fuerte, sino porque mi cara es horrible cuando lloro.
Escuché que alguien se paró frente a mí. Abrí los ojos pero no levanté la mirada.
-¿Por qué lloras?
~Esa voz~
Alcé la vista y casi salí corriendo del susto.
-¡¿L-Lisandro?! – Dije tartamudeando entre más sollozos.
-¿Te llevo? – Preguntó señalando su auto.
-¡¿ES EN SERIO?! ¡NI LOCA VUELVO A SUBIRME A UN AUTO CONTIGO! ¡LA ÚLTIMA VEZ PRACTICAMENTE ME SECUESTRASTE! – Grité haciendo que todo el mundo volteara a vernos.
-¡No grites! Y no te iba a secuestrar. Dijiste que eras hija de Dante Britt, ¿no?
-Sí. ¿Qué con eso?
-Mi padre trabaja con él y son amigos. – Me explicó Lisandro. –Dante nos ayudó mucho cuando mi familia y yo prácticamente quedamos en la calle cuando yo aún estaba en la secundaria. Le debemos mucho a tu familia. –Dijo sonriéndome.
-Sigo sin entender que tiene que ver conmigo. – Contesté irritada.
Lisandro suspiró cansado. –Significa que tu padre me encargó que te cuidara.
-No necesito que me cuiden.
-Lo dice quien está llorando en medio de la calle como una niña que perdió a sus padres. – Respondió irónicamente. -¿Quieres que te lleve al Café. Ciro estará allí.
-¿Y eso a mí qué me importa? – Dije mirando hacia otro lado. Claro que me importa, pero no lo admitiré, mucho menos ante Lisandro.
Lisandro suspiró de nuevo. –Ya sube.
Me rendí, decidí confiar en él nuevamente. De todos modos prefiero morir ántes que enfrentar mis sentimientos.
Sentimientos. Esa palabra desató un nuevo mar de lágrimas. Lisandro no dijo nada, supongo que no se le da muy bien consolar mujeres.
Cuando por fin llegamos, nos encontramos con que Ciro se había ido temprano debido a que no se sentía bien.
-¿Te llevo a tu casa?
-La última vez que me dijiste eso me dejaste tirada en una calle que no conocía. – Respondí irónica.
-Lo siento.
En el camino ninguno hablaba, pero me di cuenta de que estabamos tardando mucho en llegar.
-¡Oye, llévame a mi casa ya! – Le exigí.
-Voy a llevarte a casa de Ciro.
-¡¿Qué?! ¡NO! ¡Mejor secuéstrame! – Grité desesperada.
-¡No te voy a secuestrar! ¡Por Dios! ¿Quién pide que la secuestren?
-¡Para el auto! Quiero bajarme.
-¡Mira! Ya llegamos. – Dijo Lisandro sonriendo mientras estacionaba su auto. –Ya bájate.
-No.
-Bájate.
-No. – Me cruzé de brazos mientras miraba por la ventana.
-Bien. Me bajaré yo. – Dijo Lisandro
-¡¿QUÉ?!
Antes de que pudiera decir nada más, Lisandro ya se había bajado y estaba caminando hacia la puerta.
Salí del auto lo más rápido que pude, pero cuando quise correr me di cuenta de que Ciro ya había salido de su casa.
Estaba vestido con lo que parecía un pijama, estaba despeinado y sus ojos estaban muy pequeños.
~Debe tener fiebre~ Deduje.
-Te dejo un paquete. Yo me voy. – Dijo Lisandro mientras subía al auto.
Vi como el auto se alejaba, esa vista me recordaba muchas cosas.
~ "Cuando algo me gusta quiero tenerlo lo más pronto posible. Por eso te sigo a todos lados."~
Casi me puse a llorar nuevamente al recordar esa frase, pero decidí contenerme.
-Sabes, si me quedo aquí afuera voy a empeorar. ¿Por qué no pasas?
La voz de Ciro se escuchaba fatal. Dude un segundo, pero una parte de mi quería estar con él. En realidad cada parte de mi quería estar con él.
Me acerqué en silencio. Al entrar noté que había mantas sobre un sillón. Me quedé parada un momento hasta que Ciro se sentó y se cubrió con las mantas.
-¿Tienes miedo de que te contagie? – Pregunto Ciro riendo.
-Perdón. – Dije sentándome un poco alejada de él.
Ciro me miraba con curiosidad.
~Quizá no note que estuve llorando~
-¿Estuviste llorando?
~Mierda~
-¿Qué?
Ciro me miraba. Él ya sabía que si, pero pareciera quería que yo se lo dijera.
Suspiré. No tenía sentido mentirle, no a estas alturas. –Sí.
-¿Puedo saber por qué? – Preguntó preocupado y un poco triste.
Miré al suelo. No quería mentirle, pero tampoco quería salir herida. Pero no era momento para tener miedo.
Quería acabar con esto. No quería andar llorando todo el tiempo como lo había hecho hoy, aunque sabía que la situación podría empeorar, tanto para mí como para él.
Pero debía intentarlo.
Debía saber.
Quería saber.
~Hazlo~
Una duda me detuvo antes de hablar. El miedo me congeló. ~¡HAZLO YA!~
Respiré hondo, levanté la vista y miré a Ciro, quien me observaba extrañado.
Por fin hablé.
-¿Yo te gusto?