Era un buen día en Altimazam, su Rey había declarado paz en todos los reinos cercanos; Cepetlupahc, Rovereh, Adnalez e incluso con los Sofle. Y aún para ser un día nublado era satisfactorio escuchar gratas noticias.
Pero yo, me dedique un minuto en admirar el mundo desde aquel balcón junto a mi padre. Altas montañas que dividían reinos y legados. El viento soplaba con intensidad y dejaba atrás pequeños rastros de tierra levantada. Nada podía acaparar mi atención ahora mismo que la brutal tormenta que se avecinaba, parecía ser aterradora, pero me encantaba la sensación de una noche helada. Presté atención a Rovereh quizá un pueblo de magia podría romper mis expectativas de un clima como este, pero quedé atónito. El pueblo estaba sin movimiento, un pueblo fantasma, pues en un clima así, la magia era imposible, salir para ellos era la muerte.
Mi padre sostuvo de mi hombro con firmeza.
- Ya eres un hombre - talló mi armadura -. Todo un guardián.
- Padre - dije perdiendo atención del mundo y prestando atención a él.
- Eres el capitán de la guardia, prepara a todos tus hombres más fuertes y mándalos a primera hora a Adnalez - ordeno.
Un escalofrío cubrió mi cuerpo impidiéndome reaccionar.
- ¿Estás escuchando? - pregunto con enfado, su mirada fulminante seguía enzima de mi.
- Claro, padre.
- Irás con ellos, busca a Sitká y dile que necesitaré de su ayuda - ordeno una vez apartándose de nosotros.
No hacía falta mirar a mi alrededor, las miradas ya estaban sobre mí, pero no me importaba. Aparte la vista del suelo y sin decir más salí despavorido en busca de ayuda. Yrrab se encontraba a unos pasos, mi salvación. Mantuve la calma y me detuve a un costado de él.
- Majestad - dijo.
- Necesito de tu ayuda una vez más - dije.
Soltó los libros que posaban en sus brazos y me observo cautivado.
- Por favor dígame.
- Necesito a los hombres más fuertes para mañana a primera hora salir dirección a Adnalez - tome aire -. Necesito que venga conmigo.
- Majestad - murmuro.
- No puedo hacerlo sin su ayuda - me sincere.
Asintió tomando de mi brazo con firmeza, sonreí. En mi tormentosa infancia, él estuvo conmigo. Lo que no hizo mi padre lo hizo él. Yrrab se había convertido en mi padre y persona favorita pues, solo él estuvo de mi lado en mis años de tortura. Él único hombre en Altimazam que aún confiaba en mí.
- Ahora necesito que venga conmigo - dijo.
- ¿Yo? - pregunte.
- Por aquí - dijo señalando el pasillo.
Seguí el camino, el largo, frío y solitario camino menos transitado del castillo. No desconfiaba, pero mi temor aumentaba.
- Cuidado majestad - dijo.
Me detuve y extendí mis brazos, ellos chocaron contra el muro. Mi vista no persibia nada, ahora mi cómplice solo podía ser el tacto.
Yrrab sostuvo una antorcha y la prendió en fuego, todo se volvió claro. Mis manos acariciaban la madera vieja que nos separaba de la famosa sala del Reino.
Me giré con cautela y tome asiento en el sofá, observé como Yrrab con dicho esfuerzo prendía fuego a la leña, esta ya estaba cubierta de polvo.
- Tome el libro de la mesa - ordeno.
Dirigí la mirada al suelo, se encontraba un libro mascullado y abandonado, lo sostuve con cuidado y lo coloque sobre la mesa. Yrrab ya se encontraba detrás mío.
- Omixòrp Oredereh - murmure.
- Este libro responderá todas sus dudas - dijo.
- ¿Qué es esto? - pregunte mientras hojeaba el libro.
Las páginas del libro mascullado ocultaban detrás las historias de cada Reina o Princesa que cubría las zonas más cercanas al rededor de Altimazam, y explicaba el porqué yo era responsable de la elección de la nueva Reina.
- Es momento - dijo.
- ¡No! - grite alzándome con rapidez intentando dejar en claro mi puesto.
- Tenemos grandes mujeres, majestad.
- ¿De verdad? - pregunte con sarcasmo.
- Usted ya está listo - dijo mientras daba ligeros golpes a mi pecho -. El Reino pronto necesitará de usted.
- Mi padre es el Rey, el mejor. No necesitan a alguien más - dije.
Yrrab con un suspiro agobiante asintió, podía sentir su desprecio y desaprobación.
- Le pido disculpas - dijo en reverencia -. Lo sacaré de aquí.
- Acepto su disculpa - dije -. Sé como salir.
Me observo con disgusto y apenado salió detrás mío.
- ¡Alto! - grite.
Se detuvo con asombro y giro hacia mí, lo observé entre sonrisas.
- Lleve el libro a mi alcoba - demande.
Sonrió, tomo el libro y salió con rapidez.
La habitación estaba más fría de lo usual, un ligero viento recorría el sitio, nada alarmante.
- Majestad - murmuro.
Con la poca claridad de luz que la chimenea podía alzar me esforcé por encontrar a la persona que realizaba dicho llamado. Un bulto poco reconocible me admiraba desde el fondo de la habitación.
- Hágase presente - ordene.
- Cuándo llegue el toque de queda, en pena quedarán.
Editado: 29.04.2019