El Guardián Del Equilibrio

Espejos De Desesperación

Aiden avanzaba por el laberinto de los espejos torcidos, cada paso era una lucha contra la desesperación que lo envolvía. Llegó al primer espejo, su superficie brillaba con un resplandor oscuro. Al mirarse, vio una imagen que le heló el corazón.

El espejo reflejaba a Gabriel, su figura majestuosa envuelta en una luz que parecía desvanecerse. Sus ojos dorados, normalmente llenos de amor y sabiduría, ahora brillaban con una frialdad penetrante. Gabriel lo miraba con una decepción profunda, sus palabras eran como cuchillas de hielo que se clavaban en el alma de Aiden.

—Nunca imaginé que me fallarías así, Aiden —dijo Gabriel, su voz resonando con una dureza que Aiden nunca había escuchado.

Las palabras de Gabriel eran como relámpagos en una noche tormentosa, cada una iluminando brevemente el abismo de su fracaso. El corazón de Aiden se sentía como una flor marchita, sus pétalos arrancados uno por uno por el viento implacable de la decepción.

Con el alma ya herida, Aiden se alejó del primer espejo solo para encontrarse frente al segundo. En este reflejo, vio a los arcángeles reunidos, menos Luzbel. Sus miradas eran acusadoras, llenas de desdén y desprecio.

Los arcángeles eran como estatuas de mármol, sus rostros duros y fríos, sus ojos juzgando cada movimiento de Aiden. Sus palabras eran afiladas como dagas, cada una perforando su corazón con acusaciones de traición.

—Sabíamos que fallarías, Aiden. Eres la viva imagen de tu padre Luzbel, el traidor. Estaba escrito que seguirías sus pasos —decían al unísono, sus voces resonando en un coro de condena.

La acusación era un peso aplastante sobre los hombros de Aiden, una cadena de hierro que lo mantenía atado al suelo de la desesperación. Su mente se llenaba de sombras, cada pensamiento un eco de su aparente traición.

El tercer espejo reflejaba una escena aún más desgarradora. Aiden vio a Emily, rodeada de amigos, riendo y disfrutando de su vida. Su felicidad era evidente, y sus palabras eran un golpe mortal al corazón de Aiden.

Emily era un rayo de sol en un campo de flores, su risa era una melodía alegre que contrastaba dolorosamente con el vacío en el alma de Aiden. Cada carcajada era un latigazo, cada palabra una herida abierta.

—Estoy tan feliz de haberme alejado de Aiden. Mi vida es mucho mejor sin él — decía Emily, su voz resonando con una felicidad cruel.

El corazón de Aiden se quebró aún más, sus pedazos esparcidos en el viento de la desesperanza. Se sentía como un barco a la deriva en un océano de dolor, sin timón ni ancla que lo mantuviera firme.

Los reflejos en los espejos eran torturas constantes para Aiden. Cada imagen era un recordatorio de su fracaso, un eco de sus miedos más profundos. Sentía que la oscuridad se apoderaba lentamente de su mente y su corazón, como una enredadera venenosa que lo estrangulaba desde dentro.

El alma de Aiden era un campo de batalla, cada emoción una flecha envenenada que lo debilitaba. Su mente era una prisión de sombras, cada pensamiento un ladrillo en el muro de su desesperación.

Finalmente, Aiden llegó al cuarto espejo. Este reflejo era el más devastador de todos. Vio a Gabriel de nuevo, pero esta vez, su rostro estaba marcado por una intensa dureza. Aiden vio cómo sus alas doradas se desvanecían, convirtiéndose en negras y rojas.

Gabriel era como una montaña imponente, su presencia era abrumadora y sus palabras, demoledoras. Cada sílaba era un martillazo en el corazón de Aiden, cada mirada una puñalada de desprecio.

—Ya no serás más mi hijo, Aiden. A partir de este momento, solo serás el hijo del traidor de Luzbel —dijo Gabriel, su voz resonando como un trueno.

Aiden vio cómo su herencia celestial de Gabriel se desvanecía de su cuerpo, sus alas doradas transformándose en negras y rojas. Era una transformación que lo llenaba de horror y desesperación.

El dolor de Aiden era como un volcán en erupción, cada lágrima era lava ardiente que quemaba su alma. Sentía que el suelo se abría bajo sus pies, tragándolo en un abismo de desesperación sin fin.

Aiden cayó de rodillas al suelo, su corazón destrozado y su alma en pedazos. Un alarido desgarrador escapó de sus labios, un grito que resonó en el vacío del laberinto.

El grito de Aiden era como un relámpago en la oscuridad, iluminando brevemente el abismo en el que se encontraba. Era un lamento que resonaba con la desesperación de mil almas perdidas, un eco eterno de su sufrimiento.

La voz de Nyx retumbó a su alrededor, fría y cruel.

—Ese es tu futuro, Aiden. No puedes evitarlo. Tu querido padre Gabriel te despreciará al punto de quitártelo todo — dijo Nyx, su voz llenando el laberinto con una malicia palpable.

Aiden, atrapado en el laberinto de los espejos torcidos, sintió cómo la oscuridad se apoderaba de su mente y su corazón. Sabía que debía luchar, pero cada reflejo lo debilitaba aún más, sumiéndolo en un abismo de desesperación del que parecía imposible escapar.

En el laberinto de los espejos torcidos, Aiden enfrenta sus mayores miedos y el peso de su desesperación. Con cada reflejo distorsionado, la oscuridad de Nyx busca doblegar su voluntad.

Pero en lo más profundo de su ser, una llama de esperanza sigue ardiendo, recordándole que debe luchar para encontrar la luz y el amor que ha perdido.




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