Aiden avanzaba lentamente por el laberinto, cada paso más pesado que el anterior. Se detuvo frente a un nuevo espejo, su superficie brillante y tentadora. Al mirarse, vio una imagen que le heló el corazón: Luzbel, su padre, encadenado en el abismo.
Luzbel estaba rodeado de sombras, sus alas negras y rojas extendidas en un gesto de derrota. Sus ojos, normalmente llenos de fuerza y determinación, ahora reflejaban una tristeza infinita. Las cadenas que lo ataban eran como serpientes de acero, apretando su libertad y esperanza.
—Aiden, me has fallado. Tu debilidad nos ha condenado a todos —dijo Luzbel, su voz un eco de dolor y decepción.
El dolor de ver a su padre en tal estado era como un puñal que se clavaba en el corazón de Aiden, cada palabra de Luzbel era un golpe mortal. Sentía que el suelo se abría bajo sus pies, tragándolo en un abismo de desesperación.
Con el alma ya herida, Aiden se alejó del quinto espejo solo para encontrarse frente al sexto. En este reflejo, vio a Emily, pero no como la conocía. Su rostro, que antes irradiaba amor y ternura, ahora estaba torcido por una sonrisa cruel.
Emily estaba rodeada de sombras, sus ojos brillaban con una malicia desconocida. Aiden la veía riendo, su risa era un cuchillo que se clavaba en su corazón. Cada carcajada era una burla, una muestra de desprecio por el amor que alguna vez compartieron.
—Estoy feliz de haberme liberado de ti, Aiden. Siempre fuiste una carga, un fracaso —dijo Emily, su voz resonando con una crueldad gélida.
Las palabras de Emily eran como dardos envenenados, cada uno perforando el corazón de Aiden con precisión mortal. Sentía que la esperanza se desvanecía, cada risa de Emily era una sombra más que se apoderaba de su alma.
Aiden, destrozado por los reflejos anteriores, llegó al séptimo espejo. Este reflejo mostraba una visión devastadora: el mundo en caos, el equilibrio destruido. Las ciudades estaban en ruinas, el cielo oscuro y sin estrellas.
El mundo reflejado en el espejo era un paisaje de desolación y desesperanza. Los edificios eran esqueletos de lo que alguna vez fueron, las calles llenas de sombras y destrucción. El aire estaba cargado de un silencio mortal, roto solo por los gritos de desesperación.
—Este es el futuro que has creado, Aiden. Tu fracaso ha condenado al mundo entero —dijo una voz en el espejo, resonando con un eco sin fin.
El dolor de ver el mundo en tal estado era como una tormenta de fuego que consumía el alma de Aiden, cada imagen una llamarada de desesperación. Sentía que su corazón se rompía en mil pedazos, cada fragmento una promesa de sufrimiento eterno.
Después de ver estos reflejos, Aiden se sentía completamente derrotado. Su mente estaba atrapada en una espiral de desesperación, y su corazón estaba lleno de dolor y culpa. No podía perdonarse por haberles fallado a sus queridos padres, Gabriel y Luzbel, y a su amada Emily.
La desesperación de Aiden era un abismo sin fondo, su alma un océano de oscuridad y desesperanza. Cada pensamiento era un susurro de traición, cada latido de su corazón un recordatorio de su fracaso.
Sentía que la oscuridad se apoderaba de su mente y su corazón, envolviéndolo en una prisión de sombras. A pesar de que todo su ser gritaba que no era el camino que debía tomar, Aiden se sentía tan poca cosa, tan inútil e indigno que no encontraba otra opción.
La resignación de Aiden era como una cadena de hierro que lo ataba a su destino, cada eslabón un acto de desesperación. Sentía que la esperanza se desvanecía como niebla en el amanecer, dejando solo la fría realidad de su fracaso.
Con el alma rota y el corazón lleno de dolor, Aiden decidió entregarse a los designios de Nyx. Creía que al alejarse de quienes tanto amaba, podría evitar seguir dañándolos más.
La decisión de Aiden era como un susurro en el viento, una promesa silenciosa de rendición. Sentía que sus pasos lo llevaban hacia la oscuridad, cada paso un eco de su desesperación y dolor.
Nyx, sintiendo la victoria, permitió a Aiden salir del laberinto. La voz de Nyx resonó a su alrededor, fría y triunfante.
—¿Lo ves, Aiden? Te lo dije, acabarías uniéndote a mí —dijo Nyx, su voz llenando el aire con una malicia palpable.
Aiden, ahora libre del laberinto, sintió que la oscuridad se había apoderado de su alma como tiempo atrás sucedió. Sabía que había tomado una decisión terrible, pero en su desesperación, no veía otra salida.
En el laberinto de los espejos torcidos, Aiden ha enfrentado sus mayores miedos y ha sido derrotado por la oscuridad. Ahora, entregado a los designios de Nyx, su alma está atrapada en una prisión de desesperación.
Pero en lo más profundo de su ser, una chispa de esperanza aún arde, recordándole que debe luchar para encontrar la luz y el amor que ha perdido.