El heredero

Capítulo III. El tablero en movimiento

—¿Quién eres tú? —preguntó retrocediendo por inercia, pálida como el otoño gris.

—Mi señora —dijo acercándose para besarle la mano—, lamento mucho molestarla en su hora de descanso, pero creí que era mi deber presentarme. Mi nombre es Mariano Lemont y estoy a su servicio.

—¿El príncipe Mariano Lemont? —preguntó petrificada.

—¡Vamos! Estoy seguro de que viste mi retrato en el gran salón o me conoces de cientos de publicaciones en Internet.

—Está diferente a como lo recordaba —se excusó con sinceridad.

—Cuatro años en el extranjero y ya nadie me reconoce.

—Pero se ve muy bien de hecho.

—Viniendo de una modelo lo tomaré como un cumplido.

—Es un placer al fin conocerlo, he oído mucho de usted.

—¿Qué te parece si dejamos de lado las formalidades? —inquirió estirando su mano para ayudarla a caminar por los senderos pedregosos.

—Claro.

—Lo que sea que te hayan dicho, no les hagas caso.

—¿Incluso si eran cosas buenas?

—Sobre todo si eran cosas buenas —bromeó mientras avanzaban de regreso a la civilización.

—Lamento mi apariencia; de haber sabido que me visitarías me hubiera arreglado un poco.

—¿No estás arreglada?

—¿Juegas conmigo?

—Pues, déjame decirte que todas esas revistas no te hacen justicia.

—No tienes que mentir de modo tan descarado —replicó sonrojada—. ¡Mírame! Parezco un globo terráqueo.

—Tus ojos del color de las aguas cristalinas, las fronteras de tu cuerpo están muy bien delimitadas y, por si fuera poco, existe un relieve prominente semejante al Everest que con tu permiso me gustaría acariciar.

Ni bien apoyó la mano en el vientre voluminoso de Sofía, el niño dio una patada furiosa, como si intentara decir algo o hacer manifiesta una emoción difícil de dilucidar para los adultos.

—¿Sentiste eso? —preguntó Sofía con una sonrisa dibujada en los labios.

—Un globo terráqueo con temblores y todo —contestó arrancándole una carcajada.

—Gracias.

—¿Por hacer que tu hijo te patee?

—Por venir a visitarme.

—Hablando de eso —carraspeó—, dudo mucho que estas viejas y desoladas cárceles sean tus aposentos.

—Al menos por ahora.

—¿Tan mala es la estadía en palacio? —indagó con sincera curiosidad mientras tomaban un atajo que parecía conducir a la recamara de los reyes.  

—¿No dirás nada, cierto?

—Lo siento pero mi reputación me precede; jamás hago lo que se espera de mí.

—Te lo suplico —imploró—, no tengo permitido estar aquí; ni aquí ni en ninguna parte a decir verdad.

—Mantendremos el secreto con una condición.

—¿Cuál?

—La próxima vez que te aventures en estos pasadizos, debes hacerlo bajo la supervisión de un guía profesional —respondió insolente—. No queremos que la duquesa se extravíe y mucho menos sufra una lesión en estos caminos engañosos.

—¿Estás proponiéndome algo príncipe?

—Me ofrezco de guía turístico Real para tus escapadas clandestinas.

—¿Y si alguien nos descubre?

—En ese caso pasaremos mucho tiempo juntos en las mazmorras —bromeó—, pero estoy dispuesto a correr el riesgo.

—¿Siempre eres tan impetuoso?

—No, solo cuando algo vale demasiado la pena.

Imprudente como de costumbre, ufanándose de caminar al filo de la osadía permanente, Mariano giró unos antiguos candelabros de bronce, cubiertos de telas de araña milenarias, y el muro norte del dormitorio de sus padres se abrió imperceptible, lo suficiente para ser empujado y colarse luego de corroborar que estuviera vacío. Sin embargo, conforme a su suerte legendaria, antes de que pudieran ensayar una salida elegante, se toparon de frente con Victoria y junto con ella, un vendaval de preguntas que ameritaban ser contestadas a la brevedad.

—¿Qué significa esto? —inquirió anonadada, sin palabras ante la desvergüenza que se erguía frente a sus ojos.

—La duquesa necesitaba salir a caminar y estamos dando un paseo —respondió Mariano sin inmutarse.

—¿En mi habitación?

—Una suerte de tour —replicó descarado.

—Sofía debe hacer reposo.

—Lo siento Majestad, pero temo que si continuaba acostada en esa cama se me iban a atrofiar todos los huesos.

—¿Y cuál es tu excusa Mariano? —lo reprendió fulminándolo con la mirada—, ¿acaso no fui clara cuando te ordené no molestarla?

—Debía presentarme —se excusó—, era mi deber como príncipe y como cuñado.

—¿Eres consciente de que pudo haberse mareado o…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.