El heredero

Capítulo IV. La familia reunida

Al atardecer, cuando al fin el palacio parecía embeberse de un clima de paz y relajación, una auténtica bomba atómica, de esas que se saben inimputables, llegó para sacudir la modorra, dispuesta a acaparar la escena y asumir un protagonismo que resultaba cuanto menos peligroso para todo aquel que renegaba de sorpresas, o bien odiaba las tramoyas imprevistas.  

—¿Juliana? —preguntó la reina frunciendo el ceño.

—Lo lamento querida, pero no tengo mucho tiempo.

—¿Disculpa?

—No vine a verte a ti —se excusó por la brusquedad de su respuesta—, espero no herir tu susceptibilidad.

—¿Entonces qué haces aquí?

—¿Acaso tengo prohibida la entrada a palacio sino es en visita oficial? —ironizó para camuflar la evasiva.

—Eres mi hermana, puedes venir cuando quieras.

—De eso estoy hablando.

—Pero aún no me dices que motivos te traen…

—¡Mariano!, ¡Mariano! —vociferó acercándose raudamente, efusiva, con una sonrisa traviesa en el rostro, hasta fundirse en un abrazo sincero cargado de emoción.

—¡Qué alegría verte tía! —replicó acariciándole la cabeza que reposaba mansa contra su pecho.

—Tenemos mucho que discutir.

—Si tú lo dices.

—¿Habrá algún sitio donde podamos conversar con relativa intimidad? —inquirió entre carraspeos poco sutiles.

—¿En palacio? Imposible.

—Lo sabía, pero de todos modos tendremos una extensa conversación.

—¿Me acompañas al jardín? —preguntó ofreciendo su brazo para efectuar el paseo.

—Hace tiempo no me trataban con tanta galantería.

—Vamos —sonrió—, estoy seguro de que el tío Leonard aún te mima con paseos a la luz de la luna.

—La única luna que vi con tu tío fue la que está estampada en la bandera de Turquía —replicó—; y ni siquiera fueron vacaciones, sino un tedioso y poco productivo viaje oficial.

—Eres terrible tía.

—¿Alguien está pendiente de nosotros? —inquirió mientras se aventuraban al aire libre.

—Al menos tres guardias visibles, otros dos ocultos detrás de algún matorral, mi madre en la ventana de su oficina y Ramón que finge plantar Geranios de manera poco disimulada —enumeró esbozando una sonrisa.

—Excelente.

—Deslizarnos sobre la cornisa del peligro es nuestro pasatiempo.

—Y dime una cosa, ¿ya te has instalado?

—Demasiados años en el extranjero tía, me llevará tiempo acostumbrarme a la rutina.

—Lo importante es que ya estás aquí.

—Mi llegada no fue recibida con algarabía; pero eso no me sorprende.

—Sabíamos que pasaría —asintió con la vista al frente.

—Mi madre fue la única que se alegró de forma genuina.

—Victoria es estricta, a veces odiosa, pero tiene un gran corazón.

—Lo sé.

—Y te ama más que a su propia vida.

—Temo que los sentimientos le traigan problemas en el corto plazo —comentó con claro dejo de preocupación en la voz.

—Entonces mis instintos no se equivocaban.

—Bruno quiere el trono tanto como burrero una vuelta más.

—¿Y su simpática prometida? —inquirió casi con desprecio.

—Ufanándose de su infame abolengo.

—Espero que tus padres no sean tan estúpidos como para sentar a esos dos en el Trono de Roble.

—Pues, son los próximos en la línea sucesoria.

—Qué son las reglas sino guías para ser inmoladas en el altar del bien común —replicó haciendo alarde de su capacidad para crear discordia.

—Dudo que el rey convalide tan osada afirmación —se lamentó mientras daban un rodeo por el sector de las rosas.

—Jorge es un pobre tipo sin ninguna luz en el cerebro —arremetió vehemente—. Lo lamento querido Mariano, sé que hablamos de tu padre, pero ese hombre puso a la realeza en la cornisa y no debería emitir opinión respecto del futuro impostergable que se yergue difuso frente a nosotros.

—Tenías razón respecto a Sofía —susurró—, es poco menos que una prisionera.

—Pero que no te engañen las apariencias.

—No comprendo.

—Tu madre teme por su seguridad y fue su miedo, más no su malicia, lo que la empujó a tan drástica y cuasi inhumana decisión —alegó.

—Ella es…

—Ni que lo digas —interrumpió con una sonrisa.

—Pero no sabes qué iba a decir.

—Tus ojos lo gritaron antes que las palabras —retrucó.

—Claro que no.

—La primera vez que la vi pensé: qué injusta es la naturaleza, algunas tanto y otras tan poco.




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