—¿Tus últimas palabras, sucio pirata? —el verdugo escupió el piso al terminar de hablar. El sol le pegaba directamente en la cara por lo que entrecerraba los ojos un poco, viendo tan solo en fugaces veces la cara de su víctima.
—Agacha la cabeza —sonrió ante el desconcierto del hombre. El verdugo estaba a punto de murmurar algo justo cuando el ruido de un estallido lo detuvo.
Y así el capitán Neil Murphy volvió a salirse con la suya.
El público, curioso de que un pirata tan famoso fuera a ser ejecutado, gritó y se dispersó por toda la plaza en búsqueda de un lugar seguro para refugiarse. Los pequeños comercios cerraron sus puertas, dejando a los hombres y mujeres huyendo asustados por las calles de tierra del pueblo.
—¡Santa mierda! —gritó el verdugo al recibir un disparo que le rozó el hombro y no tocó a Neil por pura suerte.
—¡Vamos Bram! ¡Sé que lo puedes hacer mejor! —rió en un sonido encantador. Observó a su alrededor para confirmar que eran muy pocos los hombres que quedaran en la plaza, presos del terror por todas las leyendas que giraban en torno a ellos.
Uno de los hombres, que no superaría los catorce años, cayó de rodillas frente a uno de los tripulantes. Entre ruegos a Dios y sollozos, aseguraba estar allí tan solo para conseguir una hogaza de pan para su familia. Los gritos llegaron a Neil que, una vez que uno de sus camaradas le quitó la soga del cuello, se acercó a él con elegantes pasos.
Realmente amaba su posición. Disfrutaba ser respetado y, hasta en un punto, le daba gracia que le temieran. Más que nada esto era porque, a sus cortos veintitrés años, Neil no era ningún asesino. No iba a fingir ser un ángel, sangre había derramado más de una vez pero la violencia no lo caracterizaba a diferencia de su padre, William Murphy.
Fue la violencia de William, los gritos y los zarandeos, que llevaron al joven capitán a decidir ser respetado antes que temido. Claro que no se hacía cargo si los demás le temen por el simple hecho de tener un barco y miles de joyas con desconocidos dueños.
—¿Quién es este chiquillo, bravucón? —era el apodo que solía ponerle a sus marineros más queridos. El chico temblaba a sus pies y, aprovechando que no veía la escena, Neil alzó las cejas en un intento de comunicarse con su camarada que sonrió en respuesta.
—¿Este? ¡Ah, ya quisiera saber yo! ¡Mujercita! —el joven farfulló un "¡no!" entre sus sollozos. El capitán se agachó a su altura y palmeó con más fuerza de la que hubiera querido su espalda.
—Vamos ya, agradece que tenemos suficiente comida como para que me apetezca un escuálido hervido —rió por lo bajo—. Levántate de una vez, anda.
El chico, que de tonto no tenía un pelo, dedujo que estaba frente al capitán así que se apresuró a levantarse. Estaba muy flaco y el pelo negro grasoso le caía como una cascada sobre el ojo derecho.
—¿Cómo te llamas?
—Dolle, señor.
Neil lo escrutó con ojos indiferentes aunque por dentro disfrutaba bastante el espectáculo. El joven había dejado de llorar aunque se sorbía la nariz de vez en cuando y rascaba su cabello nervioso.
—¡Neil! —la voz de Johan, su navegante en el barco, le llegó desde atrás. No pasaron muchos segundos hasta que el viejo pusiera una mano sobre el hombro de aquel muchacho que tanto quería para girarlo y pedirle explicaciones—. ¿Qué mierda haces? —a pesar de que solía ser cordial, alejándose de la violencia que lo rodeaba, no pudo pronunciar más que eso. Los niños siempre fueron su debilidad.
Ahora, con los otros dos hombres en otro lugar pues huyeron, la plaza era completamente de los piratas. El silencio reinaba interrumpido tan solo unas veces por los murmullos del resto de la tripulación que miraba expectante a su mayor. Miraron con más atención al ver que Johan interrumpía en la escena. Si había alguien que se podía dirigir de esa manera a un capitán Murphy era él.
Neil rodeó con el brazo al flaco Dolle. El joven, que no entendía bien la situación, bajó la mirada hasta sus descalzos pies. Él solo quería un pedazo de comida pero no se animaba a contradecir a un pirata.
—¿Yo? Conversaba con mi nuevo amigo Dolle —lo sacudió un poco al nombrarlo—. Dolle, él es Johan.
El viejo pirata bajó su mirada y sonrió. A diferencia de lo que el chico esperaba, tan solo le faltaba la mitad de un diente y realmente parecía muy amigable. Neil apretó los labios, un gesto que solía hacer cuando pensaba. Giró a Dolle en su dirección y le alzó el mentón para verlo bien.
—¿Sabes qué? —el chico negó—. En el Stormy estaríamos necesitando más hombres.
Editado: 06.04.2018