Sus alas rojas parecían hechas de humo, extendiéndose por el cielo oscuro cubierto de estrellas lejanas que ella nunca había visto. Los pilares y edificios que se alzaban alrededor también eran negros, algunos eran pequeñas casas sin habitantes, otros eran grandes, como complejos, llenos de brillo interior a pesar de que afuera la penumbra imperaba; y otros más, eran palacios negros como castillos con grandes distancias entre otros, con partes caóticas en ellos como si hubiesen tomado parte de otros edificios y los hubiesen pegado juntos.
A pesar de la vista, ella no le prestó atención a esa ciudad extraña bajo sí, ella estaba apurada. Ella estaba siendo perseguida.
Tenía la sensación en su cabeza de que no debió de haber salido. Había otras dos figuras junto a ella, una un poco más alta, masculina, y otra irreconocible. Todos vestían de negro y sus caras no se veían, pero ella sabía que era ella, así como tenía la sensación de que conocía al chico que estaba allí, más cerca, ayudándola a escapar.
Un gran perro del tamaño de los edificios más altos los perseguía; sus garras afiladas apuntaban a las tres sombras de alas rojas.
Estaban a punto de llegar, sólo un paso más.
Eleonor pudo ver la casa donde habitaba en sus sueños. Estaba un poco vieja, pero era grande, como una mansión antigua victoriana. La puerta era fuerte y grande, hecha de hierro; sabía que, a pesar de que algunas ventanas estaban rotas, ese perro no la atraparía.
—... Noir... ¡Noir! —El chico gritó, pero ya era muy tarde. Una de las patas del gran perro se había abalanzado sobre ella, logrando rasgar una de sus alas rojas. El dolor del daño pronto se presentó, haciéndola gritar como si tratara de desgarrar el tiempo.
La sombra irreconocible se paró entre el gran perro y ella, protegiéndola; estaba segura de que esa sombra era algo que no estaba vivo, pero confiaba en ella. Esa sombra era la única que no tenía alas rojas, si no que todo él era negro y parecido al humo. Una persona de humo, un fantasma negro que la acompañaba en sus incursiones.
El chico con capucha negra y alas rojas como las de ella la tomó en brazos. No podía ver su rostro, por más que estaba tan cerca de él; el dolor de su espalda le impedía pensar con claridad, y no sabía qué estaba pasando más allá de las alas del chico sombra que la había tomado consigo.
Llegaron a esa mansión destartalada con puertas metálicas, y esas puertas pesadas y grandes se abrieron ante ellos; el chico-sombra entró con ella en brazos al vestíbulo, y la gran puerta se cerró. No sabía qué había pasado con el fantasma de humo negro, y estaba preocupada, pero el dolor de su ala desgarrada apenas si le permitía respirar.
—Noir... ¡despierta! —La voz conocida del chico de negro con alas rojas como ella hicieron eco en el vestíbulo sucio y en penumbra de esa casa. Una puerta se abrió más allá, y un ser humanoide se arrastró hacia ellos, con su piel negra y seca, pegada a sus huesos.
—¡despierta, Noir!... despierta o morirás de verdad... —El chico de negro, cuyo rostro no podía ver y cuya voz tan familiar no podía reconocer, la abrazó; ella podía palpar su desesperación.
Cerró sus ojos, el negro tan conocido y familiar fue lo único que pudo ver, y el dolor en su espalda ardía como fuego.
Se despertó en su cama, con sus ojos cubiertos por la neblina del sueño. Su espalda le ardía tanto, y cuando, con algo de esfuerzo, pudo tocarse esa parte, sólo sintió un hormigueo, como si algo que debía estar ahí ya no ocupaba ese lugar. Un entumecimiento que se quedaría con ella para siempre.
El ardor hizo que no pudiera colocarse bien la ropa esa mañana, ni que pudiera soportar estar sentada por mucho tiempo, pensó que sería bueno no asistir a clase, pero sentía que, si lo hacía, alguien se preocuparía por ella.
No recordaba bien lo que había soñado, sólo tenía una vaga idea de ella volando con unas grandes alas rojas y un perro persiguiéndola. Quizá, ese dolor en su espalda se debía a que, dormida, se había golpeado con algo. Ella no se movía mucho dormida, pero a veces, según su abuela, se levantaba a media noche como si fuese sonámbula. Quizá se hizo daño así.
Afortunadamente su mochila era una bandolera; esperaba que durante el día ese ardor incómodo y doloroso bajara un poco. Cuando llegó a la escuela, Andrew la miró con alivio, como si estuviera preocupado de algo, y luego la saludó alegremente; pensó que tal vez estaba así por lo que habían hablado en su departamento, así que juntó toda su resistencia y puso buena cara a pesar del dolor.
Aquel día, Andrew no se despegó de su lado, e incluso le ayudó con algunas cosas.
—¿Por qué no trajiste tu muñeco? —Le preguntó él, luego de la escuela. Ella le había dicho que le había gustado tanto que la tentaba a colgarlo en su mochila como un accesorio más.
—No encontré una cadena lo suficientemente fuerte para ponerlo. —Le dijo, un poco contrariada. Pensó que tal vez tener a ese muñeco con ella la haría verse demasiado infantil y por eso dudó de hacer lo que quería. El hecho de que Andrew le preguntara por qué no lo había hecho como planeó le brindó alivio, al menos él no pensaba que era ridícula o tonta.
Andrew le extendió un paquete envuelto en papel delgado de color violeta. Era un papel suave y delgado y el rectángulo apenas si era del tamaño de la mano de ella.
—¿Qué es? —Preguntó, sorprendida por aquel obsequio inesperado. Lo tomó alegremente y lo desenvolvió con cuidado para ver su contenido. Era un listón de seda negro con un bordado satinado del mismo color.
—Sólo pensé que te gustaría. Ya sabes, para tu muñeco. Le puse algo para que no se pierda fácilmente y tampoco lo roben. —Si bien, parte de lo que Andrew decía era verdad, también había mentira en sus palabras. El listón serviría para que nadie pudiera llevarse aquel muñeco, pero también para que todos creyeran que esa cosa era un peluche cualquiera. No quería los ojos de gente sensible a lo oculto fijos en Nor.