Una noche de luna menguante de un miércoles de inicios de primavera, y como siempre, Eleonore se encontraba en casa, un pequeño departamento en los suburbios de la ciudad, junto a su abuela.
Una cena simple, un poco de café y unos beignets, acompañados por una plática igual de sencilla entre la anciana Alphonsine y ella, centradas en el trabajo, en lo que el futuro les depararía, y en una pequeña advertencia sobre los chicos.
—Ese amigo tuyo... Andrew, mejor no te ilusiones con él. —Le dijo; los ojos de Eleonore miraron tristes a la anciana que se sentó a su lado. Ella sabía que su abuela se preocupaba por ella, pero a veces era cruel. —Tú sabes, alguien como tú... a lo mejor él sólo quiera jugar, hija, y tú ya perdiste...
Eleonore se quedó en silencio. Su abuela era bastante dura cuando se trataba de esas cosas. No había sido su culpa, y lo sabía, pero esas palabras que su abuela decía la herían y la hacían sentir como si de verdad fuese culpable. Como si no valiera nada.
—Lo sé. —Respondió, mientras levantaba sus platos sucios.
—Me preocupo por ti, hijita. Por eso es mejor que te pongas a pensar en tu futuro. Cuando una mujer pierde lo importante, lo único que le queda es trabajar para ella sola y ponerse dura, porque cuando el hombre se entera de la verdad sólo la usan para jugar.
—Lo sé.
La anciana parecía abatida, en realidad, ese tipo de conversaciones no le gustaba a ninguna de las dos, pero a los ojos de la anciana, debían hacerse. No quería que ella sufriera más, sin pensar en el daño que le causaba reabrir la herida; el silencio incómodo de aquella cena que había iniciado felizmente y había terminado de forma tan abrupta fue quebrantado por el sonido del teléfono.
Uno, dos, tres veces timbró, cuando Eleonore corrió hacia el aparato apostado en una mesita cerca de la pequeña y apretada sala de estar.
—¿Sí? —Aliviada de haberse librado de la incomodidad entre ella y la anciana, Eleonore atendió el teléfono todavía con un dejo de pesar en su voz.
—¿Nor? —La voz de Andrew, un tanto preocupado, se escuchó a través del auricular. A lo lejos él pudo escuchar la voz de la anciana preguntando quién era y, aunque no pudo escuchar la respuesta, adivinó que Elonore le dijo que la llamada era para sí.
—Lo siento, ya sabes... mi abuela. ¿Qué pasa? —Dijo ella al final de una pausa un tanto larga. Andrew pensó que Eleonore tenía muy poca libertad, y una parte de sí pensó que era lo mejor. Si ella estaba tan controlada, estaría segura, al menos por el momento.
—Saldré por un par de días, no es nada grave, pero quería avisarte para que no te preocuparas. —Eleonore sintió un pequeño dolor en su pecho, no por la ausencia de Andrew, si no por el motivo por el que le había llamado. Era la primera vez que un amigo se preocupaba de esa manera por ella. —Además, quería pedirte que te cuidaras y te mantengas alerta; últimamente hay mucha mierda rara suelta por la ciudad, ya sabes de qué mierda rara te hablo...
—Sí, lo tendré en cuenta. Estaré bien.
Eleonore pensó que se refería a fantasmas o cosas por el estilo, así que sólo prometió que se mantendría atenta y se alejaría si veía algo fuera de lo normal. Desde que ella había aprendido a usar sus ojos de bruja, había notado cosas que alguien común no vería, pero trató de disimular. Pensó que, si se quejaba o tenía miedo, Andrew se reiría de ella, sin embargo, él estaba genuinamente preocupado por ella.
—Si ves algo sospechoso o peligroso, huye. Ve a mi departamento o quédate en tu casa y nunca salgas sin el peluche, ¿entiendes?
—S.… sí. —Ella sintió que las palabras de Andrew no eran de alguien que saldría por algo no grave. Pensó que tal vez había algo entre los brujos, pero ella no podía saberlo, y tampoco es que quisiera saber. Para Eleonore, el mundo de los brujos era distante y algo que no sabía que existía hasta hace poco, por lo que no entendía muchas cosas. Si su mejor amigo le pedía que tuviera precauciones, lo haría, no sólo porque él se lo pedía, sino porque no sabía hasta qué punto ella podría salir involucrada.
—Lo siento, sé que debes estar preocupada por lo que te digo, pero es sólo por precaución, ¿vale? No creo que las anomalías que están sucediendo aparezcan cerca, y en cuanto regrese te diré qué pasó, así que sólo cuídate.
—Okey, no hay problema, sólo... Tú también cuídate, ¿sí?
—Lo haré. —La llamada terminó ahí. La situación era completamente desconocida para Eleonore, quien regresó a su vida común de persona normal en cuanto colgó. Su abuela negó con la cabeza, a sabiendas que había hablado con el chico que era tan amigo de ella. Al final, la anciana suspiró y pensó que mientras sólo fuesen amigos, no habría tanto problema, y esperaba que se quedaran así.
Por otro lado, la advertencia de Andrew no era por las cosas sobrenaturales que normalmente se encuentran vagando por las esquinas del mundo, si no por la presencia de un perro de caza de la iglesia.
No era raro que uno o dos brujos murieran al año por enfrentamientos con otros seres como vampiros, demonios y seres que sólo se encontraban en las leyendas, pues como seres de naturaleza inquisitiva y curiosa, muchas veces se metían con poderes o en investigaciones peligrosas. No obstante, en la última semana, hubo un par de muertes escandalosas en la comunidad que se había asentado en Nueva Orleans. Brujas quemadas, con signos de tortura y una gran cruz en el pecho.
Era por eso que Andrew necesitaba ausentarse, como uno de los miembros de las casas líderes de la comunidad, debía ayudar a la investigación; por ello, también estaba preocupado por Eleonore.
Ella era una joven bruja que ni siquiera había pasado a ser una adulta, todavía con un bloqueo en sus poderes e ignorante de la mayoría de sus dones; sin duda, una presa fácil para cualquier perro de la iglesia que estuviera rompiendo el pacto.