El hermoso monstruo de la bruja

Acto de guerra

 

Las noches de primavera en los tugurios de Nueva Orleans eran pegajosas como el dulzor del licor de cereza que a las prostitutas de la zona les gustaba como aperitivo a sus noches de trabajo en el prostíbulo; los cuerpos tambaleándose al son del post punk ruso, desnudos tras las rejas que separaban a las bailarinas de los clientes, mientras otras mujeres con vestidos tan delgados como una capa de su propia piel iban y venían con botellas de colores. Esa era la noche de fiesta en Nueva Orleans, donde el alcohol, las drogas y el sexo fluían como ambrosía para atrapar a las almas jóvenes y aventureras.  

Faustus, el brujo-wendigo de cabellera roja como la sangre, cruzó sus brazos fuertes y musculosos contra su pecho; el olor de la carne de los jóvenes contra otra carne igual de joven y lozana, del sudor salado y los fluidos amorosos corriendo hasta su nariz delicada, lo hizo tambalearse por un segundo. Era una sensación entre el rechazo y el deseo que lo movía a actuar como si lo que estuviera sucediendo ahí fuese sólo una tentación que debía superar, y en realidad lo era.  

Andrew miró al hombre musculoso que era su verdadero padre con ojos indiferentes; el tipo ya era demasiado imbécil, pero esperaba que no actuara como un maldito puberto e hiciera el trabajo que los había guiado hasta ahí de manera eficiente.  

El hombre de la barra los miró con cierto tono estupefacto que pronto cubrió con una sonrisa agradable; su rostro era bello y cuadrado, dejando ver su línea sanguínea como un libro abierto. El cabello rubio y largo atado en una media coleta caía como cascadas de miel, acercando el rostro hacia Andrew cuando éste hizo un ademán para hablar con él.  

Andrew recitó unas palabras en un ruso fluido que incluso podría impresionar a un nativo; estaba buscando al líder de la casa en la que había puesto sus pies. No era extraño que algunos brujos rusos hubiesen migrado a Nueva Orleans en el último siglo, y todos ellos se aglomeraban en torno del dueño del lugar donde estaba ahora.  

El chico de la barra se alejó, dando unas palabras a otro de los compañeros que atendía el local. El chico nuevo que parecía más americano que ruso, asintió con la cabeza y salió lentamente hacia un lugar indeterminado, seguramente, pensó Andrew, hacia el lugar donde el jefe estaba.  

El bartender regresó a donde Andrew y Faustus esperaban, ofreciéndoles algo de beber; si bien, Andrew era menor de edad, su estatus como uno de los futuros líderes de la sociedad en la que se movía lo hacía merecedor de ciertas atenciones que un chico de su edad normalmente no tendría, así que, aunque una parte de él quería un buen trago, decidió rechazarlo debido a su trabajo actual.  

El chico de cabello naranja rebuscó en su chaqueta, obteniendo al fin una cajetilla de cigarrillos a medio terminar; ofreció uno a Faustus por costumbre, el cual aceptó gustosamente como un niño aceptaría caramelos. El bartender sacó un encendedor genérico de plástico con un logotipo perteneciente a una marca de papelería y lo extendió hacia ambos brujos metamórficos; pronto, el humo de ambos cigarrillos se elevó junto al aliento animal de los presentes y el humo hecho con un polvo desconocido de la pista de baile.  

El chico de apariencia americana volvió pasado poco rato; Andrew no había visto su rostro a detalle antes, pero en ese momento se dio cuenta de la apariencia de ese muchacho que seguramente apenas había cruzado el umbral de la mayoría de edad. Sus ojos verdes e intensos parecían dos hojas de verano al viento, pero su rostro serio lo hacía ver como un pequeño matón listo para sacar su arma en cualquier momento. Era del tipo que al líder de los rusos le gustaba.  

Asthramar era el local en el que se encontraban, un lugar que pertenecía a Sergey Vasíliev; el por qué habían ido a buscarlo tenía que ver con el perro del vaticano y lo que los mismos rusos escondían. A Andrew no le importaba la política entre las familias de brujos, así que no tenía en mente andar con pasos sigilosos en las aguas rusas; lo que guardaban los ponía en peligro, y si por Andrew fuese, los dejaría morir, claro, si no tuviese que ver con la seguridad de la ciudad para con los brujos.  

Si alguien podía enfrentarse frente a frente con toda la inquisición, no por su poder, pero sí por sus números, contactos en el bajo mundo de las personas comunes y nexos con criminales, eran los Vasíliev.  

Los Vasíliev habían tomado el control de muchos cárteles locales, enriqueciéndose con la porquería que flotaba bajo el mundo luminoso y precioso de las personas comunes. Alcohol, drogas, armas, sexo y dinero, ellos lo tenían todo, además de magia. Era algo normal que el perro del vaticano quisiera terminar con ellos antes que otros, con el plus de lo que escondían entre sus manos.  

Las reliquias de la vieja casa Le Blanc que se habían perdido en el tiempo; Andrew no lo sabía bien, pero se decía que una de ellas era algo que podía identificar a los brujos de todo el mundo, una reliquia que otorgaba sabiduría para ver las cosas ocultas al portador, incluso si éste era un común. Aquello era peligroso, tanto para la familia a la que pertenecía como para Eleonore; Andrew se encontró pensando en la seguridad de Nor más que en cualquier otra cosa, y se maldijo a sí mismo. Debía enfocarse para regresar al lado de la chica lo más pronto posible.  

El chico de aspecto americano los guió hacia la parte superior, a la parte más al fonmdo de lo que parecía una bodega; una puerta oculta entre las paredes de concreto sin pintar se abrió de par en par ante ellos. Andrew caminó hacia el interior de aquel piso oculto sin dilación ni dudas, como si para él fuese un lugar cotidiano.  

Dentro de ese lugar oculto había una oficina decorada lujosamente; sillones de cuero teñido y brillante, cuadros caros y, seguramente, comprados de manera ilegal de autores reconocidos a nivel mundial, un bar con botellas llenas de líquidos de todos los colores, muebles de maderas preciosas e inciensos perfumados que danzaban en el ambiente como ambrosía lista para navegar en los pulmones de quienes los inhalaban, ocultando el olor a la hierba del tabaco que subía al unísono con en incienso, proveniente de una boca jovial de labios delgados.  



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En el texto hay: vampiros, abuso, brujas

Editado: 27.10.2021

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