El hermoso monstruo de la bruja

Reliquia familiar

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Ella estaba nerviosa. Su abuela llegaría pronto y, aunque tenía la excusa perfecta para dar al respecto del corte en su mano, no sabía cómo explicar la presencia del niño silencioso que parecía juzgar hasta el más mínimo detalle de su habitación en el que se había convertido Cirilo.  

Cirilo, quien con sus ojos rojos y sus dedos delgados y blancos apuntaba y tocaba todo con cierto desdén, incitándola a dejar el basurero en el que vivía por otro lugar más acorde a ella y a él.  

—No es que no puedas hacerlo... —Dijo él mientras tocaba uno de los dibujos que ella tenía colgados en una pared. Si bien, Eleonore no tenía afición por cosas hermosas y la mayoría de escenas parecían sacadas de la narrativa de Dante Aligieri, había algunos bocetos de una persona en específico. Era el rostro del niño híbrido que siempre la acompañaba en su día a día y que últimamente había desaparecido por cosas mundanas sin sentido. —Sé que tienes dinero, ¿por qué no darle una vida más digna a tu abuela? ¡Ni siquiera se puede respirar en este lugar tan pequeño!  

—Es por ella que vivimos aquí... Además, ¿cómo sabes esas cosas? —Respondió Eleonore, como si no le importara lo que Cirilo decía. Al inicio, por supuesto Eli estaba encantada y hasta estupefacta de lo que había ocurrido, sin embargo, con el pasar de los minutos se dio cuenta qué tan infantil era el ser en el que se había transformado el peluche.  

Ella no estaba acostumbrada a tratar con niños, así que no sabía exactamente si su comportamiento era tal como uno, no obstante, su apariencia le hizo pensar que era una especie de fantasma que había ascendido de alguna manera a un espíritu, a sabiendas que eso podía ocurrir. Además, su ropa no parecía de ese siglo, si no que se veía anticuada, como si proviniese de la época victoriana. Sus dudas se esfumaron cuando le preguntó exactamente qué era y él simplemente respondió despreocupado que era un espíritu de hace mucho tiempo. ¿Qué tan viejo era? No lo sabía, pero estaba segura de que al menos muy maduro no era.  

Después de que empezara a quejarse, ya no le pareció tan lindo, sin embargo, ahora era su responsabilidad. Por supuesto, él continuaba siendo hasta cierto punto respetuoso, pero sus preguntas dolían un poco en su orgullo, sobre todo cuando empezó a preguntarle por cosas de brujas que ella no sabía.  

—Es normal que sepa cosas de mi contratista, ¿qué clase de existencia sin conciencia sería si no fuese así?  

—Si, si... —La puerta principal del departamento empezó a emitir ruidos, y pronto, la voz de la anciana se escuchó tras las paredes delgadas de su habitación. Si bien Eleonore a esas alturas ya había limpiado la escena del crímen y tratado su herida ante las insistentes preguntas sin filtro de Cirilo, ahora ella empezó a sentir pánico. ¿Cómo iba a ocultarlo? Rápidamente pensó en salir de la habitación antes de que su abuela fuese hacia ella y encontrara al nuevo y extraño inquilino. —¡No te muevas, no respires, no hagas ruido! Ahora regreso... —Eleonore advirtió en voz baja a su nuevo compañero antes de salir con una sonrisa nerviosa al encuentro de Alphonsine.  

La anciana había ido directamente a la cocina para dejar el paraguas y sus zapatos en la poza para que se secaran. La lluvia había empezado de manera torrencial que parecía más un huracán, aunque afortunadamente para la anciana al final se volvió más llevadera, tanto que incluso pareció limpiar a la ciudad del humo de los autos y de la suciedad de los malvivientes que uno se podía encontrar en los callejones.  

—Mija... ¿Puedes traerme unas sandalias? Me mojé los pies. —Le pidió a su nieta a media voz, sin estar consciente de la entidad que ahora vivía con ellas, mientras tranquilamente se secó los pies con una franela de cocina que usaba para limpiar el piso; Eleonore había ido a la habitación de su abuela enseguida la escuchó, todavía preocupada de que Cirilo hiciera algún ruido que lo dejara al descubierto. ¿Cómo podía explicar la presencia de un niño desconocido en su habitación? La situación se le pintaba peor sabiendo que ahora no tenía poderes siquiera para convencer a su abuela de que el niño era un pariente lejano. No podía siquiera usar el don de la vista, ya lo había intentado luego de terminar el ritual.  

En ese momento, ella era la misma Eleonore de antes, la pequeña, la humana, la inútil, la nada especial, la que tenía miedo de todo, y aquella sensación la hacía sentirse mal, en una alerta eterna que no sabía si se iba a ir alguna vez.  

Estando preocupada por Andrew, sus inseguridades al respecto de ella misma aumentaron su sensación de inutilidad y su sentido de inferioridad. Ella no era perfecta, era sólo una chica que había sufrido lo suficiente y sólo quería tranquilidad y paz, y la única persona que le transmitía aquello estaba en peligro en ese momento.  

Durante las noches, como él lo había dicho, cuando los depredadores salían a buscar a sus presas.  

Se las arregló para permanecer lo más neutral posible mientras entregaba las sandalias a su abuela, sin embargo, la anciana se dio cuenta de la venda que había en su mano. 

—¿Qué te pasó? —La voz preocupada de Alphonsine llegó a sus oídos.  

—Me corté sin querer tratando de partir un mango... —Días antes su tío le había enviado mangos de su intento de árboles en maceta. No eran tan grandiosos como uno comprado en el supermercado y Alphonsine le había dicho que debían comerlos antes de que se pudrieran.  



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En el texto hay: vampiros, abuso, brujas

Editado: 27.10.2021

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