El hermoso monstruo de la bruja

In memoriam

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La habitación apenas estaba iluminada a pesar de que era casi medio día; no era extraño para los habitantes de aquella mansión antigua que la propietaria de ese espacio tan ordenado permaneciera con las cortinas cerradas, como siempre lo había hecho desde que recordaba tener memoria en el mundo, como cuando era niña y estaba atada a sus ideales devastadores y a un compromiso con Faustus, sapiente que ella no se pertenecía a sí misma, entregada al legado familiar, así como ahora ella estaba entregada a otra devoción más pura, más personal y egoísta.  

En la semipenumbra artificial, navegó con su cuerpo adulto de formas estilizadas y exuberantes hacia otra habitación conectada, dejando atrás los recuerdos de la niña esclavizada al amor hacia quienes consideraba su familia en aquella época; ese lugar era una especie de antesala que formaba parte de sus aposentos en la propiedad Sunken, el lugar donde ella mantenía sus secretos a salvo, sus experimentos, y su devoción.  

Vestida de negro, como si aún estuviera de luto, se paró en la puerta que sólo ella podía abrir tras cerrarla a sus espaldas; las paredes tapizadas de un rojo cobre le recordaron a Dean... su adorado Dean que simplemente fue arrastrado a todo eso. Y sí, de alguna manera, Amelie aún sentía el luto por su amado esposo a pesar de los años y de las cosas que habían tenido que hacer ambos para que su hija permaneciera con vida.  

Todavía recordaba la sensación onimosa que erizó su alma misma cuando escuchó hablar a la muerte, con esa cara sin piel ni sangre, sin expresiones ni pasiones; con tantos nombres tras de si, pero con el mismo rostro descarnado en todas las culturas que conocían para bien o para mal a aquel ente que hasta los dioses temían.  

Con los huesos blancos y largos, señaló el cuerpo de la niña que no tenía alma, de su hija, con los dientes perlados como si sonriera a pesar de que definitivamente no tenía un rostro.  

—Le daré un alma… un alma hecha de mi esencia y la tuya. Será mi hija, mis ojos en ese mundo vivo que tanto he anhelado… Uno de mis rostros... Uno vivo como nunca antes había existido.  

Al escuchar aquellas palabras, Amelie recordaba, se horrorizó; sintió que el latido de su corazón se detuvo y que los dedos de Dean se escapaban de su agarre en su espalda, como si él también se hubiera congelado. En realidad, Amelie estaba segura que ambos se congelaron como si el tiempo se detuviera y con ello la vida misma.  

Era abril; la primavera florecía con el resplandor del ciclo eterno de la vida y la muerte, estacionados en la línea del tiempo cíclico que representaba a la vida misma… y, aun así, la muerte con su frío espectral sonreía sin sonrisa, trayendo consigo el frío de la no vida, pero también, un rayo cálido de esperanza y desasosiego.  

Porque la muerte tenía prohibido vagar en el mundo humano, tenía prohibido vivir.  

Según las escrituras sagradas de los Nephilims, cuando la muerte camine por la tierra con rostro mortal, el mundo cambiaría. Volverían los antiguos temores del hombre, las razas olvidadas y los seres desconocidos que vagaban en las dimensiones; los brujos y los humanos se matarían unos a otros para alimentar a aquel ser cuya simple mirada podría terminar con la vida de cualquiera. Y tras su llegada, aquellos que marcarían el fin de la era del hombre en el mundo.  

En ese momento, Amelie sintió que su corazón era extraído de su pecho, como si la extremidad ósea de aquel invitado no deseado de rostro inmutable la hubiese atravesado.  

Por un lado, había esperanza.  

Tener a su hija pequeña y disfrutar del tiempo que les quedaba en el mundo, lejos de las maquinaciones y miedos de Seraphim y la familia Sunken, mientras la naturaleza dormida que yacería en el cuerpo de su pequeña continuaba en silencio, hasta el día en que despertase. 

Una felicidad efímera, pero ideal; la imagen de ellos tres siendo felices sin importar lo que pasara con el mundo le trajo paz, le trajo un deseo egoísta terrible, el primero que tuvo de tal magnitud pese a las consecuencias.  

Por otro lado, estaba el cruel destino.  

Amelie sabía que las ruedas y los hilos del tejido universal se moverían. El destino era una cosa cruel y horrible que encontraba su propio cauce en medio del caos, incluso si el ser al que llamaban muerte era inmune a los estratagemas de éste, pues no había destino para alguien no vivo.  

Vida y muerte… Se le presentó a ambos padres la ilusión de ver a su hija hablando, aprendiendo, amando… contrario a la imagen silenciosa e inerte que hasta ese momento poseía al no tener un alma.  

Ellos sabían, en el fondo de sus corazones paternales que todavía anhelaban un milagro imposible, que poco a poco ese pequeño bulto moriría, sin un alma que pudiera sostener su cuerpo, tal como un cascarón de un huevo podrido que colapsa con el pasar del tiempo al secarse su contenido. 

Amelie mordió sus labios con fuerza, hasta casi sangrar, aquella vez. Dean apretó sus puños hasta que sus nudillos estaban blancos, ella lo sintió en el corazón, como si se preparaba para luchar. Y en efecto, él estaba luchando consigo mismo, con su egoísmo; ambos deseaban aceptar el trato con la muerte. Ambos anhelaban que su amor perdurara incluso cuando uno de ellos se separaría del otro, así el mundo se deshiciera, así las consecuencias fuesen fatales.  



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En el texto hay: vampiros, abuso, brujas

Editado: 27.10.2021

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