La noche con sus peligros, se estaba instalando en el horizonte, y con la agonía del día, aquellos que viven a la luz del sol empezaron a volver a sus hogares donde se sienten seguros de las sombras que acechan en la oscuridad; Andrew y Eleonore no eran diferentes a aquellos que buscaban resguardarse de la oscuridad, siendo obligados, más que por sus deseos, por las circunstancias de su vida cotidiana.
Se habían acurrucado un rato frente al barandal rojo adornado de flores, viendo a través de los barrotes el agua del Missisipi que apenas empezaba a teñirse de dorado ligeramente; sin importarle a ninguno que el piso de madera de la cubierta estuviese duro, sin pensar más allá de lo que en ese momento cada uno necesitaba.
En un abrazo que ninguno supo cuánto duró, rodeados por el silencio de la soledad que Andrew había creado para los dos, sin mencionar ninguna palabra, sólo sosteniendo sus manos y corazones uno del otro, permanecieron allí hasta que sus lágrimas se secaron y el agua se tiñó con los colores agónicos del atardecer tardío.
En el olvido los rostros de ambos jóvenes quedaron cuando al fin bajaron de la embarcación con las manos entrelazadas; las estrellas empezaron a asomarse con los últimos rayos de sol y el T-Bird de Andrew arrancó con renuencia, como si supiera sobre los deseos egoístas de su dueño.
Los dos jóvenes todavía parecían sumidos en los hechos que habían ocurrido. Se habían besado, en un casto y puro roce de labios que apenas si podía llamarse como tal, pero lo habían hecho. El corazón de Andrew continuaba en su latir eufórico, incluso a pesar de la ligera charla que había seguido al silencio de ambos, cuando cada uno calmó su corazón con la asistencia del otro.
—¿Quieres escuchar música? —Preguntó el, aún nervioso; no quería arruinar el ambiente ligero e incluso pacífico que había nacido entre ellos con algo que a ella no le gustara, por lo que había preguntado, pero también porque, de cierta forma, quería más.
Una parte de Andrew no deseaba que aquella tarde culminara, tratando de extender más y más el tiempo a pesar de que el motor del automóvil rugía como si le pidiera que empezara su marcha.
—No... —Susurró ella, volteando su rostro hacia él; si bien, Eleonore estaba completamente consciente de sus sentimientos anestesiados, todavía era capaz de sentirse feliz con lo que había ocurrido. Tal vez no era amor lo que ella sentía, se decía, pero la hacía sentirse bien. ¿Era el placer acaso aquello? Sin conocer del todo su cuerpo, y negando la mayoría de las veces su vínculo con éste, se sentía como un niño pequeño que apenas había aprendido a mover sus pies correctamente. —Háblame... cuéntame algunas cosas...
Lentamente, el automóvil empezó a moverse, como un escarabajo al atardecer que levanta el vuelo, con su caparazón reluciente en la oscuridad gracias a la luz exangüe del cielo.
—¿Qué quieres saber? —Respondió, mirándola de reojo, tratando de mantener su vista lo más que podía en el camino, tratando de ignorar su deseo de parar el auto y quedarse allí, admirándola, intentando encapsular el tiempo.
—Dime... dime, ¿es como en los libros? ¿El amor? —La voz de Nor parecía tranquila, pero se notaba un tanto nerviosa. Andrew pensó que tal vez, de ambos, seguramente ella sería la más afectada. ¡Él la había besado sin pensar en cómo se sentiría! Y no sólo lo había hecho, sino que también se le había declarado de una manera desastrosa.
Una parte de la mente de Andrew empezó a divagar sobre qué hubiera pasado si con aquel beso casi obligado, Nor rememoraba aquellos días terribles de su infancia. Se maldijo a sí mismo, dejando a un lado la pregunta que ella le había hecho.
—¿Andrew...?
—¡Oh...! Sí... sólo... me puse a pensar. —El joven de nuevo se maldijo a sí mismo por gastar su preciado tiempo con Nor imaginando cosas tan desagradables mientras ella se preocupaba por él, despegando sus ojos del camino para verla en silencio, a la espera de su respuesta. —Es como... como anhelar verte bailar bajo la luz de luna, rodeada de flores y riendo, olvidando todo excepto la alegría y la belleza de la noche, libre... —Suspiró, volviendo a mirar el flujo de autos frente a él. —Pero también, cuando te veo, cuando me hablas y sonríes, mi corazón se acelera sin control, tanto que tengo miedo... Porque me hace querer... me hace pensar en cosas egoístas de igual manera.
Eleonore, a quien nunca antes habían amado, sintió que su corazón latió áspero, tan áspero que dolió. No sabía qué responder a lo que él le decía, no sabía qué es lo que debía decir o cómo actuar, dejando emerger su personalidad común, la ella de siempre.
—Cosas egoístas... —Repitió inconscientemente. Era algo que ella a veces hacía cuando su nerviosismo la acaparaba, cuando su mente de alguna manera lograba ponerse en blanco.
—Sí... como... como desear que no te vayas a casa... que te quedes conmigo. —La voz de Andrew había salido nerviosa y apenas audible, pero Eleonore lo había escuchado tan claro como a su corazón latiendo en sus oídos.
El silencio de nuevo reinó dentro de la carrocería del T-bird, espeso y un poco incómodo, pero no indeseable. De alguna forma, ambos podían percibir un poco de la vergüenza de otro.
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