El hermoso monstruo de la bruja

La hora de las brujas

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Ella volteó a ver hacia la puerta de la calle desde arriba de las escaleras más de una vez antes de continuar con su camino hacia el piso donde estaba el departamento en el que vivía con su abuela; en su sendero conocido, con las paredes viejas pintadas de un verde ocre descascarado en algunos lugares, volteó repetidas veces, como si en cualquier momento pudiese arrepentirse y volver con el chico que le había dado el cumpleaños más feliz hasta ese momento en su existencia.  

Había comido, reído, paseado toda la mañana, cubierta con su parasol de encaje negro, y luego, como en un sueño, la habían llevado en uno de esos paseos en barco de vapor, con los tripulantes vestidos tal y como en los libros históricos que había leído de niña...  

Un leve sonrojo se apoderó de su rostro cuando recordó lo que sucedió después; rozando sus labios con las yemas de sus dedos, recordando la película de lo que ocurrió en su mente.  

Ese, por supuesto, no había sido su primer beso... No, aquel fue robado y mancillado por los labios ásperos bajo el bigote del monstruo con el que había vivido. Un hueco se instaló en su estómago, sin saber cómo sentirse, superponiendo los recuerdos agradables de Andrew y esa tarde con las imágenes, las sensaciones...  

Los gusanos que se arrastraban en su piel, esos que decían eran dedos de hombre. La lengua vomitiva que, como una larva pútrida, ingresó a su boca para corromperla y anidarse allí hasta que el asco y la ira y todo lo que ella reprimía en esa época se comprimía tanto, tanto en su estómago revuelto ya no tenía espacio para nada más, a la espera de que aquel ser demoniaco regresara a su vida falsa y ella al fin pudiera deshacerse de esa saliva que era obligada a tragarse, de esas cosas innombrables que iban a su estómago pequeño y repulso que amenazaba con dejarlo ir todo, con el riesgo de ser golpeada, obligada a volverlo a ingresar a sus entrañas.  

Esas imágenes la hicieron parar en seco en la puerta de su departamento. El sudor frío recorría su espalda, como cuando sabía que ese monstruo la estaba mirando a la lejanía. ¡Hacía tanto tiempo que ella no pensaba en esas cosas tan explícitamente! ¿Por qué tenía que arruinar sus breves momentos de alegría esa persona? ¿Por qué incluso muerto, seguía apareciendo en sus sueños con la imagen torcida de los tentáculos que llevaba por brazos y los gusanos que se pegaban a su piel, de la sensación pegajosa de ser ultrajada y silenciada una y otra vez hasta que la oscuridad era tan negra y tan profunda y tan malvada y tan...  

El temblor de sus manos, su rostro, que antes había estado lleno del estupor de la felicidad contemplativa y que se trastocó en miedo y terror puro, hizo que Cirilo tomara forma.  

—¡Eleonore! —Dijo, asombrado. No sabía hasta qué punto ella era tan frágil, pero ahora lo veía; se acercó lentamente, tratando de calmarla con su imagen infantil e inofensiva, no obstante, lo apartó con una de sus manos. No había sido empujado fuerte, pero lo entendió. No es que ella quisiera sentirse así, pero lo sentía y no podía hacer nada al respecto, porque él era un chico.  

Eli respiraba, tratando de calmarse, abrazándose a sí misma... ella sabía, sabía que sólo eran recuerdos, pero, ¿por qué tenía que ser así? ¿Por qué cada cosa alegre venía con tales remembranzas oscuras y terribles que no quería volver a ver?  

Cirilo no estaba muy seguro de qué hacer al respecto; los humanos siempre habían sido frágiles mentalmente, sólo seguidos por los espíritus de éstos que se aferraban a la vida tras su muerte. No era algo que él haría por nadie, pero sabía que había una manera de tranquilizarla; era su trabajo, después de todo, ¿no? Lo había prometido bajo el contrato que él y Dean habían firmado con su verdadero nombre.  

—Sh’lvarë... —Una palabra de poder, bajo el lenguaje viejo de los malakh, apenas reproducido por esos que decían ser sus descendientes y sus profetas, pero que sólo tuvieron la suerte de robar ese conocimiento para sí mismos. Esa palabra, que podía reescribir el mundo, un milagro, dado sólo a aquellos que se consideraban seres divinos, caídos o no. La palabra, susurrada con los labios rosados y tiernos de la imagen de Cirilo, el niño preternatural, llamó a la tranquilidad, a la concordia en el mundo que los rodeaba inmediatamente, volviendo el lugar una meca sagrada del silencio y la serenidad.  

Si se pudiera describir la sensación que embargó a Eleonore en ese momento, cuando el mundo se reescribió momentáneamente para ella, sería que se sentía como si aún estuviera en el vientre de su madre, como si estuviera protegida de las cosas que venían de fuera y dentro de sí.  

Sin olvidar, sólo alejando poco a poco las imágenes como si las viera de lejos, como si supiera que eso ya no le haría daño, pero todavía temerosa, oculta tras la magia de Cirilo y su don para tranquilizarla en ese momento. Sintió cómo sus ojos pesaban, y el cansancio se arremolinaba en su cuerpo y mente, empujando todo lo demás. Sus recuerdos de infancia que brotaron tan indeseables, la alegría que la había abarcado desde la mañana, los pequeños lujos que le habían otorgado horas antes... y Andrew... Andrew al final, fue lo único que quedaba, lamentándose de haber empañado los recuerdos hermosos que creó con él, con la inmundicia del pasado.  

 

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En el texto hay: vampiros, abuso, brujas

Editado: 27.10.2021

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