El hielo de la reina

84. Los resucitados

—Yo no maté a tus padres, tampoco exilié a Herick —dijo su majestad Hileane.

—Pero él está muerto —contestó Hercus.

—No —dijo su gran señora, mientras negaba con la cabeza—. Tu hermano vive… Confía en mí.

Los ojos de Hercus se cristalizaron. Su corazón se quebró al ver a su soberana así de dolida y lastimada. Si ella era Heris, entonces alguna vez la había amado, y si no había matado a sus padres, ni desterrado a su hermano, ¿por qué debía odiarla? Ya no quedaba nada que lo hiciera odiarla. Había herido con fatalidad, he intentado matar a la mujer que más debía proteger y cuidar. Su alma se estremeció de arrepentimiento y angustia. Derramó lágrimas en silencio, mientras veía agonizar a su gran señora. Además, eso significaba que la reina Melania le había mentido y había llenado de más rencor su corazón contra su amada soberana.

—Yo, yo lo siento, mi reina. No merezco su piedad, ni su perdón —dijo Hercus con emoción—. Usted siempre me quiso ayudar y yo le he devuelto su favor con afrenta y enojo.

—Hercus. Este es mi castigo por lo que te hice, por haberte humillado y maltratado cuando eras inocente —dijo la reina Hileane, respirando de manera agitada—. Ahora estamos a mano, en equilibrio. No te culpes por las faltas y equivocaciones de una reina arrogante y soberbia.

—No, usted no hizo nada malo.

Hercus agarró la mano de su majestad con su derecha y con la zurda la rodeó por la espalda. La tocaba con cuidado y sutileza. Su reina amada y venerada. ¿Qué era lo que había hecho?

—Yo no quise que esto ocurriera así… Es el destino —confesó su majestad de manera sentida—. Tú eres mi guardián y, mi protegido. Ya te lo había dicho alguna vez.

Hercus puso su mano en la empuñadura que había incrustado en el cuerpo de su reina. Pero, en ese instante, unos abruptos quejidos de dolor resonaron en la sala del trono. Todos voltearon a mirar en la dirección de donde provenían los lamentos, que fueron cambiando como los de un animal salvaje con mucha rabia y enojo. Eran los cuatro miembros restantes de la marcha sangrienta, se encontraban arrodillados, retorciéndose de forma violenta por una sombra que emanaba de ellos.

—Oscuridad —comentó la rubia princesa de ojos verdes—. Veo rastros de maldad alrededor de ellos. Están siendo manipulados desde lo más fondo de su ser. Poco a poco su alma está siendo consumida, al igual que su cuerpo.

—Melania —dijo Hercus. Él también podía ver lo que estaba pasando. Podía ver esa aura negra en ellos como los atormentabas.

—Hilianis, retrocede —dijo su alteza real Hileane, ordenándole a su hija.

Además, los otros cinco que había muerto también se levantaron, como si nada les hubiera pasado. Sus heridas mortales fueron rellenadas por sombra. Los asesinos caídos de la marcha sangrienta también habían resucitado. Ellos estaban siendo atormentados. Sus extremidades se alargaban, su columna vertebral y los dedos. Esos lamentos era como los de una persona que estaba siendo quemada viva. Esa escena podría causarle pesadillas a cualquiera. Minutos después, habían dejado de quejarse y se quedaron quietos, como estatuas. Cuando se levantaron sus cabezas, sus ojos estaban sombríos. Sus extremidades eran más largas y sus cuerpos más robustos, por sus caras habían salido venas que parecían querer explotarse.

Hercus y sus compañeros se agruparon alrededor de la monarca que yacía en el suelo y de la princesa que había quedos detrás de ellos. Desenfundaron sus armas y se colocaron en guardia, custodiando a su majestad Hileane. La ironía de la vida era que, en cuestión de unos momentos, ahora protegían a la reina que habían venido a matar y que estaba herida.

Los mutados soltaron un feroz rugido y los cinco resucitados empezaron la carrera contra ellos. La reina sacó sus pinchos haciendo que se cubrieran con sus brazos, pero no lograron atravesarlos por completo, solo les dejaron unos agujeros de donde manaba sangre negra y espesa que, al tocar el piso de cristal, parecía quemarse. Esos monstruos ni siquiera se detuvieran ante los témpanos de hielo. Dieron un brusco golpe y los quebraron como frágil cristal. Sus cuerpos se habían endurecido, su fuerza había aumentado, un simple golpe podía dejar malherido a cualquiera que lo recibiera.

Hercus entendía que era debido al estado tan herido, cansado y a la enfermada de su majestad Hileane que se podían resistir a ella. De otro modo, ya habrían muerto ante el hielo de la reina. Los leones se acomodaron a los costados su majestad, preparados para le pelea, mientras en sus lomos estaban el búho y la lechuza. En los balcones, las otras aves de presa comenzaron a desaparecer en reiteradas explosiones de escarcha. Dio un paso al frente. A pesar de sus heridas y su estado abatido, debía defender a su gran señora. No había tiempo para sufrir, ni para mostrarse lastimado. Observó a los cinco seres avanzar hacia él, sus figuras distorsionadas por la oscuridad que los rodeaba. Sin vacilar, empuñó su espada con firmeza, su rostro reflejando una determinación férrea. Los primeros dos monstruos se lanzaron hacia él con garras extendidas. Giró sobre sus talones, esquivando sus ataques y cortando las piernas de uno de ellos con un rápido movimiento descendente. La criatura cayó al suelo, pero antes de que pudiera celebrarlo, vio cómo la sombra comenzaba a unir las extremidades.

El tercer monstruo se abalanzó sobre él por detrás, pero Hercus, con reflejos rápidos, se giró sobre sí y hundió su espada en el pecho de la criatura, atravesándola por completo. Con un tirón violento, sacó la hoja, lo golpeó por detrás de las rodillas para dejarlo hincado y lo decapitó en un movimiento fluido. La cabeza cayó al suelo, pero la sombra la tomó y la volvió a colocar en su lugar, como si nada hubiera sucedido. Mientras tanto, los otros dos seres restantes se acercaban rápidamente. Hercus se agachó para esquivar un ataque de garra y realizó un corte ascendente, dividiendo a uno de ellos por la mitad. Sin embargo, la oscuridad volvió a unirse, reuniendo las dos mitades en un parapeto.



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En el texto hay: romance, drama, realeza

Editado: 16.07.2024

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