Caminaba a pasos lentos, detrás de los dos pequeños hermanos, quienes silbaban una tonada alegre. Aunque había tenido intención de continuar con las preguntas, sintió que no era el momento indicado, pues cada vez que tenía planeado hacerlo, una bestia carroñera aparecía, intentando quitarle de las manos a los pequeños hermanos el cadáver del gato de las profundidades, lo que provocó que él mismo tuviera que actuar con rapidez, eliminando aquellos obstáculos y, así haciendo más seguro el trayecto.
--El humano es muy rápido, hermano rojo. --Dijo el hombrecito verde en voz baja, su hermano asintió. Fue todo lo que se comentó en el trayecto a la montaña.
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"Oh, imponente y fuerte montaña, que con tu fortaleza impenetrable le diste cobijo a los desamparados de la guerra... Oh, imponente Land, que bajo tu mando, las oleadas de esbirros de los señores oscuros no fueron nada... Oh, montaña mía, que eres aliada y amiga, de mañana y noche, hoy te pido como tantas veces, que no dejes entrar al mal..."
- Verso extraído del poema: La hija de Land. (Autor desconocido).
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Bajo el extenso cielo, justo arriba de las nubes, el pico de una gran montaña estaba presente, la energía volátil del rayo estaba le hacía compañía, al igual que el frío de invierno.
Gustavo alzó la vista, intentando encontrar el fin de la imponente montaña, pero por más que trataba, le era imposible por la densa neblina. Se detuvo, en los alrededores habitaba una espesa energía de muerte, tan densa que parecía palpable, notando pequeños mechones de energía mágica en la gran entrada, no podía asegurar que eran, si jugaba a intuir, diría que se trataba de hechizos remanentes, o talvez sellos que algunas estuvieron activos.
--Humano, humano, cuidado con las trampas. --Dijo el hombrecito verde repentinamente.
--(Así que eso son) --Pensó, confirmando la verdadera naturaleza de aquellos mechones de energía mágica--. Gracias. --Dijo, mientras se escabullía dentro con mucho cuidado.
--Muchos desearon probar suerte entrado en lo desconocido, pero no fueron bien recibidos. --Dijo el hombrecito rojo con un tono calmado.
Gustavo quedó levemente desconcertado por aquellas palabras, pero justo cuando sus ojos se acostumbraron a la extrema oscuridad, pudo notar de lo que hablaba el pequeño hombre, no solo había una infinidad de cuerpos putrefactos, así como esqueletos en la cercanía, también habían algunos revividos deambulando por la zona, fue entonces cuando comprendió de donde provenía aquella siniestra energía de muerte, que por supuesto, a él no le afectaba.
--¿Su señor hizo esto? --Preguntó Gustavo.
--Sí, lo hizo maestro. --Dijo el hombrecito verde. Gustavo entendió que su futuro adversario sería más complicado de lo que creía, si poseía tal habilidad en el manejo de trampas, había una alta posibilidad de que fuera un mago habilidoso.
--¿Cómo es su maestro?
--Es alguien fuerte y temible, nos hace hacer cosas malas. --Dijo el hombrecito rojo con un tono de niño asustado.
El joven miró la espalda del pequeño hombre, aunque no podía ver su rostro, si podía sentir su sufrimiento, por lo que prefirió no seguir preguntando, pues estaría siendo desconsiderado.
Al continuar con su trayecto, se dio cuenta que ninguna de las almas presentes se habían percatado de su presencia, por lo que intuyó que el camino por dónde estaban transitando, estaba camuflado con algún tipo de magia para pasar desapercibido. Respiró profundo y, movió los dedos de su mano derecha con sutileza, aunque en un principio no quería hacerlo, la fuerte presión del deseo de muerte le impedía pensar con claridad y, al saber que se estaba acercando a una batalla a muerte, no podía permitir semejante desventaja, por lo que comenzó a drenar la energía de muerte de los alrededores, mientras purificaba el lugar.
--Hermano rojo, los esqueletos actúan extraño. --Dijo el hombrecito verde en voz baja.
--Lo puedo sentir, hermano verde, pero no sé quién sea el manipulador detrás de ese acto. --Dijo.
--¿Hermano rojo quiere que llame al señor brujo? --Preguntó.
--Por supuesto que no, maestro dijo que no interfiriéramos en las cosas de la montaña.
--Pero hermano verde, los esqueletos están cayendo.
--Déjalos. --Contestó.
Mientras los hermanos conversaban, Gustavo hacia todo lo posible para drenar la energía de muerte de los alrededores, evitando llamar la atención, ya que había sentido que aparte de los hermanos, existían distintas fuentes de vida regadas por la zona y, aunque no podía asegurar que eran fuertes, podía decir con toda certeza, que no eran débiles, por lo que debía actuar con cautela, pues hasta ahora se estaba dando cuenta que se había metido en un buen aprieto sin haber tomado las medidas necesarias.
La eterna oscuridad, la lúgubre energía y el sentimiento de estar siendo observando, acompañaba a Gustavo en su trayecto al fondo de la montaña, pocas veces se había sentido incómodo en el nuevo mundo, pero podía asegurar que está vez, era una de esas pocas veces, no podía entenderlo, su instinto siempre había sido muy claro y certero, cualquier rastro de peligro era avisado de inmediato, o al menos tenía tiempo de reacción, pero ahora no, se sentía como una presa siendo llevada al cazador, aunque no lo entendía y, aunque parecía extraño, no desconfiaba de los hermanos, pues por sus actitudes, era como si lo estuvieran guiando por una acción de corazón.
--Aparte de su señor ¿Hay alguien más que resida en este lugar? --Preguntó.
--No, humano, solo nosotros, verde y rojo. --Respondió el hombrecito rojo después de un breve momento de silencio.
Gustavo asintió, no sabía si los pequeños hombres en realidad no sabían nada, o le estaban ocultando información por órdenes de su señor, pero fuera como fuese, no bajó la guardia.