El hijo de Dios Vol. ii

Cadáveres

  Comenzó a caminar a pasos lentos, cojeando y, observando sus alrededores con ojos de admiración. Su mirada se postró en aquella fuente de luz, colocada con sutileza en el techo, que era tan brillante como el sol y, al igual que el mismo no se podía ver directamente, pues lastimaría las retinas de uno. Bajó la mirada y observó la flora de sus alrededores, sintiendo su cómoda y antigua energía tocar su piel.

 --Estoy seguro que aquellas plantas pueden ayudarme --Dijo--, lamentablemente están fuera de mi alcance. --Suspiró decepcionado.

Al llegar al puente de piedra, por instinto miró al precipicio, su corazón palpitó rápidamente, observando el abismo de neblina que impedía mirar la superficie del suelo. Con tranquilidad retiró su cuerpo del borde, caminando a pasos lentos por el puente de piedra, el cual, que, aunque parecía bien cuidado, se sentía que en cualquier momento podía derrumbarse.

A lo lejos, recargado sobre el pequeño muro sólido que impedía que uno cayera, se encontraba un esqueleto con indumentaria de cuero y, con una espada postrada en sus piernas, que al parecer estaba hecha de un material parecido a la plata, pero con la superficie de su hoja opaca y cubierta de polvo. Se acercó, persignándose con calma.

 --Que Dios te tenga en su santa gloria. --Dijo por instinto.

Reconocía que no era una persona devota a la religión, pero las costumbres de ella estaban arraigadas a su persona, como la maleza al campo, por lo que a veces actuaba sin pensar. Por un momento deseó arrebatarle de las manos aquella espada, solo quería cerciorarse si estaba hecha realmente de plata, pues conocía su valor, pero por respeto al difunto, optó por continuar con su camino.

Llegó al otro extremo del puente, percatándose de los innumerables cuerpos esqueléticos regados sobre la superficie, pero lo más impactante no fue eso, sino el material de sus armas, pues cada una de ellas tenían mucha semejanza a la plata, aparte de que todos los cuerpos usaban la misma indumentaria de cuero que el cadáver recargado en el muro del puente.

 --Algo no está bien --Miró a ambas estatuas con ojos afilados, sintiendo de vuelta la misma mirada de aquellas cosas inanimadas, lo que provocó una extraña sensación florecer en su corazón. Por instinto agarró la empuñadura de su sable, dándole un ligero sentimiento de protección.

Antes de llegar al umbral de la entrada detuvo sus pasos, aunque era muy pequeña, podía captar la energía remanente en el suelo y, sabía que si daba un mal paso, activaría algún sello dormido.

 --Mi interior sigue en un caos, si convoco la energía de mi cuerpo para desactivar el sello, presiento que perderé más de un brazo --Miró la tela roja que protegía su brazo derecho y sonrió--. ¿Qué debo hacer? --Se preguntó.

Al no tener la respuesta que buscaba, retrocedió un par de pasos, sentándose en los dos escalones frente a la enorme entrada, justo al lado de un esqueleto.

 --Lamento lo que sucedió contigo amigo, solo espero que mi destino sea diferente. --Dijo de buena fé.

Colocó su mano sobre su mentón y comenzó a reflexionar, tratando de encontrar la manera de cruzar sin activar el sello, o al menos salir ileso si lo peor llegaba a pasar.

 --No me siento tan bien como para perder el tiempo pensando. --Dijo y se levantó con el ceño fruncido, su pierna dolía y la sensación de la enorme energía que había perdido seguía haciendo estragos en su cuerpo.

Caminó nuevamente al frente de la entrada y exhaló, dejando salir toda su preocupación.

 --Que lo que tenga que pasar pase. --Rápidamente sacó su sable y, con una rapidez sobrehumana lo clavó sobre el sello a los pies de la entrada.

Al segundo siguiente, el suelo se iluminó de un azul blancuzco brillante, dejando salir un par de pequeños relámpagos, que en la siguiente respiración subieron por la hoja del sable como serpientes hambrientas, intentando morder el cuerpo del joven, el cual al notar lo inesperado, optó por alejarse, pero fue demasiado tarde, una cantidad inmensa de la energía del rayo cubrió su cuerpo como una ventisca en invierno. Gustavo no gimió, solo se quedó de pie, anonadado por lo sucedido, pues, aunque parecía increíble, el daño había sido mínimo, era como si el poderío dentro del sello fuera muy escaso, quedando solo el espejismo de lo que algún día fue. Y por supuesto que eso lo alegró, ya que no deseaba conocer al sello original, con su energía rebosante de poder.

 --Porque la energía del rayo me parece tan familiar --Se dijo en voz baja, tratando de remomerar a quién le recordaba, pero por más que intentaba recodar, su mente no le brindaba la información requerida--. Como sea, no debe ser tan importante. --Mencionó con un tono despreocupado.

Observó su arma clavada en la superficie rocosa, caminando de vuelta, sujetó la empuñadura y, la extrajo con facilidad y, al hacerlo, optó por adentrarse al extraño y antiguo palacio. La energía de dentro era demasiado extraña, llena de poder y majestuosidad y, que al mismo tiempo lo dejaba con una sensación de extrema comodidad, algo que no sabía cómo interpretar, ya que podía ser una ventaja, o podía ser todo lo contrario.

Admiró la belleza del palacio, que, aunque el tiempo le había quitado mucho de su hermosura estética, las partes remanentes aún conservaban la majestuosidad y elegancia, digna del hogar de un rey o emperador. Se detuvo al escuchar un ligero sonido, uno que había sido tan suave como el aleteo de un búho, cargado con una fuerte intención asesina. Con sus ojos mapeó sus alrededores, que, aunque la iluminación del interior del palacio no era muy buena, podía apreciar con comodidad todo dentro de su campo de visión, algo que por supuesto agradeció. Nuevos sonidos fueron escuchados, similares al anterior, por lo que rápidamente llegó a la conclusión de que lo que se aproximaba, no venía solo.

 --Oh, vamos. --Dijo, no era que estuviera cansado de luchar, era solo que no deseaba hacerlo con su pierna dañada.



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En el texto hay: amor, honor, batalla

Editado: 16.03.2022

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