Las damas se acercaron a pasos tranquilos, Xinia tomó asiento en una hermosa silla de madera, mientras que Meriel se quedó de pie, custodiando a su señor con una mirada seria e imperturbable.
--Gustavo Montes --Dijo--, es un placer. --El encargado asintió, aunque se extrañó por el raro nombre, no le tomó mucha importancia.
--Que los Dioses te iluminen --Dijo, bajando el rostro ceremonialmente--. Yo --Alzó nuevamente la mirada-- soy Ktegan Atgar, actual herrero, pero antiguo aventurero del continente Central. --Gustavo asintió, haciendo el mismo acto que el encargado.
--¿Continente Central? --Cuestionó Xinia con la confusión dibujada en su rostro-- Ese es un lugar demasiado lejos de aquí... Creía que la gran monstruosidad de los mares Norteños no dejaba pasar ningún barco más allá de la isla de Vereniega, desde hace ya más de cien años. --Gustavo miró a su compañera, quién se había sentido, al igual que él, curioso sobre aquella situación. Ktegan asintió, sonriendo al recordar por un momento.
--Lo que dice usted es muy cierto --La miró, rememorando lo sucedido--, pero hace cuarenta años hubo una anormalidad cerca de la isla Tres Piedras, una que permitió el libre paso hacia nuestras tierras vecinas del continente Central --Recordó, mientras se acariciaba su pierna derecha, no sabía porque, pero deseaba contar su historia a los jóvenes presentes, una que había guardado dentro de él por bastante tiempo--, que en ese entonces era mi querido hogar. --Guardó silencio, sus ojos expresaban soledad, con una ligera pizca de arrepentimiento.
Gustavo empatizó con el hombre, pues si intuía el desenlace de la historia, tendría un final parecido al de él, el de haber sido arrebatado de su patria.
--Por favor, continúe. --Expresó el joven al notar la complicada mirada del hombre adulto. Ktegan lo observó, asintiendo y, dejando salir un largo suspiro.
--Diez años más tarde del suceso anteriormente mencionado --Comenzó--, fue cuando todo cambió y, si --Su expresión se tornó nostálgica--, yo estuve cuando eso ocurrió --Sonrió con ligereza, recargándose sobre el mostrador de madera--. En ese momento había aceptado una misión de escolta, no era muy fuerte, pero podía defenderme de los piratas y espíritus de los mares... era un aventurero de clase verde, a lo que aquí llamarían cuatro estrellas --El grupo de escuchas asintió--, por lo que mi rango en el grupo no era muy alto y, como el joven que era, deseaba cambiar eso... Al principio, todo era normal, un viaje común, peajes estrictos y soldados abusones, pero nada que no se pudiera controlar --Bajó la mirada--, que inocentes --Sonrió, burlándose de su yo pasado--. Llegamos a los pocos días a uno de los puertos principales del reino de Filicia, la comida era buena, todavía recuerdo el dulce sabor del pescado ahumado --Volvió sonreír--, así como el fuerte licor de esos buscatesoros... La noche llegó y, yo, ingenuamente gasté todo lo que se suponía era para una nueva armadura en bebida y mujeres, un festejo digno de un rey, creía yo... Como he dicho, era un joven y estúpido muchacho --Su semblante se aligeró--... Pero la mañana siguiente me regresó a la realidad, una cruel y cruda realidad diría yo. Desperté con un fuerte e insoportable dolor de cabeza. Mi mirada aún no se recuperaba de la gran bienvenida de excesos de la noche anterior, al igual que mi olor, ya que apestaba más que los propios pescados podridos de los mercaderes abusones --Miró a Gustavo, sonriendo, se percató que estaba hablando demasiado sobre algo que posiblemente no les interesaba a los jovenes--, me disculpo --Bajó el rostro con una mirada apenada--... Creo que soy demasiado viejo y, a los viejos les encanta contar historias.
--No, por favor, ni lo diga --Mencionó el joven de inmediato, apoyándose sobre el mostrador de madera y, sonriendo con calidez--, siempre he sido una persona curiosa y, admito, que su historia ha despertado por completo mi interés. --Las damas asintieron, concordaban con su señor, las historias de aventureros y monstruos siempre eran bienvenidas.
--Si ustedes lo desean --Asintió con tranquilidad--, continuaré --Su mirada se volvió ligeramente más seria. Carraspeó, acariciando la trenza de su barba--... Fuí llamado inmediatamente a regresar, se suponía que el noble que escoltabamos deseaba ver, junto con su familia el archipiélago Perdido de Yurcra... Para los no conocedores, era el dominio en la época antigua del Dios del mar, Yurcra de las Profundidades, junto con la civilización de Sirian, individuos humanoides con semejanza más a los tiburones, que a nosotros los humanos --Comentó en una excusa por hacer la historia más rica en detalles, ya que en su momento, él mismo ignoraba todas esas cosas y, al notar las miradas de maravilla de los individuos, entendió que había ejecutado de buena manera aquel acto--. El archipiélago era un lugar muy visitado por aquellos hombres con buenas cantidades de monedas en sus bolsillos, permitiéndose contratar mercenarios, o en mi caso, aventureros, ya que era una localización categorizada como hostil y peligrosa, un lugar donde solo un idiota llevaría a su familia, je... Era solo un barco el que nos llevaría allí, un inmenso y colosal transporte, de madera fina y resistente. Yo subí, casi a regañadientes por mi líder de grupo, obedeciendo al saber de lo que podía sufrir sino lo hacía, así que busqué un tranquilo lugar para vigilar y, me eché una siesta --De repente y, casi por instinto, sus comisuras se alzaron al recordar, mirando más allá de la puerta de entrada de su tienda--. Ahí conocí a una dulce y bella dama, con una apariencia semejante a la de las mujeres del más alto escalafón de la nobleza, pero con un espíritu de la aventura, que ni los propios aventureros poseían, incluyéndome a mí. Recuerdo que se acercó ante mi presencia y comenzó a preguntarme sobre mis aventuras, yo, al sentirme mal por la resaca y, los continuos gritos de los nobles, la envié de vuelta a su casa --Los miró-- ¿Me entienden? --Las damas asintieron, el único confundido fue Gustavo.