El trío llegó ante una posada, "El oso dormilón" tenía por nombre, un lugar no muy grande, pero con un buen servicio y, precio relativamente bajo en comparación de las otras posadas de la zona.
Gustavo se tiró sobre la cama de paja y pieles, exhalando todo su cansancio mental, habían tenido un largo día, ocupado y algo tedioso, pero al menos estaba agradecido porque por fin podría tener otra buena armadura y, si las palabras del vigilante eran correctas, necesitaba buena protección para los males que se avecinaban.
--Mi control sobre mi energía sigue siendo pésimo --Dijo al descubrir su brazo derecho, mirando la carne necrótica y las venas tenuemente negras, que palpitaban con lentitud--, los sellos de contención están siendo menos eficaces... Maldición --Se recargó sobre la fría pared de piedra. El pequeño lobo comenzó a lamer su brazo, en un intento inútil de ayudarlo--. Amigo mío, ya te dije que no sirve de nada entregarme tu energía. Estoy maldito --Su mirada se tornó melancólica-- y, la muerte ahora es parte de mí, ya no lo puedo cambiar.
Wityer hizo caso omiso de las palabras de su compañero, continuando en su acto por ayudar al que mucho tiempo lo lleva sobre su hombro.
Desfundó una parte de su sable, cortando con el filo su dedo índice, una gota minúscula comenzó a reunirse en su yema y, al no querer desperdiciarla, empezó por dibujar el sello sobre su brazo derecho, primero fueron símbolos de contención, luego inhibidores de energía y, por último, potenciadores y, aunque esa combinación representaba una gran amenaza para su salud, era la única manera de atrasar lo inminente, esperando por encontrar otras alternativas.
Llamaron a la puerta dos veces, eran toquidos suaves, como si no desearan que alguien más se enterara. Gustavo se levantó inmediatamente, yendo a abrir la puerta.
--Hola --Dijo la dama en el umbral, vestida con un camisón sencillo y nada más-- ¿Puedo entrar? --Preguntó, ligeramente avergonzada.
--¿Qué haces aquí, Xinia? --Colocó su mano sobre el marco de la puerta, impidiendo que la dama avanzara.
--No puedo dormir y, supuse que usted tampoco, ya sabe, por sus pesadillas. --Le miró, observando con dolor el brazo necrótico. Era una mujer callada, pero por alguna extraña razón, sentía que con el joven de mirada tranquila podía conversar.
--No puedo dejarte entrar, lo siento.
--¿Por qué?
--¿Cómo que por qué? --Frunció el ceño, sorprendido y algo nervioso--. Eres una mujer y, yo un hombre, estar juntos en una habitación a altas horas de la noche es un acto que incita al pecado.
--Disculpe, pero no lo entiendo. --Ahora sí, por más que había tratado, no había comprendido las palabras de su compañero de viaje.
--Eres una mujer y yo un hombre --Repitió, con un tono más formal y tranquilo-- y, ahora mismo es de noche, no podemos conversar dentro de mi habitación, es algo malo.
--¿Por qué es malo? --Seguía sin entender.
--Porque --Dudó por un momento--... Porque la gente puede hablar, yo tengo ya una prometida y, la respeto y amo más que cualquier cosa en el mundo, no puedo permitirme ensuciar tu reputación, así como ofender su confianza. --Trató de explicarse como mejor podía, pero aún buscando las mejores palabras, le fue imposible hablar con claridad.
--¿A qué se refiere con prometida?
--A que es la persona que se convertirá en mi pareja.
--Pues --Su sorpresa fue evidente, muchas veces había imaginado que el tranquilo joven transitaba por los caminos de la vida acompañado solo con su sable, había tenido el extraño pensamiento que, al igual que ella, Gustavo lo había perdido todo--, ahora lo comprendo menos, si aún no es su pareja, no debería de haber ningún problema. No soy una persona que le gusta ser encadenada a una sola relación y, aunque no entiendo su decisión de ser así, la respeto.
--Vengo de un lugar de costumbres que aquí serían llamadas extrañas y, una de esas costumbres es que, aún antes de convertirme en la pareja de la mujer que tanto amo ante los ojos de Dios, debo permanecer casto. --La miró a los ojos con una seriedad absoluta.
--Pues si que son extrañas --Asintió, pensativa por la repentina explicación y, algo sorprendida por conocer que el joven, quién poseía el poder de una nación, era aún como decían en su tierra: una flor en el jardín--. Sin embargo, para tenerlo más tranquilo, le prometo que no tendremos sexo. --Su mirada demostraba determinación, aunque muy en el fondo, se notaba una ligera decepción.
--¿Qué es tan importante? --Preguntó, aún renuente a dejarla pasar.
--En realidad nada --Desvió la mirada, su plan de meterse entre las sábanas de su compañero había fracasado, pero aún deseaba compañía, aunque fuera algo tan superficial como solo tenerlo a su lado--, solo no quiero estar sola.
Un hombre, semi desnudo salió repentinamente de una habitación, con el cabello desordenado y cubierto de sudor, miró a Gustavo y, Gustavo lo miró a el, fue tan solo un segundo, pero había logrado sentir que el hombre le había dado ánimos con una tranquila sonrisa y un ligero asentimiento de cabeza.
--Entra. --Dijo con un tono bajo, no deseaba que la escena se volviera a repetir.
Xinia asintió, entrando a la habitación que exudaba una fuerte opresión de muerte.
--¿Terminó de colocarse los sellos? --Preguntó al sospechar lo sucedido. Se sentó en la cama, mirándolo con una cálida expresión. Gustavo asintió con calma, cerró la puerta y se deslizó hacia abajo, recargándose sobre ella--. El viaje que nos espera es algo muy complicado.
--Lo es --Concordó--, pero es necesario, no solo por mi armadura, también... --Calló, no queriendo revelar la siguiente información. Xinia lo notó, desviando la mirada para observar el techo.
--No conozco mucho sobre al lugar al que nos dirigimos --Acarició su rostro con su palma--. Lo he escuchado nombrar un par de veces y, creo que una de ellas fue por Spyan. Solo sé que es un lugar de muerte.