Con sol en su cara, un joven, semidesnudo y con el caballo hecho un completo desorden despertó. Al lado suyo, una dama de cabello castaño oscuro descansaba, acostada sobre su brazo. Cerró y abrió los ojos, intentando recordar lo sucedido de la noche anterior, que por más que trataba, le resultaba imposible. Bostezó, colocando su mano derecha en su boca y, luego se sobó con ella el rostro.
--(¿Qué ha pasado? --Preguntó mentalmente al pequeño lobo enroscado sobre su estómago, quién le respondió con una actitud calmada-- ¿De verdad nada ocurrió? --Wityer negó con la cabeza con lentitud, al igual que su compañero, acababa de despertar--. Me siento diferente --Estiró su mano hacia arriba, moviendo sus dedos--, más relajado y libre).
La bella durmiente volteó su cuerpo al sentir los tenues rayos del sol que entraban por la ventana superior de la habitación, liberando de su agarré el adormilado brazo del joven, quién hizo por levantarse, cubriendo una vez más con las sábanas, el cuerpo atrayente de Xinia.
--¿Por qué no lo recordaré? --Susurró para sí mismo, con duda y confusión.
Se vistió con rapidez con la ropa doblada colocada sobre la mesa de madera y, con una mirada complicada, optó por reforzar los sellos de su brazo derecho.
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Entre el ruido, las maldiciones y las ofertas, el mercado del reino daba la bienvenida a todos aquellos interesados. Los tenderetes, en su mayor parte tenían un letrero rectangular de madera, con el nombre de lo que ofrecían al público, o en aquellos con una reputación, con el nombre de su negocio, siendo visible desde una distancia considerable.
Entre la multitud y su ajetreo, un individuo masculino, acompañado por dos féminas de aspecto gallardo, esquivaba y se movía con rapidez entre la gente. Algunos, enfadados por un repentino golpe, se detenían para mostrarle cara, pero al ver las fieras miradas de sus acompañantes, la motivación para continuar con el acto se disolvía. No eran tontos, conocían el rango de las personas que podían permitirse contratar guardias para un paseo por el mercado y, por un descuidado golpe, no iban a perder los dientes.
--Me dijeron que usted vende hierbas con propiedades adormecedoras --Se acercó a un tenderete, apoyándose con un solo brazo y mirando a la gentil anciana en el mostrador-- ¿Es verdad?
--Es cierto --Asintió, escupiendo la hoja que tenía en la boca al lado de un balde de madera--, pero ahora mismo tengo solo un paquete de diez, aunque también puedo ofrecerle hierbas con buen olor; para impedir el desangrado; que evitar una inflamación y, --Se acercó a la cara del joven. Gustavo la imitó-- hierbas para la fabricación de venenos. --Dijo en voz baja.
--Deme el paquete de diez, cinco de buen olor, diez para impedir el desangrado y, todas las que tenga para evitar la inflamación. --Dijo al alejar su rostro de la anciana.
La dama de edad avanzada asintió con una clara alegría, si decía que menospreciaba a aquellos privilegiados de las calles principales del reino, era decir poco, pero como cualquiera, amaba cuando llegaban a su tenderete para comprar.
--Dos monedas doradas. --Dijo.
Gustavo expresó un poco de sorpresa, era demasiado por unas cuantas hierbas, sin embargo, pagó el precio acordado, no conocía el valor de las cosas y, no quería faltarle el respeto a la señora.
--Son hierbas de calidad, joven señor --Expresó al notar su mirada--, los propios aventureros las recolectan de fuera de los muros. Puede ir a buscar mejores precios por toda la ciudad, pero créame cuando le digo, que no encontrara uno mejor que el que yo le doy. --Sonrió, metiendo otra hoja más a su boca.
--Gracias. --Aceptó el manojo de hierbas, guardándolas en su bolsa de cuero.
Meriel detuvo en seco a una joven que parecía querer golpear a su señor, mostrándole una fría y hostil mirada.
--Fuera de aquí, muchacha. --Dijo, empujándola hacia un lado.
La joven entrecerró los ojos, había ira en ellos, pero por alguna razón, prefirió levantarse e irse al terminar de limpiarse el polvo.
--¡Al suelo! --Gritó Xinia, intentando sujetar el cuerpo de su compañero para forzarlo a tirarse, sin embargo, sus preocupaciones fueron en vano, ya que el proyectil que se había dirigido a la nuca del joven, fue rápidamente tomado por su mano descubierta.
La gente se mostró confundida, todo había pasado demasiado rápido y no sabían porque la dama había gritado repentinamente y, al no encontrar respuesta para ello, sus expresiones se tranquilizaron, volviendo a lo suyo al poco de unos segundos, aunque hubo algunos que observaron con disgusto a la dama.
Gustavo alzó la mirada, percatándose de una estela de luz negra que dejaba el techo de un edificio en la lejanía.
--¿Qué es eso, mi señor? --Preguntó Meriel, observando el objeto en sus manos.
--Creo que es el virote de una ballesta. --Lo inspeccionó, por un momento había recordado el proyectil de metal antimágico que se le había clavado en la pierna en su visita al santuario.
--Un proyectil así es más rápido y mortal que una simple flecha --Analizó Xinia, inspeccionando los alrededores con la mano sobre su empuñadura--, alguien ha intentando matarlo ¿La razón? Es desconocida.
--¿Cuáles son sus órdenes, señor Gus? --Preguntó Meriel, obstruyendo del camino a cualquiera que se dirigiera a su señor.
--Por el momento --Con un fuerte apretón partió en dos el metálico objeto-- continuemos, todavía hay cosas que debemos comprar para nuestro viaje. --Aunque su tono sonaba casual, su mirada desprendía cierta frialdad, con un toque de locura, uno que se notaba más claro en su ojo derecho.
Las damas asintieron con renuencia, deseaban encontrar al culpable, así tuvieran que barrer cada zona del mercado, desistiendo de la idea después de notar la singular mirada del joven.
--(Si me quieren muerto, deberán esforzarse más --Miró al furioso lobo en su hombro--, así que no seas imprudente compañero. Recuerda que prometimos actuar juntos) --Wityer asintió, bufando con enojo.