A la mañana siguiente fui despertado por los sirvientes deseándome su falso feliz cumpleaños. No me gustaba nada la hipocresía, no obstante, entendía que era una obligación para ellos y no quería ponerlos en un aprieto con el rey. Sin apenas darme tiempo para despejarme, me ordenaron limpiarme la cara y vestirme antes de bajar a la sala principal. Entendía a que esa forma de decirlo era a que usara una vestimenta algo más formal al ser un día especial, aunque debía admitir que era la primera vez que lo decían abiertamente.
–“¿Sería que el rey había preparado una fiesta sorpresa para mí?”-dudé por unos momentos.
Saqué ese pensamiento de mi mente tan pronto como me nació. Sabiendo como me trataba normalmente, no había forma de que quisiera hacerme feliz, aunque fuera por un día. Por otro lado, mi mente estaba en otro sitio, en un prado lleno de flores donde las mariposas huían de nosotros realizando esa hermosa danza como cada vez que corríamos por allí… Me gustaría ver a Aalis, si ella se esforzaba tanto en explicarme que este día era muy importante para mí, realmente era lo único que quería, estar con ella el día de hoy.
Desgraciadamente el rey nunca permitiría eso, y podría ser que aparte de no aprobar nuestra amistad, la desterrara para siempre junto con su familia. Así que indignado de que la propia realidad me golpeara de buena mañana, bajé elegantemente por las escaleras con uno de mis trajes favoritos a la sala principal, en el cual me estaban esperando ya.
-Feliz cumpleaños, príncipe Theo – me tendió la mano el rey y se la estrujé suavemente.
-Gracias, rey Joaquín – le comenté extrañado de ver ese gesto.
-Veo que te has puesto demasiado… refinado -me dijo con una voz que no podía descifrar sus intenciones – Te recomiendo que vuelvas a tu habitación y elijas algo más adecuado.
- ¿En qué sentido es eso de adecuado? – le pregunté sin entender nada.
-Algo que te pueda proteger de golpes. Ve a cambiarte ya – me ordenó sin darme más explicaciones y no tuve más remedio que obedecer mientras me preguntaba qué iba a pasar el día de hoy.
En el carruaje podía ver las calles de la capital, todas las tiendas permanecerían cerradas hoy por el acontecimiento en secreto que tenía el rey para mí. Con un poco de suerte, Aalis vendría a esa inauguración y podría observarla de lejos. Al llegar, me sorprendió llegar a un escenario donde había un palo enorme de madera y unas cuerdas que parecían unidas a él.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando vi eso. Toda la gente del pueblo estaba reunida esperando este momento. O casi toda, puesto que no veía por ningún lado a Aalis ni a su familia, esperaba que, si llegaban tarde, que luego me diera una explicación de no haber sido puntual. El rey parecía realmente emocionado por presentarme al pueblo. En el fondo, ¿estaba orgulloso de mí?
-Damas y caballeros, para vosotros debe ser un honor que el futuro rey os honre con vuestra presencia el día de su aniversario – comenzó el rey con su discurso.
- ¡Bravooo! -gritaban todos igual de excitados- Felicidades, príncipe Theo.
-Como regalo de cumpleaños, voy a ofrecer vuestro espectáculo favorito en el día de hoy. Además de que podrá dar la orden con el último – no entendía mucho a que se refería con eso de dar la orden – No te preocupes, príncipe. Yo te mostraré como hay que hacerlo.
-Síiiii – continuaba animado la gente de la capital.
-Muy bien -afirmó extasiado de verlos a todos tan obedientes - ¡Traed a los presos!
¿Los presos? Cada vez entendía menos y, lo peor de todo, era que por mucho que buscara debajo del escenario, Aalis no estaba. Realmente parecía que no iba a acudir. Esperaba que fuera porque quería evitar tener que fingir indiferencia y no saludarme para mantener las apariencias y no porque lo que iba a pasar de un momento a otro, que a cada momento que pasaba parecía que iba a ser algo muy malo.
-Aquí tenemos al preso Rafael García -mencionaba el rey señalando al primer preso que se estaba acercando al escenario mientras un soldado le acercaba una antorcha – Culpable de violar a una niña de 9 años y gritar al rey.
Traían a varios que estaban totalmente inmovilizados de manos. El rey con una cara tan expresiva que a duras penas reconocía, ordenó que lo ataran al palo de madera grande con esas cuerdas que parecían estar adheridas a él. Cubrió completamente los pies a Rafael y el público parecía estar demasiado atento a cada movimiento. El soldado que le había acercado la antorcha finalmente se la tendió al rey de Creciria, el cual estaba eufórico.
-Bien, puesto que tus actos son completamente inmorales, te condeno a morir por el fuego – y una vez dicho esto, se acercó lentamente para, efectivamente, prenderle fuego comenzando por sus pies.
- ¿Qué? – chillé sorprendido al ver como el preso intentaba soltarse en vano mientras no dejaba de gritar angustiado.