El pueblo de Trasmoz estaba rodeado por una barda hecha de grandes y frondosos árboles, la cual hacia más notoria la separación con la sociedad española, era conocido por ser el único pueblo de España oficialmente excomulgado por la iglesia católica, ubicado en el municipio español de la provincia de Zaragoza. Aquel lugar estaba maldito y lleno de leyendas sobre brujas y aquelarres que ninguno de los noventa y seis habitantes creía, pues la razón de su exilio se debía a años llenos de ignorancia y grandes pleitos políticos, o eso era lo que decían los libros de historia.
Margaret había vivido ahí toda su vida y nunca había creído los mitos que rodeaban su hogar. A pesar de que su hermano Dylan amaba contarle historias de terror de vampiros, lobos y brujas con el fin de asustarla; ella optaba por creer más los cuentos educativos narrados por su otro hermano mayor Samuel. Ahora las historias de Dylan comenzaban a cobrar vida y quizás las pesadillas de Margaret no eran solo malos sueños.
—¡Bruja, eres una maldita y asquerosa bruja! ¡Tú serás la siguiente que arda en el infierno! —grito furioso el maestro y camino hacia la chica dispuesto a atacarla.
El profesor William no tuvo la posibilidad de siquiera acercarse lo suficiente a Margaret como para infringirle algún daño, pues fue detenido por Aleister, quien lo tomo con demasiada fuerza siendo consciente de que podía romperle el brazo, antes de que el maestro pudiera quejarse, el chico lo miro con fuego en los ojos y hablo.
—Tranquilo maestro, todo está bajo control. —El profesor lo miro fijamente como si estuviera en un tipo de trance —. Laila, llévate a Magui, yo necesito hablar con el señor William para que me diga lo que paso exactamente aquí.
Margaret no entendió porque su amigo quería escuchar primero la versión del maestro antes que la suya se sintió ofendida y quiso oponerse, pero Laila no le permitió siquiera emitir alguna silaba cuando ya estaban a fuera de la habitación. Margaret se enojó, se soltó de Laila con molestia y la güera la miro con resignación, observo como aun temblaba ligeramente por el miedo que aun residía en su cuerpo a pesar de su rabieta. Un sudor frio corrió por el cuerpo de la pelirroja, se sintió abrumada y confundida por la aparición del fuego inexplicable, por el cual se sentía responsable. Quizás y solo quizás ella había estado ocasionando todas las cosas inexplicables a su alrededor de los últimos días. Ambas caminaron por los corredores de la escuela sin decir nada hasta llegar a su salón, donde la maestra de literatura daba su clase con entusiasmo.
El día pareció transcurrir más rápido de lo normal, Margaret estaba absorta en sus pensamientos, todo parecía moverse con velocidad ante sus ojos y no era participe de las acciones a su alrededor. La maestra hablaba y cuestionaba a los alumnos sobre los temas del día, pero la atención de Margaret estaba en otro lado, solo podía concentrarse en los detalles de su salón, en el color verde descarapelado de las paredes, en el escritorio desgastado de la profesora y en el tic tac del reloj frente a ella. En el descanso, de igual manera solo fingió prestar atención a sus amigos quienes discutían sobre los maestros y materias, en su lugar veía con detenimiento el vaivén de las hojas de los árboles y miraba las figuras de los arbustos que tenía su escuela en las áreas verdes; no dejaba de darle vueltas al asunto del fuego inexplicable que apareció después de pronunciar aquella palabra, “ignis”.
Después del incidente, el profesor William se había retirado del instituto, sin dar algún otro tipo de información que no fuera el hecho de que se sentía mal y necesitaba con urgencia ir a descansar a su casa.
Por otro lado, ante los ojos de sus amigos ella parecía estar en otro mundo, sin ánimos, sin nada que decir o compartir con ellos. La pelirroja escuchaba el minutero del reloj del salón sin saber qué hora marcaba exactamente, estaba al tanto que pronto terminarían las horas obligatorias de estudio, pero no tenía mucho interés en ir a casa y sumergirse en sus pensamientos. La campana sonó indicando el fin de las clases, Margaret alzo la mirada y encontró frente a ella a Laila y Ángel con sus mochilas, ellos le dedicaron una sonrisa amigable que escondía preocupación.
—Te ves cansada y algo perdida, sino te conociera bien diría que eres un zombi que está a punto de lanzarse a la yugular de Laila —hablo Ángel, llamando la atención de la pelirroja consiguiendo una mirada molesta de su hermana.
—¿Por qué no a la tuya? Si alguien debe ser un cadáver sin cerebro, ese eres tú, querido hermano —replico Laila con astucia. Ángel frunció el ceño ante el comentario de Laila, pero decidió no tomarle importancia.
Ángel era el hermano gemelo de Laila, tenía rasgos finos y su parecido con su hermana era sorprendente, cuando eran niños se podían diferenciar gracias al color de sus ojos, ahora otras características físicas eran más notorias. De igual manera su carácter era totalmente opuesto, Ángel era callado, tranquilo y amable, mientras Laila era más intensa, eufórica y agresiva. Siempre tenía una mirada despreocupada en esos ojos verde claro, en su brazo derecho daba a lucir un tatuaje con un corazón siendo atravesado por una flecha y a un lado se podía apreciar a cupido, el cual poseía una sonrisa triunfante ante su lanzamiento. La mirada del chico güero no estaba fija en la pelirroja, al contrario, miraba a todos lados como si estuviera ansioso o preocupado por algo, esa actitud no era común en él.
—El profesor estará bien. Hierba mala nunca muere, —admitió Ángel con pesar —, pero no por eso ninguno de nosotros permitiremos que alguien, incluyendo un profesor pervertido, te lastime. —concluyo perdiéndose en sus pensamientos sin notar la falta de optimismo de Margaret.
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Editado: 20.04.2023